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¿Qué hacer con una clase aburrida?

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 2003.2

Por Raymundo Cantero

 

            Cuando un maestro está frente a un grupo de personas para enseñarles la lección, y éstos manifiestan una actitud de aburrimiento ¿de quién es la culpa?: ¿del maestro, de los alumnos, de la lección, del calor o del frío, del hambre, del sueño, de quién?

¿Pasa el aburrimiento únicamente en las escuelas seculares, o será posible encontrar a un grupo aburrido cuando los alumnos son cristianos y espirituales? ¿Es acaso el aburrimiento un ataque del diablo porque no quiere que los alumnos aprendan y por eso es que tobo buen maestro debe saber reprenderlo?

Hay varias cosas que considerar. Lo primero es que el aburrimiento es la manifestación de un estado de ánimo y la interpretación de una forma de conducta.

En la experiencia docente, se descubre que son las necesidades las que tienen el papel de centro sobre el que giran los motivos de la conducta del alumno. Cuando en el alumno existe una necesidad, se provoca un deseo o interés de satisfacerla con cierta urgencia. El interés concentra la atención y las energías del propio alumno para lanzarla a una acción que responda a esa necesidad.

Lo segundo es que tanto el niño como el adulto obra impulsado por motivos. Motivo es todo aquello que impulsa o mueve para realizar un acto. Decimos que algo es interesante o motivante cuando nos atrae, es decir, incita nuestra atención y querer; en oposición a lo indiferente, que es lo que no nos preocupa ni atrae en manera alguna porque nos es más que aburrido.

El individuo actúa con el fin de alcanzar algún objetivo, algo que desea o algo que quiere evitar.  Su acción está determinada, en género y grado, por el objetivo que se coloca ante él. La pedagogía considera, como motivo y foco de la conducta, los propósitos y objetivos del alumno.  Para ello, existen ciertos principios o leyes:

 

1. La ley de la atracción interesada.  La pedagogía funda este principio en el hecho comprobable de que es la atracción del objetivo en el alumno lo que libera la energía y despierta la actividad.

 

2. La ley de la selección.  El objetivo que se tiene en la mente hace al alumno actuar selectivamente y dirigir así sus esfuerzos de un modo eficiente.  Sin un fin a la vista, no puede separar lo importante de lo insignificante; su actividad será fortuita, no directa.

 

3. La ley de la evaluación del rendimiento.  Cuando el alumno actúa, se pregunta constantemente: ¿Estoy realizando lo que deseo?  ¿Satisface mis requerimientos?  Para saber la respuesta, se tiene que conocer el fin que tiene en mente.

Hay que tener en cuenta que la motivación es el esfuerzo orientado por un interés.  De ella depende la marcha y la continuidad de la enseñanza.  De ahí que el maestro deba sin cesar buscar las fuentes o sectores de los motivos didácticos.  Las tres grandes fuentes de motivación pedagógica son:

 

1.         El alumno con toda su riqueza biopsíquica.  La primera y fundamental fuente del aprendizaje es el alumno mismo.  El conocerse a sí mismo, saber qué es en sus componentes y en su unidad; no porque sea la medida de las cosas, sino porque es lo más vital para sí mismo, es una gran fuente de motivación para aprender.

 

2.         El alumno y el medio social.  Tan vital es para el alumno vivir consigo mismo como con los demás, ya que se ha nacido para convivir.  Este deseo de convivencia es muy motivacional.   La iglesia es también una entidad social, debemos convivir y armonizar unos con otros.

 

3.         El alumno y el medio físico.  El medio le proporciona al alumno los medios indispensables de vida y sobre él influye para dominarlos y mejorarlos.

 

Por último, hay solución para modificar a un grupo de alumnos aburridos, en algo más productivo o en condiciones de poder aprender las verdades que el maestro quiere transmitir. Para ello, se debe utilizar las técnicas motivacionales.  Una técnica motivacional proporciona la fuerza interna que despierta, orienta y sostiene una conducta.  También logra provocar cierto comportamiento y mantener la actividad o modificarla.

Una técnica adecuada tiene el poder de activar los impulsos y las motivaciones individuales y de estimular tanto la dinámica interna como la externa, de manera que las fuerzas puedan estar mejor integradas y dirigidas hacia las metas del grupo.

Por regla general, las técnicas más tradicionales por las cuales se estimula la acción grupal son mencionadas por sus nombres formales.  Algunas de las más conocidas son la de discusión, la de jurado, la de simposio, la de corrillos, del diálogo, de la entrevista, la de lluvia de ideas, el cuchicheo, y otras más.

Otras técnicas de motivación que procuran crear motivos y actuar posibilidades internas, en estado latente del alumno, de modo que se le pueda integrar en la clase y salga de su estado aburrido son:

1.         Victoria inicial.  Preguntas pomposas, pero de fácil respuesta.

2.         Ocurrencias ocasionales.  Crear o sacar provecho de todos los incidentes de la clase.

3.         Espíritu lúdico.  Utilizar actividades o clima de juego.

4.         Correlación con lo real.  Relacionar la enseñanza con la realidad del alumno o hechos de actualidad.

5.         Trabajos interrumpidos.  Comenzar un trabajo y cortarlo para que lo terminen los alumnos.

6.         Realización de experiencias.  Salir del aula, estar en el patio o en un lugar cercano del plantel.

7.         Participación activa.  Proponer que el alumno no sea un mero espectador.

8.         Investigación.  De manera individual o en grupo, indagar lo que dicen otro, en otras fuentes de la biblioteca.

9.         Autosuperación.  El alumno es inducido a superarse sin compararse con los demás.

10.       Personalidad del profesor.  Debe vivir la clase, darse por entero.  Recordemos que para el alumno es su modelo.

Para un maestro de las Sagradas Escrituras, es de vital importancia recordar que el lugar en donde impartimos las lecciones no es una simple sala de clases, sino más bien una sala de trabajo.  Debemos comprender que nuestra labor docente no es sólo informar y transmitir conocimientos, sino más bien,  formar el carácter cristiano y modificar las actitudes.  Por último, no estamos tratando con simples alumnos o estudiantes, sino más bien con discípulos de Cristo.

Ojalá el aburrimiento desaparezca de nuestras clases.  Esto se puede lograr teniendo maestros dinámicos y con chispa que pueden contagiar su entusiasmo, suplir necesidades y motivar cabalmente a sus alumnos para así lograr un óptimo aprendizaje.

 

 

Raymundo Cantero


 

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