Por Coco Canto
Hablar de justicia social sigue siendo un tabú en gran número de iglesias evangélicas conservadoras fundamentalistas de las naciones de América Latina. Podría ser que, en una multitud de escenarios, cualquiera que toque el tema, o tan si quiera se atreva a sugerirlo, es tildado de marxista, liberacionista, comunista y un sinfín de estereotipos ideológicos y políticos que no permiten un diálogo sano de las implicaciones del evangelio.
En honor a la verdad y con una mirada autocrítica, se puede decir que todo aquel cristiano que desee renegar de hacer justicia y misericordia en una sociedad en penumbra, con dolor y siglos de opresiones, y en las mismas Escrituras que tanto le gusta leer; le harán sentir muy incómodo debido a que las referencias de hacer el bien están por todo su contenido.
Podrá encontrar en ella partes del pietismo que tanto puede agradar a la fe del corazón y de la relación vertical con Dios, pero al llegar al punto de abogar por los menos favorecidos la confrontación será directa. Podría acontecerle algo similar – a modo de analogía – al apóstol Juan en Patmos, las Escrituras pueden ser dulces para su paladar, pero la convocación de la responsabilidad hacia el prójimo que en ellas se encuentran podría llegar a ser amarga para el estómago (Ap.10:10-11).
Superar el dualismo y las dicotomías
Aunque en este siglo no ha habido loables esfuerzos por parte de las Asambleas de Dios, al menos en México, de tener como institución religiosa, una estructura organizada, visible y corporativa de altruismo al prójimo más allá del compromiso del evangelismo, como organismo vivo, seguramente puede aun sentir en su ADN aquellos inicios donde prácticamente el amor y la gracia, además de la sangre, borraban “la sangre de separación” como mencionaría Frank Bartleman.
Robert P. Menzies dijo algo que refleja una separación importante entre el pueblo evangélico fundamentalista mayoritario, y el pentecostalismo, haciéndole perder el eco del avivamiento que trastornó al mundo al palpar a Jesús por el Espíritu Santo:
Históricamente, el cristianismo a menudo ha expresado actitudes ambiguas y a veces no bíblicas hacia el cuerpo. La tendencia gnóstica de ver el cuerpo como malo y una prisión del alma, muy a menudo ha influenciado en la iglesia. El resultado ha sido el énfasis en “la salvación de las almas”, con poca preocupación por el cuerpo y las necesidades concretas y físicas de las personas aquí y ahora. Aun así, los pentecostales declaran un mensaje diferente… ellos también vigorosamente proclaman que Jesús es el Sanador.[i]
Lamentablemente el dualismo evangélico, por llamarlo de alguna manera, tiene una influencia notable en gran parte del entender teológico, del quehacer misional y de la visión de las Escrituras en la tradición pentecostal, haciendo del evangelismo un reduccionismo de salvar almas, pero no de integrar toda la perspectiva holística del Jesús sanador que tanto proclaman los pentecostales a más ámbitos de la vida humana.
De hecho la doctrina de la sanidad divina, concepto epistémico, puede permitirle al pentecostalismo alcanzar una conciencia social y profética que no se conforma ante la injusticia y la tiranía de este mundo. Como diría el teólogo anglicano N.T Wright:
Una vez que los nuevos movimientos del Espíritu (a saber el pentecostalismo y la renovación carismática) indicaron que Dios también estaba interesado en los cuerpos, fue solo un pequeño paso para reconocer… que Dios está interesado en todo el mundo de la creación, incluida la sociedad y la cultura.[ii]
Pero mucho más que una herramienta heurística de aprendizaje, la sanidad se trata de una experiencia viva y pneumática que debe traer solidaridad y misericordia hacia aquellos que se encuentran situaciones desfavorables alrededor de nuestro entorno.
Es decir, si el cuerpo humano es importante, entonces sus necesidades también lo son, y por lo tanto, el Señor y Dios que levantó a Jesucristo de entre los muertos, y quien ha dispensado el Espíritu de profecía, puede traer liberación, paz y misericordia sobre los pueblos que están en gran quebrantamiento social y sufren en penurias y a causa de entidades naturales y sobrenaturales que los someten a esclavitud. Esto sin prescindir de la responsabilidad individual de la mortificación del pecado, la necesidad de justificación y santidad personal para la salvación.
Esfuerzos para el fomento de una conciencia social, dentro de nuestra tradición, puede verse sobre todo con teólogos latinoamericanos que vivieron en carne propia las consecuencias de las guerrillas, del dolor de la miseria y las injusticias. Por ejemplo, no podemos negar el impacto del teólogo ecuatoriano René Padilla, quien propuso el lema de la “misión integral” en los años 70, que, a diferencia de la teología de la liberación, aboga por la justicia sin demeritar el evangelismo, y ciertamente, quien influenció en el pacto Lausana (1974). Un escrito que no deja de ser evangélico y urge a la iglesia a predicar de los horrores del infierno y la condenación, pero que a la par, ha adoptado estos matices sociales dentro de sus compromisos.
Dicha perspectiva profética se vio vertida en teólogos pentecostales de Centro América, El Caribe y el hemisferio global sur, como Elvin Villafañe con su propuesta de “el Espíritu liberado” o el peruano egresado de Oxford, el Dr. Darío López con su “pentecostalismo y misión integral”. El lema de estos pensadores es que el pentecostalismo – que nació de entre las personas más marginadas, socialmente vistas con desprecio por la clase acomodada, y que por medio del bautismo en el Espíritu adquieren un entendimiento profético de la sociedad – no puede quedarse con brazos cruzados cuando existe un llamado a la justicia.
