Por Jeremías Bolaños Anaya.
Superintendente General
De la Conferencia Evangélica de Las Asambleas de Dios
de la República de El Salvador en Centroamérica.
Corrían los primeros meses del año mil novecientos sesenta cuando un adolescente asistió a una convención juvenil en un cantón a orillas de la carretera que de San Salvador conduce a Sonsonate.
Funciona allí una iglesia a la que llaman “la iglesia de Ateos”, no por causa de los miembros de la iglesia misma, sino porque el lugar se llama “Ateos”.
El servicio juvenil fue muy poderoso. Hubo alabanzas, testimonios, bautismos en el Espíritu Santo. El predicador invitado, un misionero que recién había arribado al país de El Salvador, se llamaba Juan Bueno.
Llegó la hora del mensaje. Todos pensabamos que predicaría en inglés con la ayuda de un traductor. Pero, para sorpresa de todos, comenzó a predicar en perfecto español. El mensaje fue basado en Isaías capítulo seis, sobre el llamamiento de Isaías.
Argumentaba que el llamamiento al ministerio procede del infierno porque allí están las almas perdidas; procede del mundo porque allí residen los que vivos tienen hambre por las cosas de Dios; procede del cielo porque allí están los ángeles que podrían venir a predicar pero no lo hacen para no desplazar a los seres humanos a quienes les es dado el privilegio de predicar. El llamamiento procede del corazón de Dios, quien “no retarda su promesa como algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2ª Pedro 3:9).
A esa altura del mensaje, el joven de esta historia lloraba con abundantes lágrimas. Dios estaba tratando con él, llamándolo al pastorado. El predicador hizo un llamamiento al altar a aquellos jóvenes a quienes Dios los había llamado. El joven corrió hacia el altar en pleno polvo. Allí continuó llorando entregando su vida al Señor, respondiendo a la pregunta “quién irá por nosotros” al decir: Heme aquí, envíame a mí”.
El llamado fue tan claro que, pasando dos años, aquel joven salió de su casa, llevando dos pantalones, dos camisas y uno que otro utensilio que fuera necesario en el Instituto Bíblico Betel de la ciudad de Santa Ana. Pero, para su sorpresa, el director del Instituto se negaba a recibirlo, porque no daba la estatura, ni el color, ni el peso, por lo que lo mandaba de regreso a casa para que fuera a terminar de crecer y aumentar un poco el peso.
El joven volvió a llorar. No cabía en la mente y corazón de él, la idea de regresar a casa. Esperó hasta que finalizara la inscripción.
- Le suplico que me inscriba, Director.
- Le dije que regrese el año próximo.
- No puedo regresar a casa, ya me despedí de mis padres y de la iglesia. Me despedí cantando un himno que dice: “A los campos que son blancos para la mies, a los que nunca se predicó la Palabra de Dios, buenas nuevas de paz, ya me voy pues Jesús me mandó. A los campos me voy. A sembrar y a segar, con amor y valor fiel he de trabajar”
- Tu nombre completo?
- Jeremías Bolaños Anaya
- Tu edad?
- Dieciocho años
- Privilegios que has desempeñado en tu iglesia local?
- Diácono, secretario del cuerpo oficial y de la iglesia, presidente de jóvenes y superintendente de la Escuela Dominical.
- Traes el dinero de la matrícula?
- Sí
- Pasa, cancela, el equivalente a cinco dólares.
Jeremías Bolaños Anaya, inscrito, listo a realizar sus estudios de primer año. Una sorpresa más: en la misma primera semana de estudios le asignaron su primer campo blanco en un caserío el cual para llegar había que caminar a pie, exactamente veintiún kilómetros. La totalidad de la membrecía eran dos hermanos, los esposos Mena Hernández. A dicho lugar viajó durante los cuatro meses del período de estudios, solamente ganó a un muchacho a Cristo, pero el muchacho murió.
Bolaños cuenta que no tenía la experiencia del bautismo en Espíritu Santo, por lo cual pidió al Señor en la semana de oración del Instituto, que el Señor lo bautizara con su Santo Espíritu según Hechos 2:4. El primer día de la semana, oró, nada sucedió. El segundo día ayunó pidiendo a Dios la promesa, no pasó nada. El tercer día hizo lo mismo, igual. El cuarto día continuó clamando, y nada. El día viernes se propuso ayunar y no salir del templo hasta recibir la llenura del Espíritu Santo.
Pasó la jornada matutina, los estudiantes fueron a desayunar, Bolaños se quedó en el altar del templo. Regresaron los alumnos a los cultos de la mañana, siguió rogando a Dios y no recibía.
Decidió no ir a almorzar ni a cenar. Pasó el servicio de la noche. Los maestros y alumnos se retiraban, Bolaños persistía en el altar. Dos pastores de experiencia se acercaron y le dijeron: Ya no llores, sólo adora. Levanta tus dos manos al cielo. Bolaños hizo exactamente como le indicaron los pastores de experiencia. Levantó las manos y adoró. Luego lo envolvió un calor que corría de la cabeza hasta los pies y empezó a hablar en un idioma que no conocía. Bolaños había recibido el bautismo en el Espíritu Santo.
