Por M. David Grams
Las palabras me saltaron de la página. Leía yo el capítulo cinco de Romanos en la versión Lo más importante es el amor cuando me detuve en el versículo 2: “Él nos ha situado en la posición altamente privilegiada que ocupamos, donde confiada y gozosamente esperamos alcanzar a ser lo que Dios quiere que seamos.”
Alcanzar a ser lo que Dios quiere que seamos. La idea me impresionó profundamente.
Estamos en los primeros días de un nuevo año. Sin duda nos hemos sentado para planificar las muchas actividades de los próximos doce meses: predicaciones…clases que enseñar…reuniones que dirigir…viajes…conferencias…comisiones. Como siempre, hay mucho que hacer. Pero este texto nos habla de ser lo que Dios quiere que seamos. Antes de hacer, ser.
Al salvarnos, Dios tenía en la mente un plan personalizado para nuestra vida. El sueño de Dios, podríamos llamarlo. El propósito divino.
El plan de Dios es hecho a la medida para cada persona. Somos seres únicos, un original sin copias. Dios se interesa por desarrollar en cada vida el ministerio especial para esa persona. El Señor declaró a Ananías que Saulo de Tarso era “instrumento escogido”. Pablo tenía que llevar el mensaje del evangelio a los gentiles y aun delante de reyes. Pero Dios tenía otros planes para Pedro, Santiago y Juan. Cada uno tenía que conocer el plan divino y esforzarse para cumplirlo.
Hace poco escuché el testimonio de un hermano que ilustra esta verdad. Dicha persona había conocido al Señor a una tierna edad. En su juventud presenció muchas manifestaciones poderosas del Espíritu Santo. Sintió un llamado al ministerio, pero siendo persona introvertida, tropezó con muchos problemas al tratar de hablar en público.
Le llama mucho la atención el ministerio de un evangelista y logro relacionarse con su asociación para ser nombrado representante en el país. Durante varios años exhibió sus películas en lugares públicos. Ardía con el deseo de tener un ministerio como aquel gran evangelista.
Pero luego, decidió hacerse representante de otra asociación fundada por otro evangelista. ¡Cuánto deseaba predicar y orar por los enfermos como él! Empezó a usar los mismos sermones de esa persona a quien admiraba tanto, pero con pocos resultados.
Pasaron años de frustraciones en que este hermano imitaba uno que otro predicador. Al fin, se dio cuenta que Dios tenía ciertos dones particulares para él. Un plan hecho a su medida. Hoy se encuentra feliz, y motivado para seguir en el ministerio como pastor de una iglesia creciente en la ciudad principal del país. El plan de Dios para él era ser pastor, no evangelista. Y lo hace magníficamente bien.
Debemos hacernos las preguntas. “¿Qué es lo que Dios quiere de mi vida? ¿De quién es el plan que sigo actualmente? ¿Quién establece las metas que debo alcanzar este año? En mi planificación de los próximos meses, ¿proyecto lo que quiero yo, lo que quieren otros, o lo que quiere Dios?
Habiéndonos convencido del plan divino, podremos manifestar el mismo optimismo de Pablo al decir: “No que haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.”
Quiera Dios que digamos lo mismo al comenzar este año de 1983.