Lo triste de la actualidad es que el apocalipticismo activista, tan característico de los primeros años de la lluvia tardía, ahora más bien se ha convertido en un sensacionalismo escapista, que en lugar de ver un futuro lleno de posibilidades de cambio y esperanza en base a la manifestación del Hijo de Dios que todavía no se ha develado como proponía Jürgen Moltmann,[iii] (el futurismo pentecostal), ahora aboga a nivel popular de forma mayoritaria por la desidia, la falta de compromiso por la tan aclamada escatología popular de “cuanto peor, mejor”, “todo está escrito, no se puede hacer nada más por este mundo”. Cesar Carvalho, tiene razón cuando dice que, si bien este pensamiento “produce un sentido pesimista de acomodación, hay uno peor: es el cumplimiento de la Palabra de Dios… de la esperanza pasamos al individualismo y al egoísmo”.[iv]
Además, el cristiano de nuestros días no debe ser recordado como un esenio que se esconde del mundo y su aflicción, en busca de la santidad personal en demérito de la justicia a su prójimo. Si bien el pentecostalismo es un grupo de expectación apocalíptica, su quialismo[v] ardiente, que abre un horizonte ante un reino de Dios físico y consumado sobre la tierra por literalmente mil años, no puede ahora simplemente quedarse con brazos cruzados ante la tragedia del cosmos y el dolor del género humano.
La coherencia apunta más bien a buscar la justicia en el mundo de los más desfavorecidos, cumpliendo así su espera por la intervención escatológica de Dios. Los seres humanos no podemos traer el Reino Divino, sin embargo, la Iglesia sí es una expresión viva de ese Reino Sempiterno que llama a los pecadores y sedientos a las aguas de la reconciliación (Ap.22:17). Roger Olson, teólogo bautista reconocido mundialmente en la actualidad, quien en su pasado fue pentecostal, acierta al reflexionar acerca de su propia perspectiva premilenialista:
Algunos han argumentado en el pasado que el premilenarismo fomenta el quietismo… entre cristianos. No estoy de acuerdo. Si se entiende el premilenarismo hace todo lo contrario. Si la pobreza, la injusticia, la opresión, la crueldad, etc. no serán parte del reino mesiánico de Cristo en la tierra; entonces mi tarea como cristiano, como ciudadano ante todo de ese reino, es hacer todo lo posible para abolir esas cosas aquí y ahora en previsión del futuro. Además, si Dios planea establecer su reino en la tierra, entonces se preocupa por todo el mundo, incluida la naturaleza. Eso nos da un motivo para ser “guardianes del jardín” hasta que él venga.[vi]
No obstante, debe aclararse este punto: no se trata de la elección entre dos opciones, como si la Iglesia pueda deslindarse del evangelismo proclamador del perdón de pecados, la vida eterna y la regeneración espiritual, en pos de clamar por la justicia de los pobres, o viceversa. El evangelio integral afirma firmemente que el aspecto salvífico regenerativo al confesar a Jesús como Señor y recibir el Espíritu Santo, es primordial. Parece que esta situación recuerda a los días de Moltmann, donde se encuentran dos polarizaciones, aquellos que ven la esencia de la iglesia en la salvación de las almas, y aquellos que ponen tal esencia en la acción social para la salvación y vida real.[vii] Dicho teólogo alemán, que estuvo en un campo de concentración al observar la deshumanización de la guerra, contesta ante semejante estrago dicótomo de sus días:
Desde el punto de vista cristiano no hay alternativa alguna entre evangelización y humanización… Ni existe entre la llamada dimensión vertical de la fe y la oración y la dimensión horizontal que radica en el amor al prójimo y el cambio político… Los unos dicen: “Cambiaos a vosotros mismos y se cambiarán vuestras situaciones”. El reino de Dios y de la libertad debe referirse únicamente a personas. Desgraciadamente la realidad no les da la razón… Los otros dicen: “Cambiad las situaciones y se cambiarán también con ella los hombres”. El reino de Dios y de la libertad se les tiene que ver primero con las situaciones y las estructuras. Desgraciadamente los hombres no le dan la razón… Por tanto hay que hacer ambas cosas a la vez.[viii]
Sin embargo, a pesar de seguir con la aprobación del evangelismo persona a persona, eso no quiere decir que el tema de la piedad social pueda dejarse de lado u olvidarse. En esta disyuntiva nos cabría bien recordar las palabras de nuestro Señor Jesucristo: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque diezmáis la menta y el eneldo, y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario de hacer, sin dejar de hacer aquello (Mt.23:23). O, también la definición de religión de su hermano Santiago, que nos invita a cuidar la piedad individual, pero a la par, abogar por la justicia y el cuidado de nuestro semejante: la religión pura y sin mácula delante del Dios Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del mundo (Stg.1:27).
Como Moltmann ha comentado, en la Biblia, no se nos da la libertad de elegir una cosa o la otra, si bien, esto podría verse reflejado a nivel del ministerio personal y el don que el Espíritu dio a cada uno, corporativamente toda Iglesia está llamada a proclamar justicia y liberación de la opresión de aquellos segregados, débiles y sin esperanza, además de fomentar una mejora en su entorno encarnado y físico, tal como lo deseamos los pentecostales al orar por sanidad divina. Como se mencionó antes, este imperativo está justificado con las Sagradas Escrituras, desde la Torah, los profetas y en Jesús, quien unge la obra apostólica.
