Por Eleazar Martinez Chavez
.
Todo comenzó con una oración. Aún antes de ser enviados, Jesús oró por sus enviados y aquellos a quienes habrían de escuchar el mensaje de sus enviados:
“» No ruego solo por estos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos,” Juan 17:20 NVI
Jesús conocía que la oración es la llave del cielo para la proclamación efectiva del evangelio. La oración en el evangelismo tiene la capacidad de proveer la fuerza necesaria para el cumplimiento de su mandato, pues esta nos alinea al corazón de Dios lo cual hace que una convicción y compasión sobrenaturales comiencen a invadir nuestro espíritu y al final todo nuestro ser. La oración es la que trae ese primer convencimiento que nos urge a predicar el evangelio de la misma manera que un bombero lo tiene para arriesgar su propia vida en medio de un incendio por salvar a otros.
Jesús nos enseña a interceder por dos motivos en específico; por nosotros los enviados, y por aquellos que habrían de creer en él por nuestro mensaje. Este principio no puede ser ignorado por ninguno de nosotros, que fieles a su Palabra hemos sido movidos a compasión y amor por los que aún no le conocen.
La oración por los enviados
Jesús también sabía que el secreto del cumplimiento de voluntad del Padre en el evangelismo estaba en la oración y no en nosotros mismos. El apóstol Pablo lo entendía y hace la siguiente petición en su carta a los colonenses:
“y, al mismo tiempo, intercedan por nosotros a fin de que Dios nos abra las puertas para proclamar la palabra. COL. 4:3a
El único que puede abrir las puertas es aquel que tiene el poder por sobre todas las cosas; Dios mismo. Durante nuestro evangelismo debemos ser conscientes de qué hay un enemigo poderoso luchando en contra de nuestro fiel cumplimento de la proclamación de evangelio, pero a su vez debemos recordar que mayor es aquel que está en nosotros. Orar por aquellos a quienes les predicamos es confiar en que el Señor abrirá puertas, y derribara potestades demoníacas que se oponen a la vida de su mensaje. No son nuestras habilidades ni capacidades, sino Dios mismo preparando los corazones que aquellos que escucharan su evangelio. También hay otra preocupación real en el corazón de Pablo:
“Oren para que yo lo anuncie con claridad, como debo hacerlo.” COL 4:4
Una de los peores errores que podemos cometer en nuestro evangelismo es no ser fieles al mensaje de Dios. Esta petición viniendo de uno de los más grandes predicadores que Dios haya usado con su poderoso evangelio, nos debe hacer conscientes de la gran importancia de anunciar fielmente el mensaje de salvación.
He experimentado que durante mi evangelismo, sobre todo las primeras veces que salí a las calles, me veía tentado a ceder ante aquellas cosas que creía yo podrían funcionar mejor en lugar del evangelio. Una palabra de aliento, un buen deseo o alguna expresión física de empatía, más no de compasión como el evangelismo lo demanda. La gente siempre tendrá situaciones difíciles que podrían distraerte, y no digo que debamos ser indiferentes o que no les ayudemos si está en nuestras posibilidades, solamente no olvidemos el por qué hemos sido enviados. La oración de Jesús, definitivamente tenía que ver con esto, y la petición de Pablo debe seguir siendo nuestra oración personal antes de ir a proclamar su evangelio para poder “hacerlo con claridad, cómo debemos hacerlo” Hacerlo con claridad se trata solo de usar un lenguaje sencillo, sino un mensaje completo.
La oración por los que habían de creer
Estoy convencido de que muchos creyentes en muchas iglesias que aman genuinamente a Jesús, no necesitan más métodos o estrategias, solamente necesitan tomar este recurso del cielo y unirlo a su proclamación del evangelio de forma inseparable. Aunque debemos estar listos para predicar la buena noticia en todo momento, los hijos de Dios no debiéramos predicar sin haber orado, ni orar sin predicar, pues si bebemos de la fuente celestial, no podemos esperar otra cosa más que ver brotar corrientes de agua viva de nuestro interior.
Si pudiéramos ver el efecto de la intersección, en la obra del Espíritu que hace en el corazón de los hombres aún antes de proclamarles el evangelio, pasaríamos más tiempo orando que entreteniendo y más tiempo intercediendo que refutando.
Es bien sabido que los grandes hombres y movimientos de Dios que algún día han impactado al mundo, han sido liderados por personas con un corazón dedicado a la oración. Los mismos discípulos lo sabían; habían visto el poder de la oración en el propio hijo de Dios, quién era el evangelio en carne.
“En los días de su vida terrenal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión.” HEB 5:7
Jesús intercedió por aquellos que habrían de creer en él por nuestro mensaje. No podemos esperar menos que ver la obra poderosa de Dios como respuesta a esa oración cuando nos unimos en ese clamor.
En conclusión, la intercesión, es ese actuar espiritual que pide el favor de Dios sobre nosotros para que avive en nuestros corazones su mensaje de salvación, pero también es ese clamor incesante que pide el favor de Dios sobre aquellos que han de creer por nuestro mensaje en el Señor y Salvador de nuestras almas. Este evangelio es poder de Dios para salvación, y solo habremos de ser efectivos si dependemos completamente de su poder por medio de la oración de intercesión.