Así volvió a su campo a veintiún kilómetros de la ciudad. Habló con los anfitriones.
- Hermanos, les dijo, – celebremos un culto especial.
- Yo cumpliré años en febrero – dijo el anciano. – Preparen tamales, chocolate y café.
Así lo hicieron. Unos días antes de la fiesta de cumpleaños, Jeremías se lanzó a invitar a la gente del caserío, al mismo tiempo que levantaba una pequeña enramada con varas de bambú y zacate de arroz. Improvisó unos asientos, con varas y madera ordinaria.
Llegada la noche se amarró la mejor corbata que tenía, es decir la única, de color azul y su camisa blanca. Se sentó en la principal de las bancas, tomó una guitarra y empezó a cantar alabanzas al Dios del cielo. Poco a poquito, la gente fue llegando hasta que las cinco bancas lucían llenas de invitados, unos cristianos y otros inconversos.
El anfitrión miró que ya había buena asistencia y que a la gente le habían gustado las alabanzas. “Predique ya pastor”, le dijo. El pastor de dieciocho años comenzó a predicar pero no tenía completamente desarrollada la voz. Por lo que a cada rato aparecían “los gallitos”.
La gente se reía a carcajadas. El predicador había dejado de ser vocero del evangelio y servía de payaso. Esto causó que Bolaños elevara una oración y le dijera al Señor “por favor, Dios mío, toma control de esta situación. Tu palabra no quedará burlada ni tu siervo que la predica”.
De pronto le se aclaró la voz, y brotó la voz que actualmente lleva. La congregación se silenció, abrió tamaños ojos y estuvo atenta al mensaje basado en Juan 3:14 al 16.
El anfitrión se acercó y le habló al oído a Bolaños. “Haga ya el llamamiento, pastor.” El llamamiento comenzó.
Alguien había llegado montado en un caballo negro. Era el dueño de la hacienda. Al llamado que hacía el predicador, el hombre del caballo se levantó, caminó hacia el altar donde ministraba el pastor Bolaños. El predicador pidió oración, creía que venían a matarlo. Pero el hombre de nombre Odilio, dobló sus dos rodillas, comenzó a sacar los cigarrillos que llevaba, los desmenuzó ante toda la congregación, sembró el machete en la tierra y levantó las dos manos diciendo: “Yo acepto a Cristo como mi Salvador”.
¡Aleluya! Había ganado un alma. Tras Odilio, pasó la esposa Julia, luego la primera hija Dilsia, luego Boris. Siendo que ellos eran los dueños de la hacienda, comenzaron a pasar los colonos. Catorce personas de rodillas en el polvo recibiendo a Cristo en el corazón.
Cuatro personas más pasaron a hacer su reconcilio con el Señor. Gloria a Dios! Allí nació la iglesia a la cual bautizó con el nombre de iglesia “Monte Sion de las Asambleas de Dios” La cual después de cincuenta y cinco años permanece estable.
Así fueron los inicios del ministerio del pastor Jeremías Bolaños, quien actualmente lleva cincuenta y cinco años de continuo trabajo pastoral. Cuatro conclusiones:
Primero, no debemos olvidarnos de reclutar obreros para la mies; porque la mies es mucha y los obreros pocos. Debemos lanzar el llamado a los jóvenes, que vengan al altar, sin designar cual será el campo en el cual se van a desempeñar. Algunos serán pastores, otros misioneros, otros maestros, otros evangelistas, qué sabemos.
Segundo, tomemos en cuenta que según Romanos 11:29 “los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables”, de tal manera que a quien Dios llama, él mismo lo confirma y lo establece. De allí que el joven que recibe el llamamiento de parte del Señor al ministerio, no debe temer, ni debe aspirar comenzar con una iglesia grande. El pastor que comienza de cero, y, poco a poco va experimentando el crecimiento, es el que sabe valorar la bendición de Dios y la grandeza de su llamado.
Tercero, el muchacho que recibe el llamamiento al pastorado y está consciente del mismo, debe lanzarse a cumplir su cometido, sin ningún temor. Si está consciente que Dios lo ha llamado, irá al campo sin esperar nada a cambio. Irá a trabajar con la confianza que el crecimiento lo dará el Señor a su debido tiempo.
Y cuarto, debemos considerar que los jóvenes vayan al campo, debidamente bautizados en el Santo Espíritu según Hechos 2:4, pues de allí depende que tengan éxito en el ministerio.
Que Dios levante un gran cosecha de jóvenes dispuestos a servir al Señor, “antes que lleguen los días malos y lleguen los años, de los cuales digan, no tuve en ellos contentamiento” (Ecles.12:1).
Que gran testimonio de la vida de nuestro Superintendente General en El Salvador. Dios ha levantado este siervo humilde para bendecir a la nación y animar a muchos más que sigan a sus pisadas. Me conmovió leer la historia completa de su llamamiento. Gracias por compartir!
Gloria a Dios,este testimonio me ha sido de mucha edificacion.
Glorioso y maravilloso testimonio hermano Jeremías.
Qué hermoso testimonio!!!
Estoy comenzando con mi familia a pastorear en una Iglesia que se llama Monte Sion de Asambleas de Dios con un solo miembro de la iglesia