Conciencia profética en contra de la injusticia
El siglo VIII a.C. es conocido como el siglo de oro de la profecía en Israel. Los profetas que ministraron en ese intervalo de años estaban muy interesados en la apertura del pueblo de Dios a las necesidades sociales. El ministerio de varios profetas, sobre todo Amós, Isaías, Miqueas, y en cierta medida Oseas, se traslapó y refleja hoy la influencia que las tres partes tuvieron entre ellas.
Amós, quien se cree que probablemente empezó su labor profética primero (760-750 a.C.), se dedicó a denunciar las injusticias sociales del Reino del Norte liderado por Jeroboam II quien dirigió al pueblo a una época llena de bienestar económico como nunca, pero a costa de aplastar y olvidar a los más necesitados.
En general sus escritos son una denuncia al sistema político corrupto de la nación y la degradación moral que la idolatría había fomentado. Este pastor, agricultor y profeta (Am.1:1), en una parte de sus oráculos dirige una fuerte denuncia a la religiosidad meramente ritual y externa, sin el compromiso del amor al prójimo y el procurar la justicia: Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré ante vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arrollo (Am.5:21-24).
La justicia que debía correr como un río impetuoso en tal escenario de sequía moral y espiritual era defender la causa de los justos y de los pobres. En su lugar, los líderes políticos y religiosos recibían cohecho, en los tribunales hacían perder la causa de los pobres (Am.5:12-13). Por lo tanto, existe la exhortación a hacer lo bueno en lugar de lo malo, debían establecer justicia en juicio, además de un amor profundo al bien y un odio tajante hacia el mal (Am.5:14-15).
Algunos eruditos piensan que esta estructura de llamado al arrepentimiento que Amós utilizó influyó grandemente en Isaías (740-681 a.C.), quien, a diferencia del anterior, tenía su ministerio en el reino del sur, en las tierras de Judá. Encontramos la misma línea de pensamiento, donde, asombrosamente para el lector amante de la ley de YHWH, en esta ocasión el ritual levítico es repudiable a Dios y que en ello encuentra gran fastidio y disgusto:¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos… No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes (Is.1:11-14).
Algún lector atento con un poco de conocimiento de hebreo posiblemente quede atónito al encontrar la palabra תּוֹעֵבָה (heb. Toebá, abominación), que es referida a lo repugnante para la divinidad en el ámbito de la idolatría y la inmoralidad sexual para describir actos solemnes dentro del templo, sobre todo referido al altar de incienso donde se rociaba la sangre del animal en el día del Yom Kipur. Pero ¿cuál será la causa de la reacción de rechazo divino por rituales que él mismo instituyó? ¿cuál puede ser una razón suficiente para presentar disgusto hacia lo bueno de la religión judía? Solamente puede ser la desobediencia al mandato de hacer justicia a los necesitados de entre la nación. Como dice el Dr. Samuel Pagán:
El profeta no está necesariamente opuesto a los rituales; lo que el libro de Isaías rechaza abiertamente son los sacrificios religiosos sin repercusiones morales ni transformaciones éticas. Para el profeta, lo fundamental de la experiencia de culto es cómo la gente religiosa trata a las viudas y a los huérfanos. La piedad debe estar al servicio del bienestar de la humanidad.[ix]
Sin embargo, como en Amós, hay un llamado a volverse a Dios, lo que es el arrepentimiento. Tal llamado es estandarte de muchas campañas evangelísticas y es recitado por predicadores callejeros con un micrófono y una bocina para llamar a los incrédulos a que hagan alguna oración del pecador y sean justificados gratuitamente, que si bien, no es un acto malo e incorrecto, dejarlo sólo así es evadir el contexto e ignorar las repercusiones que Isaías tenía en mente. El tan famoso llamado a venid luego, dice Jehová y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos, si fueren rojo como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana (Is.1:18), tiene el fin de hacer reflexionar al pueblo de Dios por sus acciones malvadas y deshumanizadoras al prójimo. El rojo que describe el pecado no es un color arbitrario, sino que apuntan a las manos manchadas de sangre de los opresores (Is.1:15), sangre de los justos a los cuales no se les brindó justicia y en su lugar habían sufrido el homicidio.
Antes de la llamada a arrepentirse Dios, por medio de Isaías, declara a la nación su deber de limpiarse “lavaos y limpiaos” (Is.1:16) son imperativos (heb. qal y hitpael), que refuerzan la responsabilidad del pueblo a purificarse de sus malas acciones. El hitpael es un verbo hebreo que describe una acción reflexiva, lo que apunta a una limpieza a sí mismo, además de algo reiterado e intensivo. El lavamiento debía hacerse visible con acciones concretas, a saber: hacer el bien, buscar el juicio, restituir al agraviado, hacer justicia al huérfano, y amparar a la viuda (Is.1:17).
El falso evangelio de la “free grace” es falso justo por esto, porque no exige a la comunidad en Cristo a rendir cuentas a Dios de sus acciones ni encarnar la verdad del reino en la cotidianidad. Cuando todo se reduce a justificación legal/forense de los pecados sin santificación y la pasividad “salvo siempre salvo”, se puede olvidar el papel importante de la auto crítica y el descuido de las personas que necesitan de nuestro amor y ayuda. No hacerlo es reprobable para el Señor. También esta es una advertencia para entender que la piedad popular y sus formas, además del ritualismo protocolario de nuestra liturgia se podrían convertir en un fastidio para Dios si detrás de eso no hay un corazón correcto que tenga el fin, como diría Samuel Pagán, del bienestar humano.
