Por David Gómez R.
RACE POCO APARECIÓ en una revista evangélica mexicana un artículo titulado “Los renglones torcidos del hombre”. En el trabajo, el autor se queja de que “la Biblia está siendo mutilada en su contenido” a través de “nuevas versiones que están siendo cambiadas”. Dicho autor pregunta por “ algún organismo internacional que regule este tipo de arbitrariedades”. Al dar por sentada su inexistencia, pasa a puntualizar que “donde se observan más cambios es en las versiones a partir de 1960”.
Abona el articulista a favor de lo que él llama la versión Reina Valera 1569-1602. El resto del artículo está dedicado a resaltar algunas citas bíblicas sacadas de contexto, haciendo recaer sobre quienes han hecho “cambios tan radicales” los anatemas lanzados a quienes quiten o añadan a la Biblia.
Aparte de problemas exegéticos, hay en dicho artículo tres aspectos dignos de notar.
1) No puede ni debe existir un “organismo internacional” que regule las decisiones de traducción, y que en última instancia decida el contenido de la Biblia. Eso equivaldría a un magisterio eclesiástico protestante, el cual tendría la autoridad sobre la conciencia religiosa de los fieles, pues al definir el contenido de la Biblia, estarían definiendo también la doctrina que se sustenta en las Escrituras, y determinaría la conducta de cada individuo, iglesia y denominación.
Contra ese vicio se manifestó la Reforma en su postulado de “Sola Scriptura”. Existen, eso sí, sociedades bíblicas y casas editoras preocupadas por la preservación y promoción de un texto bíblico exacto, fiel, que a la vez sea entendible al lector común. Tales instituciones están dispuestas a dar los nombres de los traductores, de modo que no es ningún misterio la identidad y calidad de estos. El trabajo de esas entidades no es infalible, está sujeto a constante revisión. Cualquier lector que desee hacer observaciones fundamentadas puede hacerlas con la seguridad de que será atendido.
2) No existe ninguna versión Reina Valera 1569-1602. La fecha 1569 corresponde al año en que Casiodoro de Reina publicó su traducción al español de toda la Biblia. Como ya tenía más de veinte años fuera de España cuando publicó su traducción, algunas de las palabras que usó habían perdido el significado que él les daba o estaban adquiriendo significados ofensivos. Fue necesario que Cipriano de Valera realizara una revisión. En ella no hace cambios textuales importantes, más bien se limita a pulir el estilo y poner al día el léxico. Esa revisión apareció en 1602 con el nombre de Cipriano de Valera. No fue sino hasta varios siglos después, en el siglo diecinueve, cuando se reincorporó el nombre de su traductor original, Casiodoro de Reina.
3) El artículo aludido no menciona en absoluto el factor más importante del cual dependen los traductores de la Biblia: los manuscritos.
Para los traductores de la Biblia la autoridad que define el contenido de las versiones es el consenso del cúmulo textual. Por siglos se han ido descubriendo, estudiando y clasificando los documentos antiguos que son copias de los escritos originales. A estas copias llamamos manuscritos. Para un mejor entendimiento de los manuscritos hagamos un breve estudio de ellos.
Las copias originales del Antiguo Testamento fueron escritas en cuero o papiro. Hasta el sensacional descubrimiento de los rollos del Mar Muerto en 1947, no se poseían copias del Antiguo Testamento anteriores a 895 d.C. La razón de esto es que los judíos tenían una veneración casi supersticiosa al texto, lo que los impelía a quemar las copias que se habían hecho tan viejas por ser usadas.
El texto hebreo estaba bajo la custodia de los escribas llamados soferim. De ellos pasó a los masoretas entre el 650 d.C. y el 900 d.C. Los soferim poseían un texto consonantado, al que los masoretas agregaron acentos y vocales y en general estandarizaron el texto hebreo. Revisaban cuidadosamente cada copia y contaban las palabras tanto como las letras de páginas, libros, y secciones. Se dice que todo lo que podían contar en un manuscrito, lo contaban.
Cuando se descubrieron los rollos del Mar Muerto, dieron un texto hebreo que data del segundo y primer siglo antes de Cristo. Tiene casi todos los libros del Antiguo Testamento. Esto fue de gran importancia, ya que proveyó un texto mucho más antiguo que el anterior y demostró que el texto masorético era bastante exacto.
En el campo del Nuevo Testamento la situación es distinta a la del Antiguo Testamento. No solo hay varios miles de copias del Nuevo Testamento, sino que muchas de ellas son muy antiguas. En la lista de manuscritos se menciona ahora la existencia de 88 papiros, 274 manuscritos unciales, 2.795 manuscritos minúsculas, y 2.209 manuscritos de leccionarios. Tenemos a nuestra disposición 86.000 citas del Nuevo Testamento hechas por los padres de la iglesia.
Luego de la invención de la imprenta, la Biblia fue publicada en diversas formas. La vulgata latina fue la primera en ser impresa, pero se hizo lo mismo con el texto hebreo y con el Nuevo Testamento en griego.
La historia de la publicación del Nuevo Testamento griego comienza en 1502 cuando el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros planeó la publicación de la Biblia políglota complutense, que incluía los textos en hebreo, arameo, griego y latín. Aunque esta Biblia fue la primera en imprimirse en 1514, no entró en circulación hasta 1522 porque el Imprimatur del Papa León X no se obtuvo hasta el 22 de marzo de 1520. Mientras tanto el Nuevo Testamento griego de Erasmo salió en 1516, recibiendo así el honor de ser el primer Nuevo Testamento, impreso en griego, en circularse.
