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El camino progresivo de exaltación a María

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 1999.3

Por Amaro Rodríguez G.

Primera parte

 

EL EVENTO MÁS importante del catolicismo romano en la última mitad del siglo XX, el Concilio Vaticano II, se inició bajo signo mariano.  Constituiría el mayor exponente ecuménico de los últimos tiempos por parte de los católicos; sin embargo, tanto el comienzo como el desarrollo y particularmente las conclusiones y resultados han puesto de manifiesto que la “Santa Sede” no cede.  Sigue en vigencia la “Roma semper idem”, siempre igual.  Aquellas supuestas buenas intenciones de unidad eran más aparentes que reales.

Los dogmas marianos constituyen a todas luces uno de los asuntos de controversia más difíciles entre católicos y cristianos no católicos.  La importancia y énfasis que se ha dado a María y todo lo relacionado con ella en las últimas décadas es notable.  Juan Pablo II, el papa viajero, destaca en primer término sus visitas a los santuarios marianos en los distintos países:  Lourdes, Fátima, Guadalupe, entre otros.  Reiteradamente ha invitado a todos los cristianos a unirse con él en la devoción y culto a María.

Somos conscientes de las diferencias profundas y dificultades prácticamente insalvables para llegar a un acuerdo compartido entre católicos y evangélicos.  Partimos de principios y postulados a priori totalmente diferentes.  Para los evangélicos, la Biblia, integrada únicamente por 66 libros con exclusión de los libros apócrifos, constituye la única fuente de revelación, perfecta y suficiente regla de fe y costumbres.  Es tribunal supremo, e inapelable en todo cuanto Dios ha querido mostrarnos como necesario para la salvación.

Por su parte, la iglesia católica sigue sosteniendo como fuentes de revelación, no sólo la Escritura, sino también la tradición, a la que concede la misma autoridad.  La ve como más excelente por ser más antigua.  Es cierto que el Vaticano II ha hecho algunas modificaciones, pero las mismas son más bien cambios de forma que de fondo.  No se habla tanto de Escritura y Tradición, sino de dos vertientes de revelación que se funden en el Magisterio Eclesiástico.  Se entiende por el mismo la función docente de la iglesia ejercida por el papa y los obispos, ya reunidos en concilio o dispersos por el mundo, pero en sintonía con el papa.  De esta manera, desde el Magisterio Eclesiástico parten todas las directrices doctrinales y disciplinares, constituyendo a la vez el único medio legítimo de interpretación y sin permitirse ninguna otra interpretación particular.  Así mismo, dicho Magisterio, al que supuestamente Jesucristo confió el depósito de la revelación, se atribuye el derecho de ir desarrollando el mismo encomio.  Puede elevar a categoría de “dogmas” ciertas creencias populares que o adolecen de una interpretación del texto bíblico, o directamente carecen de todo fundamento bíblico y se apoyan únicamente en la tradición.

Lamentablemente los “dogmas marianos” son producto del proceso descrito.  Pero nosotros no podemos “ir más allá de lo que está escrito”, porque no queremos caer en la condenación bíblica de quienes se atreven a añadir, cambiar o quitar una sola tilde al texto sagrado.

Se ha dado extraordinaria importancia al lugar único y singular que ocupa María en el catolicismo romano.  Los fieles deben venerarla en un grado más elevado que a los santos en general.  Ya en el II Concilio de Nicea en el año 787 d. C. se hizo una distinción entre la veneración dada a los santos (dulía), la adoración que sólo debe tributarse a Dios (latría), y el culto a María como un caso aparte (hiperdulía).  De esta manera se le coloca a María por encima de los santos y en posición un poquito inferior a Dios…en teoría.  Tanto las minuciosas distinciones de los teólogos, como el vivir  cotidiano de los fieles católicos en su devoción a María se confunden, poniendo en la misma línea el culto de hiperdulía y el de latría.  El camino progresivo de exaltación a María, que la iglesia católica ha recorrido a através de la historia queda ampliamente demostrado por medio de la declaración de dogmas, definiciones doctrinales, atributos y privilegios especiales que los papas y magisterio eclesiástico le han otorgado.