Para que esta piedad popular, pero carente de significado, no quede sin ser confrontada, Isaías habla del verdadero ayuno (Is.58). En lugar de los intentos ascéticos hipócritas del pueblo de Israel, este ayuno es el de dar libertad a los oprimidos, desatar las ligaduras, dar pan al hambriento (Is.58:6-8). Dichos conceptos de liberación y justicia hacen eco del año del jubileo, que Jesús también pregona en su evangelio basado en Isaías, posteriormente hablaremos de esto.
Miqueas (750-686 a.C.), sigue esta misma estructura profética de protesta y exhortación a hacer el bien. Ante la expansión del imperio Asirio y la corrupción en ambas naciones israelitas, vuelve –como Amós e Isaías– a enfatizar lo mismo. El profeta exclama poéticamente: Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios (Mi.6:8). El enojo de YHWH ante el falso ritual se expresa, como en los profetas anteriores, con preguntas retóricas, se dice así mismo si podría presentarse con holocausto, becerros nacidos de un año, millares de carnes y aceite (Mi.6:7). Esto es insuficiente pues no es lo que exigía el propósito de la Torah. En cambio, el amor es lo más importante. La misericordia se había dejado por balanza falsa, engaño e idolatría debido a la dinastía de Acab (Mi.6:9-16).
Por último, Oseas (740-681 a.C.), quien es el más enfocado en denunciar la idolatría del pueblo y en su prostitución con otros dioses, también habla de la importancia de la justicia social: porque misericordia quiero y no sacrificios (Os.6:6). El Señor Jesús utilizaría esta frase ante aquellos que abusaban de los fieles marginados y hambrientos, como sus discípulos que recogían espigas en el día de reposo para comer; al ser condenados por la élite religiosa, Jesús exige su autoridad sobre el sábado y direcciona la ley hacia el cumplimiento del amor (Mt.12:1-8). Es por ello que, en vista al cumplimiento de la Torah, en la manifestación del Nuevo Pacto, Jesús se basa en el Shemá (Dt.6:4) para enfatizar la necesidad del amor a Dios (vertical) y al prójimo (horizontal) como mandamientos de la misma fuente (Mt.22:37-39). Pablo recibe esta tradición y tiene el mismo entendimiento: “porque toda la ley en esta palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Ga.5:14).
La justicia social en los evangelios y Jesús
Aunque Jesús se ha catalogado como aquel pregonero de justicia que se sentaba con pecadores y los despreciados de Israel (Mt.2:15-17; 9:10; Mr.2:16), su predecesor y quien allanó el camino para que muchos fuesen a él, también predicaba la necesidad de las acciones puntuales de misericordia. Si bien la tradición sinóptica coincide en su relato de Juan el Bautista como quien bautizaba para arrepentimiento (Mr.1; Mt.3; Lc.3), son Mateo y Lucas quienes profundizan en la descripción de la llamada general del profeta al pueblo para volverse a Dios.
Mateo relata la maldad de la crema y nata religiosa por presentarse a las aguas del Jordán sin la actitud correcta, y en boca de Juan narra el gran problema: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento (Mt.3:7-8). Juan no era un sacramentalista, definitivamente no creía en una gratia ex opere operato[x] tan característica de la Iglesia Católica Romana. En cambio, junto con las voces proféticas vetereotestamentarias recalca la futilidad del ritual acuático sino existe un corazón sincero dispuesto a la metanoia.
Además, Mateo entiende el impedimento etnocentrista de los fariseos y saduceos a que los gentiles entraran a su plenitud por medio del evangelio como reflejo del endurecimiento de su corazón. La polémica es descrita por el evangelista: ¡Dios puede levantar hijos de Abraham aun de las rocas! La filiación con Abraham por medio de la carne no sólo es obsoleta sino inútil en el tiempo venidero del Reino (Mt.3:9). Sin embargo, la alusión del hacha presta a cortar árboles inservibles (Mt.3:10) es un concepto que surge del oráculo profético isaítico de la vid improductiva que no da el fruto correcto simbolizaba un Israel que olvidó el pacto, y en cambio hizo obras de injusticia y corrupción hacia los más débiles (Is.5:1-24). El tema de dar el fruto correcto como señal de un corazón circuncidado y el rechazo de la planta o sarmiento infructuoso es abordado varias veces en el Nuevo Testamento después de la introducción de Juan Bautista (Mt.21:18-19; Mr.11:12-14; Lc.13:6-9; Jn.15:5-8; Ro.11:15-24; Ga.5:22-23).
La falta de amor y gracia hacia aquellos que eran pobres de espíritu es muestra de un corazón que no puede ser limpio por medio del agua, en su lugar, por la impenitencia de los endurecidos, serían bautizado en fuego de juicio. Esto es lo que Lucas nos da a entender en su explicación de la predicación de Juan y puntualiza con más detalle que es el verdadero arrepentimiento. Como Mateo, también menciona la necesidad dar fruto señalando despectivamente el ritual de agua con el espíritu adecuado; sin embargo, expande la denuncia a toda la multitud y reprende la jactancia en la etnicidad judía para una posición correcta delante de Dios (Lc.3:7-9), esto seguro por el énfasis expansionista del evangelio en el tratado lucano y la reiteración de metanoia a tanto a judíos y gentiles en sus dos tomos (Lc.5:32; 13:3; 15:7; 15:10; 24:47; Hch.2:38; 3:19; 5:31-32; 11:18; 17:30; 26:20).
