Por Eduardo Sánchez
Señor Sansón, Ex Juez de Israel
Cárcel Municipal, Gaza
Agradezco que hayas tomado tiempo para dictar la respuesta a mi carta donde te pregunto la razón por la cual estas prisionero en una cárcel de la nación filistea. Me dices que cuando naciste la violencia tenía esclavizado a tu pueblo. Es notorio que el abandono de Dios trae terribles consecuencias. Cuarenta años de opresión dejaron muchas huellas en los moradores de Israel. Tus padres también sentirían la falta de un hijo que representara seguridad para ellos. Sus esperanzas se habían terminado debido a la esterilidad que sufría tu madre. Pero la mano poderosa de Dios interviene así como lo hizo en el caso de Abraham y Sara, cuando ellos no podían tener familia. Naciste para ser nazareo y servir al Dios de Israel.
Al investigar la historia de tu pueblo, encuentro que antes de tu venida al mundo, ya había varones sirviendo a Jehová. Otoniel, Barac, Gedeón, Jefté, entre otros, conducían ejércitos. Peleaban mano a mano contra sus enemigos. Obtenían resultados impresionantes, pero ninguno como tú, Sansón.
Mataste un león con tus propias manos en una acción que volvería a repetirse vez tras vez. No eras tú mismo. Parecía que una fuerza divina viniera sobre ti y te convirtiera en gigante. Pero no fue esa tu única proeza. Mataste a treinta filisteos para pagar una deuda de juego. Realmente no está bien apostar y pagar con la vida de los mismos enemigos. Eso trae sus dificultades. ¿No sería esa la causa por la cual te pusieron tras las rejas?
El pueblo te declara provocador. Un día tu suegro te impidió ver a tu esposa y tu reacción fue cazar trescientas zorras, amarrarlas de dos en dos por la cola y ponerles una tea ardiendo para quemar las mieses, los viñedos y los olivares de los filisteos. Es correcto defender los derechos de hombre casado, pero me atrevo a asegurar que se te fue la mano en esto. La muerte del anciano timnateo. tu suegro, y la de tu propia esposa, fue la respuesta que te dieron los enemigos agraviados por tu violencia sin control.
Por ser tan temperamental no supiste a cuantos mataste en ese ataque de ira por vengar la muerte de tu mujer. El destierro es tu paga. Tu suegro ha muerto, tu esposa también y a tu casa no puedes ir, ya que pondrías en peligro a tu familia. Cuando tus enemigos fueron a buscarte, encuentras que tu propio pueblo viene tras de ti para entregarte. Con mala intención te dejas amarrar y cuando los filisteos se dan cuenta, ya has matado a mil de ellos con la quijada de un burro.
Quiero mencionar también el caso de Gaza. La gente está de acuerdo que lo más espectacular que vio fue la forma tan fácil como arrancaste las puertas de la ciudad de Gaza. Cerrojos y pilares saltaron de su puesto y con esa pesada carga subiste hasta cerca del Monte Hebrón. Eras toda una celebridad en Israel, ídolo de la juventud judía, pero amenaza para tus enemigos. Lástima que tu motivo para llegar a Gaza no era puro.
Sansón, te agradezco la sinceridad a mi pregunta: ¿Dónde comenzó tu fracaso, si eras tan fuerte y tus enemigos te temían?
Tus padres me contaron la historia de tu nacimiento. Tu madre debía, antes de tu venida al mundo, privarse de bebidas embriagantes y de algunas comidas. Todo es como un acto de preparación en santidad para lo que sería tu ministerio como juez. Tu abundante cabellera sería el testimonio que navaja no pasaría sobre tu cabeza. Esto estaba ligado al voto de nazareo con el cual nacías. Siento respeto por tus padres al ver la actitud tan diligente por saber cómo debían criarte.
Dichoso tú, Sansón, que contaste con padres temerosos de Dios. De seguro te inculcaron valores espirituales de trascendencia para tu vida. Gracias a ellos, juzgaste a Israel por veinte años. Necesitabas conocimiento, fidelidad y obediencia a la ley de Dios para realizar esa tarea. Ese detalle que me cuentas sobre el enigma muestra tu conocimiento de la sabiduría oriental. Tenías buen humor para burlarte de tus enemigos. Tenías sentido de orientación y de estrategias militares. Pero vivías solo. La soledad del poder también te llegó. Tus contemporáneos no te ayudaron en la noble pero difícil tarea de salvar a tu pueblo de manos enemigas. A decir verdad, a tu lado todo hombre sobraría. Te bastabas solo. Dios siempre estaba contigo.
Eras hombre de oración y temeroso de Dios. Dentro de tanta musculatura se ocultaba un poeta y hombre que respetaba a las mujeres. Me dices que fueron ellas las que iniciaron tu caída, y tienes razón.
Eras popular y buen mozo, y cualquier israelita además de sentirse orgulloso se sentiría seguro de tenerte como yerno. Pero no pusiste tus ojos en las hijas de Israel. Tampoco obedeciste el consejo de tus padres de no tomar mujer de los incircuncisos filisteos. Te casaste con una filistea. En pleno día de bodas y por siete días más le da la lloradera a ella. Había sido presionada por sus compatriotas para venderte. “Tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe.” Doblegó tu voluntad y te empujó a otra masacre.
Tus días como hombre fuerte y libre estaban pronto a terminar. Dalila, mujer que vivía en la región de sorec, fue el otro camino para tu derrota. Al igual que tu esposa, fuiste débil de carácter con ella. La pasión no te dejó medir las consecuencias de revelar tu secreto. Más de un intento de esa mujer por descubrir de dónde provenía tu fortaleza y al contrario de tu esposa, que fue amenazada, Dalila actuó por dinero. Jugaste con la tentación. Te volviste a burlar de tus enemigos; los menospreciaste. No te diste cuenta de que detrás de todo ese drama sentimental de la filistea estaban tus enemigos y seguiste con el juego.
Tu carta me revela que el precio por acariciar la tentación y ceder ante ella te trajo funestas consecuencias. Perdiste al fin tu cabellera y con ella el Espíritu de Dios. El poder no estaba en tus cabellos, sino en la obediencia. Bueno, Sansón, al ir dando vueltas en ese molino tendrás tiempo suficiente para meditar y reconciliarte con tu Creador. Realmente te han humillado al encadenarte con esos grillos de bronce y ya no está Dios para investirte de poder para romperlos. Ha sido una pérdida terrible la de tus ojos. Te los sacaron para que no puedas movilizarte y no les siguieras haciendo daño.
Lo único que no me gusta de tu carta es ese mal pensamiento que tienes. Está bien que ellos se burlen de ti. Que digan que fue su dios y no tu desobediencia quien les entregó a su peor enemigo. Me dices que te van a llevar al templo de Dagón, para que seas el objeto de sus burlas. Piensa primero antes de actuar. Van a estar más de tres mil hombres en ese festejo pagano, y ¿cómo podrás hacer justicia por tus propias manos?
Bueno, sólo te pido que no se te ocurra la idea suicida de agarrarte de las columnas centrales de la edificación para intentar derribarlas. Ya no tienes ojos. Y menos la fuerza, al no ser un milagro de la misericordia divina por tu arrepentimiento.
Esperando verte pronto y que tu vida les pueda enseñar a otros a no jugar con los dones recibidos de Dios y con la tentación, me despido cordialmente.
Un espectador meditabundo.
El colombiano Eduardo Sánchez Buitrago cursa sus estudios de posgraduado en la Facultad de Teología de las Asambleas de Dios de América Latina. Es director del Instituto Bíblico Central en Bogotá.
Muy buena carta.