Cabe destacar que según Roma, una persona es considerada católica, no por su fe directa en la Biblia, sino por su obediencia a la autoridad de la iglesia.  En consonancia con esto, alguien es considerado hereje, no tanto por claudicar en la fe, sino por sostener tercamente opiniones contrarias a la fe católica sin tener en cuenta la autoridad de la iglesia.

Roma hace las siguientes calificaciones dogmáticas y censuras teológicas:

  • ·  De fe divina y católica.  Lo que ha sido explícitamente definido por el magisterio

de la iglesia como revelado por Dios.  Lo opuesto es herejía.

  • Doctrina católica.  Lo enseñado universal y constantemente por la iglesia.  Lo

opuesto es error en doctrina católica.

  • Teológicamente cierto.  Conclusión teológica deducida de una premisa de fe y

otra del razonamiento analítico.  Lo opuesto es error en teología.

  • Cierto en teología.  Lo enseñado por unanimidad de los doctores de la iglesia,

máxime por Tomás de Aquino.  Lo contrario tiene la censura teológica de falso,

temerario o no seguro.

  • Opiniones, afirmaciones probables.  Las afirmaciones respaldadas por teólogos

de nota que pueden ser discutidas defendidas o atacadas sin censura oficial.

Lo llamativo de todo esto es que ciertas creencias que han llegado a alcanzar la

categoría de dogmas, comenzaron siendo opiniones, simples creencias populares.  Esto es precisamente lo que ha sucedido con el desarrollo de la mariología.  A medida que la iglesia primitiva se expandía por el mundo mediterráneo y europeo, el folklore, los ritos y las fiestas marianas fueron brotando en muchos ambientes.  Las costumbres del pueblo prepararon el terreno generalmente para las declaraciones oficiales de los dogmas.  A lo largo de la historia, papas y concilios han atribuido a María, los siguientes títulos y privilegios entre otros:

  •  Maternidad divina
  •  Virginidad perpetua
  •  Inmaculada concepción
  •  Asunción corporal a los cielos
  •  Corredentora del género humano
  •  Intercesora universal
  •  Dispensadora de todas las gracias
  •  Reina del cielo y de todos los santos
  •  Prototipo y madre de la iglesia
  •  Madre de toda la humanidad
  •  Omnipotencia suplicante.

Sería imposible desarrollar exhaustivamente todos estos títulos, pero vamos a referirnos a las cuatro primeras afirmaciones que constituyen los cuatro grandes dogmas marianos.

  1. 1.     Madre de Dios.

La maternidad divina de María es el principio fundamental de toda la mariología.  De acuerdo a la teología católica romana, la declaración dogmática de que María es madre de Dios constituye su privilegio más grande.  Es la razón de ser y la clave para entender todos los demás privilegios, títulos y gracias especialmente otorgadas a María.  Es uno de los temas de mayor controversia entre católicos y evangélicos.  Declaraciones papales, decisiones conciliares y así como disquisiciones minuciosas y arbitrarias de diferentes teólogos han dado tal énfasis a esta creencia que se afirma que por ser madre de Dios, María toca los mismos límites de la divinidad y pertenece al orden hipostático y círculo íntimo de la Trinidad.  Llegan a afirmar que María fue “ontológicamente” separada por su maternidad divina y absolutamente impecable por necesidad moral.  No es extraño que a partir de tales concesiones, le adjudiquen a María privilegios y atributos más propias de la divinidad que de una criatura.  En el intento de exaltar a María, no es infrecuente encontrar en la mariología una hábil y sutil argumentación con aparente fuerza de convicción.  Cuando se sujeta a un examen objetivo, sin embargo, adolece de sofismas, argucias, medias verdades y apelaciones más a los afectos y sentimientos  que a la razón y a la lógica.