Lucas describe el arrepentimiento proclamado por el precursor del Mesías de Israel con acciones concretas. Ante la reprensión de Juan, la gente pregunta qué es lo que tenían qué hacer (Lc.3:10). El bautista responde: el que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? Él les dijo: no exijáis más de lo que os está ordenado. También preguntaron unos soldados diciendo: Y nosotros ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario (Lc.3:10-14).
Note cómo la pregunta ¿qué haremos? (τί οὖν ποιήσωμεν) es paralela gramaticalmente a la que hace la multitud después del discurso profético de Pedro en Pentecostés (Hch.2:37). La respuesta petrina es el arrepentimiento, como la de Juan, lo que permite concluir que existe una continuidad en el llamado profético del Antiguo Testamento, Juan el Bautista y el Nuevo Testamento. Por si fuera poco, aunque Lucas habla de la multitud como judía, su propósito puede ser abarcar a los gentiles e incluso a los creyentes no circuncidados. El llamado a los soldados sin duda se refiere a gentiles romanos que fungían como protectores militares del imperio, es decir, ¡los opresores!
Por lo tanto, el evangelista deja en la misma posición a toda persona, independientemente de su nacionalidad y su nivel social: todos necesitan la gracia divina, todos necesitan arrepentimiento y perdón de pecados, además de la demostración de esa lealtad al reino de Dios en medio de la sociedad, con misericordia y buenas obras. Pablo a la par del bautista, también puede decir que su predicación es un llamado a cambiar la conducta: sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco y Jerusalén, y por toda tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento (Hch.26:20).
Santiago, el hermano del Señor, creía exactamente lo mismo: la fe sin obras es muerta (Stg.2:14-17). Y estas obras que no nacen del corazón humano, sino de una verdadera fe, fe en la palabra de verdad, la ley de la libertad del evangelio, que ha hecho renacer al hijo de Dios (Stg.1:18), son necesarias para el caminar cristiano. Como Lucas, Santiago puntualiza la naturaleza de estas obras describiéndolas en gran parte como acciones de misericordia al prójimo y apertura social. No debía haber preferencia por los ricos, rechazar a los pobres de la iglesia y dejarlos sin asiento (Stg.2:1-7). Si alguno de la congregación miraba a alguien con necesidad de abrigo y mantenimiento, y lo ignoraba piadosamente, pecaba delante de Dios (Stg.2:14-17). Pablo, siguiendo este curso de amor, también tenía muy en cuenta una recolecta para los pobres de Jerusalén y declaró que no había decido desistir de ello (Ga.2:10; Ro.15:26).
Pudiera existir la tentación de decir que la apertura a la necesidad social debe limitarse solamente a los hermanos en la fe. Es cierto que la mayoría de los pasajes que se han abordado hablan del contexto de la asamblea redimida. Sin embargo, es aquí donde la enseñanza del Señor Jesucristo debe ser abordada. El Sermón del Monte expresa la misericordia de la Torah expandida y reinterpretada.
La nación había escuchado, según Jesús, el dicho de odiar a los enemigos (Mt.5:43). Aquella frase popular se puede entender en el contexto de la subyugación romana además del rechazo generalizado hacia los gentiles. La Ley por su parte, una y otra vez, habla de amar a los extranjeros y de la licencia para coexistir con el pueblo y su aceptación (Lv.19:10, 35; 23:22; 25:35; Dt.10:19; 14:29; 24:19-21; 26:11-13). La hostilidad hacia el foraño era algo común en los tiempos del Señor debido a las circunstancias. Sin embargo, Jesús refresca esta tradición levítica y deuteronómica en su exhortación a amar a aquellos que no eran aceptados por la nación, además de bendecirles para ser perfectos como su Padre que está en los cielos (Mt.5: 44-48).
Empero, aunque el Sermón del Monte implícitamente establece el hacer misericordia incluso a los fuera del grupo, la parábola del buen samaritano, en cambio, es explícita en este tópico. Como dice C. Mott:
El gran relato de Jesús sobre el amor activo que rompe los límites internos del grupo es la historia del buen samaritano (Lc.10:29-37). La Parábola se narra como respuesta a la pregunta: “¿quién es mi prójimo?” (Lc.10:29). La sorprendente respuesta es que el prójimo es el que menos sería considerado como tal: un samaritano; o si usted es un samaritano, un judío. Sus prójimos incluyen “el prójimo” que parecería quedar excluido por definición: el enemigo, la persona que pertenece a un grupo opuesto sea racial, religioso o económico. Es cualquier persona necesitada que uno encuentra.[xi]
Jesús incluso propone que el ejemplo de esta misericordia refleja la vida eterna, según las estipulaciones legales del Antiguo Pacto: haz esto y vivirás (10:25-26, 28). Levítico 18:25 pronuncia esta condicionante un poco antes de hablar del amor al prójimo como a uno mismo (Lv.19:18). Sin embargo, cuando La Ley habla del hermano del propio pueblo, Jesús controversialmente pone de ejemplo a un samaritano quien sería despreciado por la nación israelita.
