Por Eduardo A. Santizo
ISUM, que naciste como prodigio de amor,
que creces, y te agigantas en cada corazón,
que fatigas, pulverizas y rompes la tradición;
tienes la magia divina y el esplendor
de trocar en codiciado oro, la sutil quimera.
En tu carisma
de discípulos amantes,
aprendí a honrarte en gran manera
al contemplar el duro diamante
de finos y delicados prismas
que del barro saca tu bendita caldera.
Con sacrificio me enrolaste
y me arrullaste con suave bienvenida;
me envolvió tanto tu hechizo
que me espanta la idea de olvidarte
y queda un trozo de mi alma
en cada despedida.