Por Eloísa Merrill
“Los niños estaban terribles hoy,” me dijo una amiga que había terminado de enseñar su clase. “¿Por qué se portarán tan mal justo el día que tengo un dolor de cabeza tan terrible?” Simplemente no supe que decirle y le recordé que tal vez los había afectado la nieve que había caído inesperadamente durante la noche.
Mientras me alejaba para enseñar mi clase, no podía dejar de pensar en mis propias responsabilidades como maestra, y de pronto me di cuenta cuál era el problema de mi amiga: a una clase de niños muy activos, se le agregaba el problema de una maestra irritable, y entonces se creaban dos problemas de disciplina. Por un lado los frustrados niños a los que siempre se regañaban, y por otro, una maestra que sentía lástima de sí misma y era muy irascible.
Cuando analizamos el comportamiento de nuestros alumnos, no debemos olvidarnos de analizar también el nuestro como maestros. Es inevitable que tanto el maestro influya a los alumnos, como que estos ejerzan influencia en el comportamiento del maestro.
Los niños captan las actitudes con mucha rapidez, y por lo tanto, siento que una de las cualidades indispensables en un maestro es la de que sea apacible y tranquilo.
En mi carrera como maestra, debo admitir que algunas veces mi actitud ha hecho que los alumnos tengan mal comportamiento, y que yo coseche lo que he sembrado. Por ejemplo, un día entre a la clase de alumnos del quinto grado, y deje caer mis libros de música sobre el escritorio. Mirando a los inquietos niños, sin siquiera una sonrisa les pedí que prestaran atención. Para mis adentros me dije: “Es mejor que hoy se porten bien y que traten de aprender algo. Algunos de estos chicos no saben absolutamente nada de música.”
Pero ese día los niños no se portaron bien, y tampoco parecían entender el material que les enseñaba. “Qué cosa,” pensé, “estoy aquí para enseñarles música y para que disfrutemos de este tiempo, y simplemente no están aprendiendo como debieran. ¿Qué es lo que pasa?”
Parecía haber un marcado diseño en el éxito o fracaso de las clases de música. Los días en que me sentía apurada, cansada e inepta mentalmente, eran precisamente los días en que los niños se portaban mal. ¿Por qué no se guardaban el mal comportamiento para los días en que yo me sentía mejor y podía lidiar con ellos de una manera más satisfactoria?
De pronto me di cuenta de que los niños estaban simplemente reflejando mis propios sentimientos y que mis actitudes eran las que determinaban el comportamiento de la clase. Así que decidí usar mi descubrimiento, y me aseguré que las próximas clases de música fueran mejorando paulatinamente, y entonces no solo comenzamos
a disfrutar de la música, sino que también de nuestra compañía mutua.
Al pensar en los años en que fui alumna, recuerdo a algunos maestros que casi siempre estaban enojados y de mal humor, y que tenían problemas con la disciplina en la clase. También tuve otros maestros que resolvían el problema de la disciplina haciendo que la clase fuera un reino de terror, en donde los alumnos no podían rendir al máximo. Gracias a Dios que tuve muchos maestros de temperamento tranquilo, estable, que deshicieron o disminuyeron los efectos nocivos del comportamiento de los otros maestros.
Es probable que los maestros irascibles no hayan estado enojados con sus alumnos, sino más bien que su comportamiento reflejará alguna circunstancia adversa en sus propias vidas. Cuando esto ocurre, lo mejor que podemos hacer es ser honestos con nuestros alumnos y compartir con ellos nuestras debilidades, pidiéndoles que nos ayuden y cooperen con nosotros. Pero de ninguna manera debemos descargar en nuestros alumnos nuestra irritabilidad o nuestros problemas. Debemos pedirle al Señor que nos ayude a vivir de modo que nuestros semejantes no vean nuestros problemas y dificultades reflejados en nuestro comportamiento.
Dado que el Señor Jesucristo espera que seamos como él, es decir, que actuemos como él hubiera actuado en la situación, entonces debemos esforzarnos por comportarnos con amor, paciencia, amabilidad y autocontrol en cada circunstancia de la vida. El Señor siempre actuó con buenas intenciones e inspirado de motivos puros.
Me siento animada y motivada por los altos niveles que encontramos en dos pasajes de la Biblia. 2 Corintios 5:17 dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” Y en 2 Corintios 2:14,15, leemos: “Más a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden.”
A medida que enseñamos, consideremos que nuestros estudiantes nos estudian a nosotros. Quiera Dios que cada vez que enfrentemos a nuestros alumnos lo hagamos con entusiasmo y optimismo, y que no dejemos que los incidentes que nos ocurren afecten adversamente nuestra manera de enseñar.