Por lo tanto, si creemos que todo lo que la Escritura dice fue para nuestra guía (Ro.15:4) deberíamos tomar muy enserio estos mandamientos, mucho más si sabemos que los efectos del Nuevo Pacto amplifican las repercusiones del reino de Dios sobre sus miembros regenerados. Sus implicaciones pueden direccionarnos a hacer el bien incluso a los que no conocen al Señor y utilizar ese medio para generar contextos adecuados para la predicación del evangelio.
El relato lucano del Sermón de Nazaret tiene también primacía para dirigir a la Iglesia a la apertura social del pueblo de Dios. Después de su bautismo, y de que sea tentado en el desierto, el Señor Jesús visita la Sinagoga de aquel lugar en un día de reposo. En la liturgia judía de la época se leía una porción de la Escritura, la cual, debía recitarse en voz alta por un maestro y enseñarse. En este sentido, Jesús fungía como alguien conocido que exponía normalmente la Torah con éxito y fama (véase Lc.4:13-15).
A diferencia del relato popular, en los lugares de la exposición de la Ley no se contaban con tantos rollos del Antiguo Testamento, pero bien dice David Garland, sí tenían casi siempre un rollo de Isaías. Según Lucas, Jesús tomó el texto del profeta después que se lo dieron y desdobló los dos cilindros hasta que la columna de texto que quería leer se hiciera visible. “Esto muestra que él escogió su texto”.[xii] El Señor, al recitar Isaías 61:1-2 (con pequeñas variaciones) se muestra así mismo como el profeta Isaías escatológico o prometido, que rescatará a los quebrantados y necesitados de su nación. El Espíritu lo ha ungido para dar el evangelio a los pobres, sanar a los quebrantados, dar vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos y proclamar la liberación de los cautivos.
La influencia del jubileo y el año sabático en Isaías y Jesús es innegable. Todo el capítulo 25 de Levítico nos enseña de lo que trata el tan añorado “Año del Jubileo”. Este año, era precedido por una serie de años sabáticos, donde se daba libertad a los esclavos en Israel y se perdonaba toda deuda; después de seis años de trabajo, los israelitas debían dejar a la tierra “descansar”. Sin embargo, en el año cincuenta, se realizaba la mayor expresión de esta práctica redentora. Se proclamaba “libertad para todos los habitantes del país” (Lv.25:10). Las deudas de los pobres quedaban canceladas, la tierra vendida venía a ser devuelta al dueño original. Todo era un presagio que enseñaba como Dios tenía en su voluntad erradicar la esclavitud de todo tipo, y Jesús es el cumplimiento llano de aquellas sombras preparativas. Esto sucede por la conexión de la profecía de Isaías y el jubileo eterno que YHWH quería para su pueblo y las naciones.
La proclamación de libertad en Isaías 61 (que Jesús leyó) tiene un indudable paralelismo con el anuncio redentor del año del jubileo. Tal como dice Richard Middleton: “el jubileo constituye un conjunto de prácticas sociales éticas arraigadas en momentos cruciales de la historia de la redención de Israel (el éxodo, el desierto, el regalo de la tierra) que revelan las intenciones de gracia de Dios hacia su pueblo, específicamente sus propósitos de promulgar justicia en su nombre”.[xiii]
Es verdad que estos “pobres” en su sentido amplio, incluyen a aquellos que necesitan ser liberados del pecado, sin embargo, el sentido literal/material no debe perderse. La sanidad divina de parte del Señor Jesús nos da a entender que las ataduras espirituales se manifiestan en muchas formas, incluso en la enfermedad y la opresión. Los ciegos realmente adquirieron vista física, anuncian el poder venidero de la nueva creación. Por lo tanto, Juan el Bautista, obtuvo una respuesta adecuada ante la duda de que si Jesús era el Mesías venidero y se hace eco del texto del profeta Isaías que programático para todo Lucas: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio (Mt.11:5; Lc.7:22). Este jubileo eterno viene por parte de Cristo, quien viene a romper las ataduras de aquellos impedidos y necesitados. Por ende, la congregación de sus seguidores es una extensión de su obra sanadora y funge como una comunidad alternativa que provea salud integral a las sociedades rotas por el pecado.
Jesús, además, expande la promesa del jubileo. Es sorprendente notar que, a diferencia de la mayoría de las veces, los oyentes de Nazaret no tienen problema con lo que Jesús acababa de decir acerca de su misión como profeta sanador y libertador. De hecho, el aspecto es positivo, daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de él (Lc.4:22). Sin embargo, el enojo vino cuando el Señor compara su fe como la de las viudas de Israel a las que Elías no llegó (Lc.4:25-26; cf. 1 Re.17:1-16), y los leprosos que no fueron a Eliseo (Lc.4:27; cf. 2 Re. 5:1-14). En su lugar, dos gentiles son mencionados, la viuda de Sarepta que dio asilo al profeta y Naamán el sirio que buscó ayuda en su sucesor, Eliseo. En ese momento, todos se llenaron de ira en la sinagoga (Lc.4:28), y buscaron despeñar al Maestro.
Se entendía el año del jubileo como la liberación solo de esclavos israelitas y los pobres de la nación, sin embargo, el Mesías expande este nuevo amanecer incluso sobre aquellos que no eran amados ni queridos por los judíos. No es tanto una cuestión de que Dios prefiera a los gentiles sobre los hebreos, ya que él no tiene favoritismos y es imparcial; sino que al menos en ese momento, el Señor, sabría que su misión incluye la restauración de las naciones (tarea de Israel como pueblo escogido), cosa que sus semejantes nacionales habían olvidado. ¿Podría ser posible que muchas veces, tenemos prejuicios parecidos a los judíos de aquel entonces? ¿o creemos verdaderamente que el poder del evangelio es recibido por aquellos que reconocen su necesidad de la gracia pero que están fuera de nuestro circulo de confort? El Señor siempre nos lleve a reflexionar.
