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Inquietudes de la hora

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 1983.1

Por Carlos Jiménez R.

 

¿Cuál debe ser la verdadera ética social de la iglesia? Para responder a semejante pregunta, hay que pensar dolorosamente que quizás carecemos de una conciencia social definida para la iglesia.

En muchos círculos evangélicos, en forma inconsciente quizá, “ser espiritual” casi equivale a apoyar el sistema individualista y dominante del gobierno del país en que uno vive.

Cuando alguno de los creyentes ha tenido inquietudes sociales no es raro que se le tilde con el anatema de predicar “el evangelio social”. Pero ¿cómo puede haber un evangelio social y otro espiritual? El evangelio es uno solo. Queda su aspecto espiritual en primera instancia, pero como consecuencia de ello se debe llenar y cumplir una labor social.

En la iglesia conservadora nos hemos regido por todos los versículos que tienen que ver con el aspecto espiritual. Hemos dejado de lado la labor social. Es cierto que la Biblia dice “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”, pero también dice que “las demás cosas vendrán por añadidura”. Las demás cosas no tienen que ver con el Espíritu sino con las necesidades materiales del ser humano. El mensaje de Santiago 2:14-16 debe sacudirnos para que lo pongamos en práctica.

La izquierda sí subraya todo lo social que existe en el Evangelio pero lo hace de una manera parcial. Algunos de los llamados teólogos “tercermundistas” señalan que Jesús puso énfasis sobre la obra social. Concluyen que Jesús era un guerrillero. Pero olvidan que ese guerrillero pasaba noches enteras de oración, días de ayuno, hablaba continuamente de su Padre Dios y no movía ni un dedo si Dios el Padre no lo autorizaba.

Era un guerrillero muy singular. Jesucristo era “intensamente horizontal” pero también era “intensamente vertical”. Amaba ardientemente a Dios y amaba ardientemente al prójimo. Era muy inquieto espiritualmente y muy inquieto con las necesidades sociales. “Dadles vosotros de comer,” dijo.

El evangelio debe ser un evangelio integral, completo, uno que satisfaga las necesidades espirituales del hombre y también las materiales. No podemos dedicarnos a salvar el alma de una persona y dejarla en su casta de miseria porque el sistema imperante lo quiso así.

Tampoco podemos promover un sistema manchado de sangre, eliminador de las libertades del hombre y enemigo de la fe en Dios como única alternativa para un cambio de estructuras. Eso equivale a lavarnos las manos como siempre y hacernos cómplices de lo que ocurra.

La iglesia latinoamericana no debe ni puede defender el estado de injusticia actual pero tampoco debe cruzarse de brazos, dando así su visto bueno al avance de ideas completamente materialistas como las que desean implantar los liberacionistas, y que son opuestas a la fe en Dios.

Ayer, cruzarnos de brazos significaba ayudar al sistema injusto a seguir en el poder, no ayudando a multitudes a poder participar decentemente de la vida. Cruzarnos de brazos hoy significa colaborar a implantar un sistema ateo de materialismo.

Ese puede ser nuestro gran error ‑cruzarnos de brazos. Puede llegar a ser un “error a pecado”. ¿Permitiremos que nuestra apatía prive al ser humano de las necesidades básicas? ¿Dejaremos que el espíritu de las tinieblas haga lo que le dé la gana en este mundo?

 

Siempre que la iglesia esté de brazos cruzados el resultado será el mismo: error, injusticia, ya sea de izquierda o de derecha. No hay duda que no podemos hacer sólo horizontalismo sin antes practicar el verticalismo. El horizontalismo exagerado de algunos sectores de la iglesia católica y protestante es peligroso. Llega a ser la preparación entre los creyentes para que el materialismo tome el poder.

El materialismo está bien organizado, mejor que cualquier movimiento de inquietudes sociales en la iglesia. Con su organización, intelecto y pasión, terminará devorando a cualquier grupo horizontalista eclesiástico que coquetee con él y no tenga a la vez un acentuado énfasis vertical carismático.

