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Editorial 1989-1: Mañana, cuando nuestros hijos pregunten

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 1989.1

Por Floyd Woodworth

 

 

No podía creerlo el caminante. Detuvo la marcha para contemplar la escena en el pequeño parque que hubiera deseado le sirviera de un lugar de reposo durante el calor del mediodía. Pero, ¿quién podría cobrar fuerzas ante semejante escena? Se desmoronaban las orejas y los dedos de la estatua mugrosa que en un tiempo se había colocado en memoria de un prócer de la patria.

 

Preguntó el caminante a unos chicos que correteaban bajo la mirada de la figura:

 

- ¿De quién es esa estatua?

 

Recibió miradas de indiferencia y desdén.

 

- ¡Ea, vamos a ver quién mata el primer pájaro! – gritó un chico.

 

Todos buscaron piedras. Ignoraban la identidad y los sufrimientos de aquel cuya memoria se había intentado asegurar con el modesto monumento. Lo que menos les interesaba era que disfrutaban en muchas maneras de los resultados de sacrificios de héroes del pasado.

 

Y nosotros, ¿qué lugar fijamos en nuestra escala de valores para aquellos que rompieron surcos con abnegación, paciencia, lágrimas? ¿Nos importa cómo sufrieron para sembrar la semilla del evangelio frente a recias persecuciones? Nuestro pueblo ha ganado simpatía por nuestro fervor y fe de hierro, pero no hemos brillado por nuestro entusiasmo en preservar nuestra historia, ni tan siquiera en darle un vistazo a la historia de lo que sea. No tenemos paciencia ni interés en saber del pasado. Lo que nos interesa es el presente y el futuro. Duele pensarlo, pero hasta la historia que nos proporciona el Antiguo Testamento tiene pocos partidarios entre nosotros.

 

Debe ser motivo de preocupación nuestra costumbre de desatender la historia. La Biblia no nos anima en eso. Más bien nos insta a darla a conocer a nuestros hijos y al hermano en la fe.

 

Preocupado por la posibilidad de que los grandes acontecimientos históricos pasaran al olvido, Moisés exhortaba a los israelitas a que cuando sus hijos preguntaren, se les enseñara bien la historia. Se estableció la fiesta de La Pascua con carácter didáctico. Es que necesitamos todos saber de dónde venimos, cuáles son nuestras raíces.

 

La fiesta de Tabernáculos tenía también un propósito didáctico. Era una lección objetiva. Se celebraba para que no se olvidara la historia del éxodo de Egipto. Hacía a la gente recordar y sentir el impacto de las experiencias pasadas por sus antepasados cuando anduvieron en el desierto en calidad de nómadas. Había que enseñar historia y hacerla sentirse en el alma. ¡Y pensar que nuestro pueblo no sabe de aquellos tiempos difíciles cuando comenzaba la obra en nuestro país! ¿No sería que es hora de invitar a los hermanos a pasar a las tiendas de campañas, a morar bajo enramadas para que sientan los rigores de las persecuciones y la soledad?

 

Jehová insiste de nuevo cuando Josué está para dirigir al pueblo en su invasión de la tierra prometida. [osué recibió la orden divina de levantar un memorial para que cuando las generaciones futuras preguntaran, pudieran darse cuenta de lo grande de su Dios y para que renovaran su confianza 3 en El. Lo asombroso del propósito es que no solamente los descendientes de los israelitas debían saber lo que sucedió, sino también todos los pueblos. “Para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de [ehová es poderosa; para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días” Josué 4:24.

 

Jesucristo se preocupó también porque la historia se mantuviera latente en cada corazón. Instituyó la Santa Cena como recordatorio de su pasión en la cruz a favor de la humanidad.

 

Se dio una orden divina en numerosas ocasiones para escribir cosas que se habían visto u oído. De veras que Dios manifiesta una preocupación incesante por la recordación de la historia. Por lo tanto hay que escribirla.

 

Podemos aprovechar la historia para ver lo que se hizo bien. Al analizar las decisiones y los acontecimientos, podemos decidir si esas mismas posibilidades están a nuestro alcance ahora. Esa es una magnífica forma de adelantar el Reino de Dios.

 

La historia es buena maestra cuando nos permite ver problemas del pasado debido a decisiones y actuaciones indebidas. Si lo deseamos, podemos aprender mirando equivocaciones de movimientos y personas en la historia. Lástima que más personas e iglesias no aprovechan esas ayudas cuando el costo de enterarse es tan bajo. En cambio, la ignorancia cobra bien caro.

 

Otro gran valor de la historia es su potencial para inspirar y motivar. ¿Quién no siente entusiasmo al leer de las hazañas de los antecesores quienes con pocos recursos y contra recios vientos alcanzaron victorias gloriosas? A veces parecían insuperables las dificultades, pero se aferraron a las promesas de Dios. ¿Cierto que el lector siente un impulso de emular tan formidables ejemplos?

 

Nos incumbe hacer conciencia del valor de la historia. Qué bueno fuera que cada iglesia celebrara una semana o un día de énfasis cada año sobre la historia. Se podría observar un domingo de los precursores y de los fundadores de la Iobra en el país. Se podría dar honor a los fundadores de la misma iglesia local. Bien se merecen reconocimiento público por su ardua labor. No hay soledad más cruel que la del olvido.

 

Qué interesante que se prepararan exhibiciones con fotografías y artefactos. Se podría hacer un periódico mural con artículos de diferentes épocas de la obra y anécdotas. Se podría ofrecer una cena y tener como invitados de honor a los que más tiempo llevan en la iglesia.

 

Una posibilidad sería que uno o dos de los fundadores dieran un breve testimonio contando de algún momento de crisis en el comienzo de la obra y cómo el Señor obró. Se podrían cantar los himnos que se usaban en los primeros años de la obra. Y se podría pedir a algún compositor de himnos que prepare un canto alusivo a los días de antaño en la obra.

 

Habiendo voluntad y personal, nada mejor que un cuadro dramatizado de las pruebas y victorias de la historia para presentar un mensaje elocuente a los nuevos de la iglesia.

 

Si los israelitas podían armar sus enramadas y dormir siete noches en la calle como un recordatorio de la historia, ¿qué podremos hacer nosotros para resaltar nuestras raíces tan importantes?

 

Otro deber nuestro que significará mucho para “todos los pueblos” es la investigación seria y continua, buscando salvar nuestra historia del olvido. No es tarea fácil. Hay que tener la paciencia y determinación de un detective. Hay que sentir un santo orgullo por nuestro pasado y por las letras. Tenemos que preservar con arte, dignidad, estilo ameno, la historia nuestra para cuando nuestros hijos (y todos los pueblos) pregunten.

 

La historia es una mina excepcional de ilustraciones para sermones. Aprendamos a explotarla. Animemos a otros a hacerlo también ya que el mensajero más pobre tiene posibilidades de aumentar el valor de su comunicación al incrustarle brillantes y esmeraldas sacadas del mismo suelo de los receptores.

 

“La historia consuela. Nos hace ver que no somos los primeros para luchar por la Causa.

 

“La historia insta. Nos dice que breguemos contra la corriente como hicieron los de antaño.

 

“La historia orienta. Señala el mejor camino de acuerdo con la experiencia del pasado.

 

¿Qué haremos cuando nuestros hijos pregunten? _ fww

Floyd Woodworth W.


 

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