A veces, como Richard Middleton lo hace, pienso si la tan famosa “batalla cultural”, tiene algo de provecho más allá de la presunción que genera. Podría incluso, polarizar a la gente y colocar a las personas en bandos de odio, incluidos los cristianos. Me pregunto si nuestro llamado es aplastar con burla y desprecio a aquellos que se oponen al evangelio en lugar de sentarnos a su lado, amarlos y anunciarles buenas nuevas. En esto algo tengo en claro, si la tan llamada batalla cultural evangélica hace a sus soldados odiar a los homosexuales, abortistas y feministas, tal batalla se ha perdido. Definitivamente no creo que se deba dejar de lado la proclamación del evangelio y el llamado a la conversión, ¡es imprescindible! Sin embargo, los actos de misericordia aportan un contexto adecuado para que la gente pueda recibir la palabra de Dios al encontrar en ella el sentido de la vida y la restauración de su ser.
Una llamada de advertencia: la gente desposeída no es simplemente aceptada por Dios por su condición social
Es importante que aclaremos a lo que se refiere el Nuevo Testamento con “pobres”. Algunos teólogos de la Liberación, como Gustavo Gutiérrez, o Jon Sobrino tienden a ver el evangelismo, como en primera instancia una liberación de los pobres económicos de las estructuras de poder que suelen ser “el verdadero problema” de la sociedad y las que desembocan el verdadero pecado. Las ideologías de “nueva izquierda” o progresismo latinoamericano, por lo tanto, no escatiman en tener demasiada similitud con esta forma de pensar. Aunque si bien, desde luego Jesús habla de “pobres” en un sentido de aquellos carente de sustento económico, no es el único significado de este término.
Bien dice Gerardo Alfaro, teólogo salvadoreño crítico del Jesús de la Teología de la Liberación: “Los pobres son tanto aquellos que son piadosos como desposeídos… eran genuinamente, en su mayoría, pobres económicos, pero ellos también reconocían su profunda dependencia de Dios. Es exegéticamente irresponsable argumentar que Dios tiene una opción preferencial por los pobres sin importar si están espiritualmente abiertos a él o no”.[xiv] Entonces, aunque “pobres” puede apuntar a la gente “desposeída”, no es, en este caso, dicha necesidad el requisito para ser “bienaventurado” como dice el Sermón del Monte. Más bien, los pobres de espíritu (Mt.5:3-11) son por los que Dios muestra más interés. Esto puede significar que son aquellos que reconocen su debilidad y pueden dejar todo en manos de la causa divina. En este caso, en aquel Israel donde Jesús predicó, los pobres y oprimidos podían ser los mancos, cojos, ciegos, los desposeídos, los que pedían limosna, quienes conocían su condición como necesitada de la gracia. Las acciones sociales deben ir hacia toda persona y entender la gravedad del pecado que afecta incluso a los más desposeídos.
Conclusión, el mensaje evangélico pentecostal es integral
Existe un claro paralelismo entre la unción recibida por Jesús en su bautismo, y las lenguas de fuego posicionadas sobre los discípulos en el día de Pentecostés. Claramente, el bautismo de Jesús sirve como un episodio tipológico de lo que la Iglesia recibiría. A diferencia de los demás evangelios sinópticos, la narración del descenso de las aguas del Señor en Lucas tiene un punto importante: Jesús recibe al Espíritu mientras oraba (Lc.3:21). Después dice a sus oyentes que el Padre que da buenas cosas a sus hijos, daría al Espíritu Santo si se lo pidiesen (Lc.11:13).
En el día de Pentecostés esta actitud paciente y orante es la demostrada por los discípulos, quienes esperaban la promesa del Padre. Así como sobre Jesús se posó una paloma, como teofanía o manifestación de Dios, así sobre los discípulos hubo lenguas de fuego que simbolizaban un nuevo templo. La unción de Jesús recibida en el Jordán, es la que ahora los cristianos podemos poseer a través del bautismo en el Espíritu Santo. Y si esta unción es para ser testigos (Hch.1:8) también nos capacita para restaurar a las personas quebrantadas y heridas.
No debe existir una separación entre proclamación y ayuda social. Ambas manifiestan la realidad de la nueva era que trae Cristo por medio del Espíritu. Los apóstoles llenos del Espíritu Santo sanaban enfermos y liberaban a personas endemoniadas con el poder de Dios (Hch.3:6-8; 5:15-16). El mensaje del jubileo y la libertad a los cautivos del Mesías también era predicado por la iglesia naciente. De igual manera, la acción social y el cuidado de los más débiles era parte de la comunidad. Nadie se quedaba huérfano y sin lugar bajo techo, es más, los demás vendían lo que tenían para bendecir a otros (Hch.2:45), porque, así como el jubileo tenía el fin de enseñar que la tierra le poseía a Dios y nadie más, los primeros cristianos con más razón pretendían desapegarse de sus bienes materiales para bendecir a su prójimo. No hay escena más clara de esto que en Hechos 6, donde se eligen varones judíos griegos para el cuidado de las viudas sin sustento. La iglesia nunca desaprobó esto, al contrario, era parte de su misión. Es más, dos de estos hombres elegidos, Esteban y Felipe, eran usados con el poder de Dios con prodigios y señales. Su labor como cuidadores no estaba peleado con la sanidad divina que su predicación reflejaba.