La publicación del Nuevo Testamento de Erasmo fue apresurada. En 1514 el erudito consideró la posibilidad de realizar el trabajo con un impresor. En julio de 1515 Erasmo consiguió varios manuscritos, a los que hizo algunas correcciones. En octubre envió a la imprenta lo que consideró que podía usarse para ser publicado y en un lapso considerablemente breve, en marzo de 1516, se terminó la primera edición.
Los manuscritos que Erasmo empleó eran incompletos y tardíos, casi todos del siglo doce. Para el libro de Apocalipsis contaba sólo con un manuscrito al que le faltaban los últimos seis versículos. Erasmo los suplió hacienda su propia traducción del latín al griego. Lo mismo hizo en algunos pasajes más. Como es de suponerse tales lecturas no aparecen en ningún otro manuscrito, pero han llegado a nosotros a través de las traducciones que se han basado en el Texto Recibido. Bruce Metzger dice que Erasmo no usó con frecuencia el mejor manuscrito que tenía a mano, el Códice I. (Metzger, The Text of the New Testament, páginas 102, 103.)
Después de varias impresiones se procuró cotejar los manuscritos en existencia con el propósito de uniformar el texto del Nuevo Testamento. De ese esfuerzo surgió lo que conocemos como el Textus Receptus. Hay dos opiniones en cuanto al origen de este nombre. Algunos atribuyen a Teodoro de Beza el haber dicho: “Tenéis, por tanto, el texto aceptado por todos.” Otros citan esta frase, textum receptum, como perteneciente a la obra de los hermanos Elzevir en su edición del Nuevo Testamento griego de Erasmo de 1633 donde aseguran al lector que tiene “el texto recibido por todos, en el cual no hemos alterado o corrompido nada.”
La importancia del Textus Receptus es enorme. De él se han hecho muchas traducciones de la Biblia, entre ellas la de Pablo Besson en 1919. Pero el campo de los manuscritos bíblicos no ha quedado estancado. Con el descubrimiento de nuevos códices se ha dado lugar a variantes en el texto. Tales evidencias nuevas y variantes han sido tomadas en cuenta por nuevas traducciones y revisiones de la Biblia en español.
Por mucho tiempo se consideró al Textus Receptus como algo intocable, casi venerado. Quienes lo han objetado son acusados de modernistas y sacrílegos. Pero en 1734 el Textus Receptus fue alterado por J. A. Bengel en limitados casos. En 1830 Karl Lachman hizo a un lado totalmente el Textus Receptus y editó un texto basado en el testimonio de los manuscritos antiguos y en principios de la crítica textual.
No obstante, el triunfo de un texto griego del Nuevo Testamento basado en principios de crítica textual llegó con la publicación en 1882 del texto de los eruditos B.F. Westcott y F.J.A. Hort. Con la publicación de este texto el reino del Textus Receptus terminó en el campo de la erudición bíblica.
Hubo, como era de suponerse, una reacción en contra del texto crítico o ecléctico. Aun el mismo J.A. Bengel, cuya erudición, ortodoxia, santidad, y compromiso eran de todos conocido, fue tratado y atacado como un sacrílego cuando hizo fundamentadas alteraciones al Textus Receptus.
En la actualidad el Textus Receptus no tiene real ascendencia en las traducciones y versiones del Nuevo Testamento. En el campo de la erudición bíblica prácticamente no tiene defensores de renombre. Pueden mencionarse a varios eruditos que han optado por un texto ecléctico en vez del Texto Recibido. Entre ellos descollan Bengel, Westcott y Hort, Alford, Tischendorf, S.P. Tregelles, Bruce Metzger, F.F. Bruce, y George E. Ladd.
Pueden mencionarse tres opiniones autorizadas. George E. Ladd dice que el Textus Receptus es basado en la “más pobre de las familias de textos‑ la siríaca o bizantina.” (Ladd, Crítica del Nuevo Testamento, p. 60.) Metzger dice que la base de este texto es “un puñado de manuscritos unciales coleccionado de manera fortuita.” (Metzger, The Text of the New Testamento, p. 106.)
F. F. Bruce comenta que este texto está fundado sobre manuscritos tardíos y que “pocos eruditos en la actualidad sostienen la primacía del texto bizantino”. (Bruce, The Book and the Parchments, p. 177.)
El estudio y comprensión de los manuscritos de la Biblia debe despertar admiración al trabajo de sus perpetuadores, así como una profunda reverencia a la Biblia. Hay suficientes bases documentales para afirmar que el texto bíblico que poseemos es muy exacto y fiel al original.
Decidir hacer un cambio textual es algo que exige largas horas de investigación en los varios miles de manuscritos disponibles, de incontables deliberaciones y consultas, así como de la búsqueda de un consenso entre los miembros de los comités de traducción. No es trabajo fácil. Y menos es algo que por desconocimiento nuestro tengamos derecho a denostar.
Algunas de las decisiones textuales pueden estar equivocadas. Pero, en la mayoría de los casos, dichas decisiones se toman en aras de una mayor fidelidad documental, para que los lectores puedan leer la Biblia sin necesidad de consultar el diccionario por palabras que ya no están en uso hoy en día.
El estudio de los manuscritos no ha concluido. Su cantidad aumenta gracias al pico y la pala del arqueólogo. Quienes estamos lejos de esos campos hacemos bien al tratar de mantenernos informados de sus logros y avances.