Facebook Twitter Gplus RSS
magnify
Home 1981.4 Detrás de cada montaña
formats

Detrás de cada montaña

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 1981.4

Por Dale Preiser.

 

Haití, un pequeño país del Caribe, ocupa junto con la Republica Dominicana la isla antiguamente llamada La Española. Esta nación es la más pobre y la más densamente poblada del Hemisferio Occidental. Sus siete millones de habitantes se aprietan en la poca extensión de tierra de 27.844 kilómetros cuadrados. El promedio de ingresos anuales no alcanza los $200 dólares per cápita.

Como se podría esperar en tales circunstancias, abundan la pobreza, desnutrición y enfermedades.

En lo natural sería difícil decidir cuál sea la necesidad más urgente de Haití–si es física o espiritual. Claro que el Hijo de Dios no tiene problema en saber que es espiritual, pero a la vez se conmueve de gran manera al contemplar millares de personas pasando su existencia en la calle. En Puerto Príncipe, la capital, abundan mendigos lisiados, madres con infantes escuálidos, niños demacrados vagando por doquier.

Condiciones aun más primitivas prevalecen en las provincias. Se ignoran las reglas más simples de la higiene. Chozas de adobe se apiñan en pequeñas comunidades parecidas a los recintos familiares de algunas partes del África. Se puede observar a los niños caminando varios kilómetros para conseguir una calabacinada de agua. Ayudan a los adultos en la tarea de descascarar arroz en rústicos pilones por horas interminables. En el campo no se ha oído siquiera de la electricidad.

No se pasa mucho tiempo en el país, sin comenzar a sentirse una atmósfera opresiva. Al principio se diría que se debe al clima tropical, o tal vez, al sentimiento de ver tanta miseria. Pero persiste la opresión día y noche. En los fines de semana, se oye la pulsación nocturna de tambores distantes. Las ondas del aire traen vestigios de rezos y gritos. Al viajar, uno comienza a darse cuenta de símbolos extraños, pinturas grotescas de santos representados con señales raras. ¿Habrá relación entre estas cosas y la opresión sentida? ¡Claro que sí! Es el efecto de la religión autóctona de Haití–el vudú.

El vudú es un sincretismo complicado del catolicismo romano, la magia negra, una hechicería de origen africano y la adoración a Satanás. Los brujos, tanto hombres como mujeres, forman la jerarquía. Proveen de todo a los adoradores–desde curaciones hasta maldiciones. Dirigen los ritos en los cuales procuran ser posesionados del (espíritu). Gallos estrangulados cuelgan por las patas de los árboles cerca del sitio de la ceremonia. Fluye la sangre del chivo expiatorio. Se ofrecen libaciones de guarapo fermentado. Comienzan los tambores. El hougan (brujo) empieza a realizar su evey (pintura de arena). Se intensifican las emociones…

El vudú es más que una religión. Extiende sus tentáculos por todas las actividades cotidianas de la gente. Al enfermarse, el haitiano prefiere buscar el remedio con el brujo más bien que en una clínica. Los ricos al igual que los pobres se mueren como resultado de las maldiciones demoniacas. Hombres casados abandonan sus familias para dedicarse a actividades groseras en nombre de la diosa de amor y virilidad llamada Erzilli.

Gracias a Dios que los que son librados de este culto satánico se vinculan con los evangélicos. Pero no se termina ahí la batalla. Los años de una existencia triste y lastimera producen una “mentalidad de miseria”. Trágicamente, las iglesias dependen de fondos del extranjero para su sostenimiento. Se descuida la doctrina de los diezmos. Los pastores se preguntan que si serían mejores o no los métodos misioneros de San Pablo.

¿Cómo levantar una iglesia que se sostuviera, se propagara y se gobernara a sí misma en tales circunstancias? Nadie ha dado con respuestas sencillas. Pero Dios nos ha ayudado. Actualmente 80 iglesias de las Asambleas de Dios, algunas con una asistencia entre 500 y 600, desempeñan sus funciones. El gran problema es que la mayoría de los miembros todavía no diezman con fidelidad.

Los que trabajamos en el país nos damos cuenta de que una gran parte de la solución descansa sobre la enseñanza efectiva de las verdades fundamentales de la Biblia. Pero allí tropezamos con otros obstáculos:

*El 80% de los haitianos son analfabetos.

*Son dos los idiomas oficiales del país–el francés y patois, o sea, jerga criolla. Lasmasas hablan el dialecto, pero desafortunadamente casi toda la literatura está en francés, el cual solamente unos cuantos entienden verdaderamente.

Frente a semejantes problemas, la tarea parece imposible. Pero hay ayuda disponible–la oración intercesora del pueblo de Dios. No nos vamos a dar por vencidos. Tenemos la firme intención de ver el Reino de Dios establecido en este país, por difícil que sea. Dice un proverbio haitiano: “Detrás de cada montaña esta otra.” La idea describe perfectamente este país, tanto en el sentido geográfico como en el espiritual. ¿Pedirá usted junto con nosotros que Dios derrame su Espíritu en Haití?  ¿Invitará a su clase a orar por este pueblo subyugado?

“La ferviente oración de un justo es poderosa y logra maravillas.”

Santiago 5:16, Biblia Viviente

Dale Preiser


 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

*


1 × = dos

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>