La iglesia pentecostal ha hecho un gran papel al parecerse a su Maestro y a la comunidad de los primeros cristianos. Ha dado sustento a muchas personas que son despreciadas por los estratos más altos de la sociedad. Se ha interesado en la salud de los enfermos terminales y el dolor que trae el quebrantamiento. La iglesia debe seguir en oración por sanidad, creyendo que el Dios de lo imposible puede actuar para traer una restauración integral sobre las personas. Sin embargo, quizá, hemos dejado de lado la ayuda social, tales como, visita a orfanatos, correccionales, prisiones, centros de rehabilitación. Debemos cuidar y amar al prójimo, porque también nuestros actos reflejan el gran amor de Dios y sustentarán el testimonio apostólico que predicamos. Anunciemos a las personas el jubileo que Cristo ha traído para sanidad de todos los cansados y afligidos.
Finalizo con estas bellas palabras de un teólogo latinoamericano y compositor. Recuerdo este bello himno escrito por Federico Pagura, un obispo metodista argentino con gran conciencia social. Fue escrito inspirado en la frase latina Sursum Corda (arriba los corazones) característica de la liturgia de algunas iglesias históricas. En este maravilloso canto no hay dicotomías ni pleitos entre la espera ardiente de la venida del Hijo de Dios, el desprecio al pecado, y la lucha contra la injusticia y opresión, degústelo y encienda su corazón:
Porque Él venció en la muerte la conjura
De las malignas fuerzas de la historia,
Seguimos no a un héroe ni a un mártir,
Seguimos al Señor de la victoria.
Porque Él al pobre levantó del lodo
Y rechazó el halago del dinero,
Sabemos dónde están nuestras lealtades
Y a quién habremos de servir primero.
Porque Él habló de cruz y la cargaba,
De senda estrecha y la siguió sin pausa,
Seguir sus huellas es nuestro camino,
Con Él sembrarnos: esa es nuestra causa.
Porque Él habló del Reino sin cansancio
Y nos llamó a buscarlo una y mil veces,
Debemos hoy entre mil reinos falsos
Buscar el único que permanece.
Porque Él es el Señor del Universo
Principio y fin del mundo y de la vida,
Nada ni nadie usurpará su trono
Ni detendrá su triunfo y su venida.
Por eso, pueblos de esta tierra hermosa,
Que han conocido siglos de opresiones,
Afirmen sus espaldas agobiadas,
Y eleven al Señor sus corazones.
Y todos los cristianos, sin distingos,
Que hemos usado en vano el nombre santo,
Enderecemos presto los caminos,
Antes que nuestras risas se hagan llanto.
Porque Él vendrá por sendas conocidas
O por ocultos rumbos ignorados,
Y hará justicia a pobres y oprimidos
Y destruirá los antros del pecado.
Y entonces sí, la iglesia verdadera,
La que dio santos, mártires, testigos,
Y no inclinó su frente ante tiranos,
Ni por monedas entregó a sus hijos.
Ha de resplandecer con esa gloria,
Que brota no del oro ni la espada,
Pero que nace de esa cruz de siglos
En el oscuro Gólgota enclavada.
Al Padre gloria, gratitud al Hijo
Y al Santo Espíritu la alabanza.
Vayamos hoy al mundo sostenidos
Por el amor de Cristo y su esperanza.
Bibliografía
[i] Robert P. Menzies, Pentecostés: esta historia es nuestra historia (Springfield, MO: Gospel Publishing House, 2013), posición 2171.
[ii] Janet Meyer Everts & Jeffrey S. Lamp, eds, Pentecostal Theology and theological vision of N. T. Wright ‘A Conversation’ (Cleveland, TN: CPT Press, 2015), 141-142.
[iii] Jürgen Moltmann, Teología de la esperanza, segunda edición (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1972).
[iv] Cesar Moisés Carvalho, Pentecostalismo y posmodernidad (Miami: Editorial Patmos, 2018).
[v] Doctrina que enseña respecto a los mil años del Reino de Cristo en la tierra.
[vi] Roger Olson, “Premillenalism revisted”. Patheos, 2011. https://www.patheos.com/blogs/rogereolson/2011/05/premillennialism-revisited/ Último acceso el 28 de Agosto del 2023.
[vii] Jürgen Moltmann, El Dios crucificado, (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1975), 39.
[viii] Íbid, 39-40.
[x] Ex opere operato indica el modo objetivo de obrar en los sacramentos: infunden la gracia en el sujeto «en virtud de la acción sacramental cumplida debidamente, en virtud y por autorización divina.
[xi] Stephen Charles Mott, Ética bíblica y cambio social (Buenos Aires: Nueva Creación, 1995), 45.
[xii] David E. Garland, Lucas: Comentario exegético-práctico del Nuevo Testamento (Barcelona, España: Andamio, 2019), 199.
[xiii] Richard J. Middleton, A New Heaven and New Earth: Reclaiming Biblical Eschatology (Grands Rapids, Michigan: Baker Academic, 2014), 257.
[xiv] Gerardo A. Alfaro, Jesús para América Latina. Versión Kindle (Fort Worth: Ediciones el Faro, 2017) posición 3341.