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¿Y qué de los siguientes cien años?

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 2014.2

or Rodney Boyd

 

 

La primera semana de agosto del 2014 fue una semana inolvidable.  Me encontré entre miles de personas congregadas en un estadio en Springfield, Missouri, unidas para celebrar el centenario de las Asambleas de Dios de los EE.UU.  Entre ellas, llegaron más de mil personas del extranjero de todo continente, de más de cien países.  La gran delegación latinoamericana estaba sentada a lado de los africanos.  Esta escena de los brillantes y llamativos colores de sus vestidos y trajes me acordó de otra escena de la celebración por venir:

Después de esto vi una enorme multitud de todo pueblo y toda nación, tribu y lengua, que era tan numerosa que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y delante del Cordero. Vestían túnicas blancas y tenían en sus manos ramas de palmeras. Y gritaban con gran estruendo: ¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono y del Cordero! (Apoc. 7:9–10, NTV).

El llamado misionero se sentía con fuerza en el lugar.  El hno. George Wood, Superintendente General del Concilio de los EE.UU. recontó los principios de las Asambleas de Dios y sus cimientos misioneros.  Líderes de diferentes naciones dieron testimonio a los resultados de los esfuerzos misioneros del último siglo.  En el culto de clausura, el predicador misionero nos desafió sobre la tarea pendiente de áreas y grupos no alcanzados y del alto compromiso que será necesario para lograr aquella cosecha.

En la hora de oración y reflexión en el altar, se me vino la interrogante, ¿y qué de los siguientes cien años?  ¿Seguiremos como una iglesia misionera, con el mismo compromiso con misiones?  ¿Cómo usará Dios a América Latina para la última cosecha?

Como misioneros, mi esposa y yo actualmente estamos pasando algunos meses de “promoción”.  Es un tiempo importante para renovar la oración y el apoyo financiero de iglesias e individuos y ganar nuevos socios.  Además, somos voceros de las misiones, abogando por el mayor involucramiento de la iglesia en orar, dar y participar en las misiones.

Hemos tenido el privilegio de reportar que el Señor ha honrado el compromiso y el trabajo de los primeros cien años en cuanto solo 5% de los miembros y afiliados de las Asambleas de Dios viven en los EE.UU.  ¡Somos una iglesia pentecostal, verdaderamente internacional!  Hace cien años casi todos los misioneros eran norteamericanos y europeos.  Hoy en día, sesenta por ciento de los misioneros son de otros continentes, mayormente de América Latina, el África y el Asia.

El despertar de la iglesia latinoamericana es impresionante.  Vemos por lo menos tres evidencias de un nuevo mover.  La unidad que se ve entre los ejecutivos de nuestros países ha resultado en nuevas esferas de cooperación e iniciativa.  La formación de la Fraternidad Hispana de las Asambleas de Dios marca la seriedad de su compromiso con la colaboración y el deseo de ensanchar el sitio de nuestra tienda (Is. 54:2).  La formación ministerial sigue como mandato de nuestra iglesia.  La asistencia en nuestras escuelas e institutos da evidencia de este compromiso.  El auge de interés en la última década en las Cumbres Educativas, en PROCEPA, en especializaciones, y en ATAL habla de la vitalidad del programa.  El crecimiento del programa de las misiones en los últimos años enseña que las Asambleas de Dios de habla hispana han llegado a ser un verdadero socio en el mover misionero.

Cuando nacieron las Asambleas de Dios en los EE.UU. en el año 1914, era un grupo de personas dinamizado por una nueva experiencia en el Espíritu Santo.  No era por la casualidad que este grupo declaró su compromiso con “la mayor evangelización que el mundo ha visto”.

¿Qué compromiso tendremos para los próximos cien años?  Los miles reunidos en esta inolvidable e histórica convocación en Springfield 2014 escucharon el llamado a retomar este antiguo reto y convertirlo en un desafío nuevo, con las condiciones y recursos modernos, con una nueva generación pujante, preparada y decidida a continuar este movimiento del Espíritu.

Como forjadores de esas nuevas generaciones, no tenemos otro mandato que guiarles y acompañarles, equipándolos de los mejores recursos y habilidades, brindándoles una atmósfera educativa pentecostal y llevándoles a adquirir una cosmovisión que trascienda, una visión misional del llamado a la obra del Señor.   Un pueblo del Espíritu siempre será un pueblo misionero.  Qué el Señor nos ayude a aceptar el reto de formar a las presentes y próximas generaciones de obreros para las mies.

Rodney Boyd


 

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