La argumentación a favor de la maternidad divina de María sigue la idea de que si es madre de Dios se necesitan dos cosas:  1) que sea madre de Jesús y 2) que ese Jesús sea verdaderamente Dios.  La discusión data de los siglos III y IV del cristianismo cuando los creyentes dejaron de ser perseguidos.  Comenzaron a surgir las herejías o ataques directos a la ortodoxia de la fe cristiana.

Arrío de Alejandría dio tanto énfasis a al humanidad de Cristo que terminó negando su divinidad.   En su defensa, aparece Atanasio usando el famoso término theotokos.  Otros habían usado anteriormente el vocablo para demostrar que Jesús era verdadero Dios, porque María era verdadera theotokos o deípara, porque había dado a luz a Dios mismo.  Pronto el término theotokos, nacido en un contexto cristológico para defender la divinidad de Jesús, fue usado por Cirilo para aplicarlo al terreno mariológico.  De manera que en el Concilio de Éfeso en el año 431 d.C. se declaró que María es verdadera madre de Dios.  Se dice que las multitudes enardecidas por su devoción mariana, aclamaban por las calles de Éfeso:  “Hagia María Theotokos” (Santa María Madre de Dios).  Salió del concilio este edicto:  “Si alguno no confiesa que el Emanuel es verdaderamente Dios, y por tanto, María es Madre de Dios, –Theotokos—ya que engendró según la carne a Dios, sea anatema”.

Resumimos nuestra postura con referencia al dogma de la maternidad divina de María de la manera siguiente:

1)     La Palabra de Dios es la única, suficiente y perfecta regla de fe.  Creemos y

aceptamos toda y sola la Palabra escrita.  Nadie puede negar que la expresión o

frase “Madre de Dios” no aparece en ningún texto del Nuevo Testamento.

2)     Hay textos bíblicos que reclaman y establecen claramente la suficiencia y autoridad de la Palabra de Dios.

3)     Las declaraciones dogmáticas tienen que ser obligatoriamente aceptadas y creídas por el católico, bajo pena de excomunión.  Pero esto contradice los textos bíblicos anteriores, ya que dichos “dogmas” deberían haber estado definidos desde el principio por su importancia y por constituir parte del depósito de la fe.

4)     El debatido término theotokos nació y se originó en un contexto cristológico  para demostrar la divinidad de Jesús y no la maternidad divina de María, como sucedió luego.

5)     El sutil y sagaz argumento que María es madre de Jesús, Jesús es Dios, luego María es madre de Dios, se tiene que analizar objetivamente.  Más que un argumento lógico, es un sofisma, porque tiene una premisa verdadera y otra falsa o media verdad.  Aceptamos que María es madre de Jesús y que en Jesucristo hay dos naturalezas:  una divina y otra humana.  Así mismo, creemos que en Jesucristo hay una sola persona, la segunda persona de la Trinidad; pero lo cierto es que esa persona ya preexistía desde toda la eternidad como el Verbo de Dios.  Por lo tanto, lo que preexiste, de ninguna manera puede ser llamado hijo.  La madre da origen y es antes que el hijo.  Si no queremos caer en contradicción de términos, tenemos que declarar que Jesucristo, verdadero Dios y hombre, es un misterio, y como tal, excede y sobrepasa la capacidad de comprensión de la mente humana.  María es el vaso de elección y la criatura más excepcional que ha existido, ya que tuvo el privilegio de concebir en su seno a Jesús cuando se encarnó y tomó nuestra naturaleza humana para poder redimir a la humanidad.  María, aunque excelente, es al fin una criatura humana.  En su canto del “Magnificat” reconoció a Jesús como su Señor y Salvador.  Lucas 1:46-47.  Como creyentes evangélicos respetamos, amamos y aceptamos a María como la mujer excepcional en la que se cumplió la señal del profeta Isaías, Isaías 7:14.  Nos identificamos con ella en Hechos 1:14 cuando está con los que esperan la venida del Espíritu Santo.  XXX

Concluirá en el próximo número.

 

Amaro Rodríguez G.


 

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