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La cuenta regresiva

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 1993.2

Por Edgardo Muñoz

 

La buena vejez de un creyente se ve coronada por la muerte.

 

Juan se encontraba en la sala de espera del consultorio del especialista. Miraba nerviosamente las viejas revistas de la mesita pero le era imposible concentrarse en más de un párrafo.

Repentinamente, su vista se dirigió al sobre arrugado que dejó en sus piernas. La parte inferior del documento reflejaba tensiones descargadas con la mano. ¡Ahí estaban los resultados de los análisis! Aunque en ellos había términos indescifrables para él, intuía que esas palabras le presagiaban la cuenta regresiva de su vida.

Su nombre resonó en la sala y Juan no recordó si saludó al médico o no al entrar al consultorio. Pero ya estaba frente al escritorio del doctor.

Acto seguido, Juan escuchó la palabra tan temida: “CÁNCER”. Las ramificaciones por todo el cuerpo eran imposibles de quitar. Se le heló el corazón y un hormigueo se apoderó de todos sus miembros. ¡Sólo tenía veintiséis años! Obviamente, no era un anciano, y esto empeoraba las cosas.

Puede que los pastores nos hayamos encontrado con alguna historia semejante, pero real. Es toda una tragedia que un miembro de nuestra congregación deje este mundo antes de lo previsto. Si bien, tenemos una esperanza para el más allá, no dejamos de pensar en los que ven mutilada la familia por la desaparición de un ser querido.

Sin embargo, el dolor es mejor aceptado cuanto más anciano es quien fallece. Esto se debe a que la ancianidad es la última etapa de la vida sobre la tierra y el deceso no es repentino sino que el ser humano pierde su vitalidad gradualmente.

¿A qué edad comienza la ancianidad? No hay respuesta ni numero de años que la determinen. La constitución física y la mental son los parámetros que nos hacen reconocer a uno con necesidad de verse con un gerontólogo.

Hace unos años, el gerente de un banco en una fiesta familiar pronunció ante los invitados que Dios había sido muy bueno con él, y que ya no podía esperar más nada en la vida. Se sentía realizado y satisfecho, ya que en esa mañana había obtenido una jubilación voluntaria que le permitiría pasar mayor tiempo con los suyos.

Pero dentro de las cuarenta y ocho horas se enfermó de una extraña afección de origen psicosomático que en menos de una semana lo mató. En este caso, un estado anímico se transformó en la inequívoca señal de vejez prematura.

Los que gozamos del vigor de las primeras décadas de vida vemos a la muerte sólo como una posibilidad. Pero los que se consideran en la cuenta regresiva son conscientes que llegaron al fin del caudaloso río, y a escasos metros viene la cascada sin rama o puente de los cuales asirse.

Pero todos nos encontramos en el mismo cauce… unos más atrás y otros más adelante. De vez en cuando alguno toma un desavío imprevisto, aventajando a quien lentamente se acerca al borde.

Dios ha sido muy sabio en su creación. Estableció a la muerte como un acto de misericordia. Con ella evitó que siendo eternos y malos transformáramos a la tierra en el mismo infierno. Pero su misericordia fue más allá haciendo que el envejecimiento nos prepare a todos para encontrarnos con él. Este paso de transición no es un apéndice de la vida. Es una oportunidad que el Señor de la vida nos da para enriquecer en Cristo a los más jóvenes.

Se dice que en Eclesiastés 12, Salomón hablaba de la vejez y sus características en forma metafórica. Allí se nombran, y con mucha belleza, unos cuantos aspectos. Pero tenemos que la senilidad cuenta con una considerable merma de los apetitos y ambiciones.

La pérdida de la fertilidad en la mujer y el descenso de la libido en el hombre hacen improbable la concepción. Dios hubiera sido cruel al permitir que nazca un niño que en pocos años o meses no tuviese quienes lo protegieran y educaran.

El insomnio y las madrugadas son otra provisión del Señor para que los últimos días sean más largos y con oportunidades únicas de orar y ser útiles al Reino del Señor. Es hermoso escuchar de los labios de uno en el ocaso de su vida que dan gracias a Dios por tales oportunidades en vez de pronunciar interminables quejas.

Mientras somos niños, la inestabilidad de ideales y emociones nos caracterizan. Pero la rigidez, señal clásica de los ancianos, los capacita para enseñar su experiencia y convicciones “sin titubeos ni dudas” a los que “cambian porque aprenden”.

La fragilidad física es otro regalo divino. Permite que los hijos, receptores de cariños y cuidados mientras pequeños, devuelvan estas acciones.

La proximidad a la muerte tiene la propiedad de cambiar la escala de valores. Un anciano no mide el valor económico de un objeto sino el afectivo. Comienza a valorar con más fuerza a las personas que a las cosas y minimizan los problemas que a nosotros tanto nos aturden. Comienzan a mirar el mundo material “desde el otro lado” desde la perspectiva de la eternidad. De allí que los que ingresan a la senilidad, se desprenden de ahorros y otros bienes fácilmente con tal de beneficiar a sus amados.

Los cinco sentidos pierden agudeza, las sensaciones disminuyen en intensidad y por lo tanto, el mundo pierde sus atractivos. El Señor estableció estos síntomas para que serenamente miremos lo celestial como mejor alternativa.

El amor filial es básicamente un amor biológico. Dios lo creó para que protejamos y cuidemos a los nuestros en medio de un mundo hostil. Pero en el cielo perdurará el ágape, el amor de Dios. Este amor espiritual trasciende los vínculos de la carne y la sangre. Por lo tanto el anciano que tiene a Cristo reemplaza lentamente el amor terreno por el espiritual.

Pero existe una verdad que no podemos olvidar: La vejez no aparece de un día para el otro. Tampoco nos sorprende repentinamente al cambiar de década, y mucho menos al contemplar la primera cana.

En este mismo minuto estamos envejeciendo, al instante de nuestro primer llanto caminamos hacia la muerte. Detectar el camino a la vejez es tan difícil como advertir el movimiento de la manecilla más corta de un reloj. Esto nos llama a vivir sabiamente, “redimiendo el tiempo”, porque “ésta, nuestra morada terrestre se va desgastando”. Hoy, no importa nuestra edad, debemos aprender a claudicar del poder humano. Hoy debemos conocer la renuncia a las posesiones de seres vivos o cosas inanimadas. Hoy debemos saborear el desencanto de los placeres mundanos porque un día perderemos en un segundo lo que aún conservemos de esta vida y sólo quedará aquello que hemos sembrado para la gloria de Cristo.

La buena vejez de un creyente se ve coronada por la muerte. Todo anciano que conoce al Señor debe llegar a lo que dijo San Pablo:

Yo ya estoy para ser ofrecido en sacrificio, ya se acerca la hora de mi muerte. He peleado la buena batalla, he llegado al término de la carrera, me he mantenido fiel. Ahora me espera la corona merecida, que el Señor, el Juez justo me dará en aquel día…”

2 Timoteo 4:6-8a VP.

 

 

 

El argentino Edgardo Rolando Muñoz ocupa los puestos de Decano del Instituto Bíblico Río de la Plata, y Director del Instituto Bíblico Nocturno. También sirve de miembro del comité de editores de CONOZCA. Está casado con Silvia Burger y tienen dos hijos.

 

Edgardo Muñoz


 
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1 Comentario  comments 

Una respuesta

  1. Roxana

    Excelente! Bellísimo! Líneas llenas de sabiduría humana y divina! Gracias!

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