Por José Bisso C.
¡LA VIRGENCITA! ¡SALUDE usted a la virgencita! Era éste uno de los imperativos que recibí cuando niño. Colocaba la gente delante de mí la figura de una mujer, representada ella en diversas estatuillas de variados tamaños y vestimentas, pero siempre con el mismo apelativo: “la virgencita”. Se nos enseñaba que le debíamos respeto. Tendríamos que presentarnos con suma reverencia cuando nos halláramos en necesidad alguna. Deberíamos susurrar un rezo ante ella en cualquier momento. El nombre asignado a esta figura era “Virgen María”, con el propósito de darle la preeminencia en la vida de los seres humanos. Se hacían cada vez mayores esfuerzos, especialmente a cargo de los marianos, por conseguir este fin.
Nunca fui un devoto practicante, pero el continuo repetir del Ave María impregnó en mí el respeto y la consideración a la llamada “virgencita”. Luego al ser alcanzado por la gracia del evangelio, tuve un cambio radical. Pero se me surgió una pregunta un día: ¿Será correcta mi actitud ahora con respecto a María?
Me vi en la obligación de hacer una diferencia entre lo que es la imagen, y lo que es la persona de María. La Biblia la presenta como “…una virgen desposada con un varón que se llamaba José de la casa de David”, Lucas 1:27. Halló gracia delante de Dios para llevar en su vientre al Hijo del Altísimo, Lucas 1:30-32.
El pensamiento católico romano ha cambiado muy a propósito la imagen por la persona. Incita e inclina el corazón de la gente hacia la idolatría, dando una sobredimensión a la figura e importancia de este personaje en el plan de Dios. Se apela a una falsa tradición.
Por otro lado se ve confusión, esta vez la persona por la imagen. Algunos creyentes con una buena y necesaria disposición contra la idolatría llegan a pasar por alto la persona de María. Se ve que María era una mujer temerosa de Dios cuando aceptó la voluntad de Dios para ella. Estaba comprometida con un hombre justo. Era humilde, reconoció su condición y su posición delante de Dios, Lucas 1:46-49.
Claro que no podemos aceptar la idea de su virginidad perpetua. Eso sería ofender su persona, pues tuvo otros hijos con su esposo José, Mateo 12:46; 13:54-56. Ni tampoco podemos irnos contra María sólo porque un determinado sector de la humanidad ha hecho de su nombre lo que ella en vida nunca aspiró: ser la figura sobresaliente en el plan divino de salvación. Ni adorarla ni ignorarla.
No podemos temer enseñar sobre su participación como un instrumento para llevar adelante el plan supremo de Dios. En su oportunidad lo fueron Moisés, Jeremías, Pedro y Pablo, sólo por citar unos ejemplos de personajes bíblicos cuyo reconocimiento lo hacemos sin objeción alguna.
Es más, somos también instrumentos de Dios para llevar adelante su obra en nuestros tiempos. La Escritura dice en múltiples ocasiones que hemos de servir al Señor, Salmo 100:2; Romanos 12:11; Colosenses 3:24; Hebreos 9:14; 12:28. En su tiempo nuestro trabajo será reconocido, 1ª Corintios 15:58.
Ejemplo tenemos en María, sierva del Señor. Seamos siervos humildes y fieles.
Estudiante en la Facultad de Teología, José Bisso Calle es pastor de una iglesia en Lima. El y su esposa, Ana María Aiquipa tienen cuatro hijos.