Para un horizontalismo sin peligros se requiere una verticalidad clara y evidente a la vez. A eso se le puede llamar la perfección de la cruz.

El horizontalismo del amor al prójimo y el compromiso social, acompañados de la fe en Dios, los carismas del Espíritu Santo, la adoración fervorosa, el culto continuo, el presentar a Jesucristo como el Señor y Salvador y una consulta continua en oración a Dios será la única señal de perfección que se logra en la cruz del Calvario. Jesucristo con su muerte nos indica el camino a seguir.

El materialismo no es la alternativa para la iglesia ni para el mundo, como tampoco lo es cualquier sistema injusto que explota cada día más al pobre y enriquece cada día más al pudiente. Aunque algún sistema logrará una más justa repartición de los bienes con sus bombas, paredones, fusilamientos, secuestros, odios y todo tipo de violencia, el Espíritu Santo nos ha dicho bien claro que si repartimos todos los bienes para dar de comer a los pobres, y no tenemos amor de nada nos sirve. Los medios de violencia no pueden ejecutarse en el nombre de Jesucristo. Por eso rechazamos a los tutores de la teología de liberación.

¿Cómo vamos a predicar la justicia social de la Biblia a los que están en tinieblas si los que creemos que estamos en luz no somos capaces de poner en práctica en nuestras comunidades cristianas tal justicia social? Parece que somos actores antes de ser predicadores de palabra que no cumplimos. Hay que sacar la viga de nuestro ojo.

Debemos ser ejemplos. Entiéndase bien. No se puede hacer justicia social sin antes satisfacer la justicia de Dios. Debemos procurar una renovación espiritual teniendo en mente que si es genuina la renovación en nuestro Espíritu, los cambios de la estructura socio-económica serán apenas una de las tantas consecuencias colaterales de ella. Dios recibirá la gloria que se propuso al crear este universo.

Se necesita una verdadera fuerza espiritual para emprender una tarea como es la labor social. Solo el deseo y los buenos propósitos no bastan. Pablo dijo que las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para deshacer fortalezas. Esto es más serio de lo que pensamos. ¿Usaremos las armas que Dios nos ha dado? Ya que la lucha no es contra sangre ni carne, ¿cómo podremos combatir al príncipe de las tinieblas cual terroristas con una bomba molotov?

Para lograr un cambio social no hay dudas que la iglesia debe comprometerse con las denuncias de los males sociales. Pero que también se comprometa a efectuar los cambios sin aliarse con activistas que ocasionan disturbios, violencia y descontento. Nuestra misión no es aumentar la angustia del pueblo. No debemos ser solamente puros en los motivos que nos inspiran, sino también en los medios que utilizamos para lograrlos.

 

La iglesia que alza su voz profética en contra de la injusticia social no hace nada nuevo. Así lo hicieron nuestros antecesores. Amos, siervo y profeta de Dios, denunció los males sociales de su día. Amos 2:6-8.

Con esto no queremos decir que las denuncias sociales deben hacerse por caprichos o para satisfacer nuestros sentimientos, sino que sea por mandato de Jehová. De esta manera podremos decir como dijo el profeta: “Así ha dicho Jehová”.

No es nuestra intención decidir cuáles deben ser las prioridades en el servicio social de las iglesias. Cada país tiene sus necesidades y prioridades. Los dirigentes de la iglesia deben fijar las pautas a seguir. Pero hagámoslo ya, porque de lo contrario, otros lo harán por nosotros y lo harán mal, ya que no tienen la mente del Señor.

Alguien ha dicho: “La revolución se hará con nosotros, sin nosotros o contra nosotros”. Más vale que la hagamos nosotros con amor y buscando servir desinteresadamente. Si no, otros harán la revolución de la metralleta y la violencia.

Tomado del material de estudio del Seminario II del Instituto de Superación Ministerial titulado: CRISIS EN LA TEOLOGÍA CONTEMPORÁNEA.

Carlos Jiménez R.


 

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