Por Daniel G. Grasso
Cuando era yo adolescente, importaba poco la letra en la Iglesia pentecostal. Todo era el Espíritu. Claro, el desconocimiento de la Palabra hacía cometer errores atroces. A veces, por cada kilo de Espíritu se mezclaban 314 de kilo de carne. Es de imaginarse lo que pasaba. Para las demás denominaciones éramos unos locos chiflados. En sus libros de enseñanza aparecíamos entre las herejías. Ellos tenían la letra y nosotros el espíritu. ¡Qué batalla!
Pasando los años, gracias a Dios, la Iglesia pentecostal por lo general ha crecido. Se ha desarrollado en número, en conocimiento, en espíritu. Está bien plantada, bien conocida, bien ubicada, gracias al ministerio que Dios encargó a muchos ministros del país y a extranjeros. Estos siervos, con paciencia, con perseverancia, con firmeza, aun exponiéndose a ser mal interpretados, fueron abriendo surcos en el maravilloso ministerio de la enseñanza de la Palabra del Señor.
Con todo y eso no podemos descansar sobre nuestros laureles. Tenemos que seguir siempre adelante, buscando la manera de estar más capacitados para expresar la gloria de Dios, lo que no se va a realizar meramente a través de un oficio a profesión.
En su carta a los Efesios, la cual no deja de tener sentido pastoral, Pablo nos dice que Dios nos escogió en Cristo “antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor, habiéndonos predestinados para ser adoptados hijos suyos …para alabanza de la gloria de su gracia con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:4-6).
No es cuestión de esperar que por ser predestinados lleguemos a expresar la gloria de Dios. Tenemos que estar capacitados, no solamente en lo intelectual, sino también en la santidad. En este momento varios van a recibir certificados de sus estudios realizados en el ISUM, lo cual es muy hermoso; sin embargo, todos tenemos que esforzarnos para alcanzar los certificados que nos presenten habilitados como santos de Dios, sin mancha delante de Él.
Que triste es ver a tantos ministros moralmente inhabilitados y por ende no aptos para el servicio cristiano. Nosotros expresamos la gloria de Dios delante de Él, delante del pueblo que nos ha sido confiado y delante del mundo que nos rodea, si hemos alcanzado el certificado de un testimonio y una conducta intachables, llevando una vida apartada para el servicio de Aquel que nos llamó.
Mi primer pastor era un hombre ignorante en lo que a las letras se refiere, no por haber querido ser así, sino porque no se le habían dado las posibilidades de superarse. En ese tiempo no existía el ISUM. Por unos 50 años fue pastor de la iglesia.
Cuando murió, quedé impresionado con los comentarios de los que fueron a la casa. En el momento en que lo sacaron para llevarlo al cementerio, TODA la cuadra estaba llena de gente. Pastores, hermanos, amigos, vecinos, se habían dado cita para esa hora. No pude entrar en la casa. Al quedar fuera entre un grupo de gente vecina no creyente, pude escuchar sus comentarios. “Este hombre era un santo.” Otro dijo: “Era un hombre de Dios.” Alguien agregó: “Su vida fue un verdadero ejemplo de cristianismo.” Aquel humilde servidor del Señor había alcanzado un certificado de CAPACITADO PARA EXPRESAR públicamente frente a todos la gloria de Dios, por ser un hombre santo hasta el final de su carrera sobre la tierra.
Dios nos ha llamado para ser certificados también como soldados. En esta forma de enrolarnos en sus filas, nos capacitaremos para expresar la gloria de Dios. “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Timoteo 2:3, 4).
Esto demanda que nos esforcemos en la gracia. Tendremos que sufrir, lo mismo que un soldado sufre mucho sin que sea su culpa, pero sí su suerte como luchador. Hay que pasar por separaciones, problemas causados por los elementos, fatiga y muchas veces heridas. Pero si deseamos expresar la gloria de Dios, tendremos que enfrentarnos con esta realidad.
Otra forma en que tenemos que capacitarnos para expresar la gloria de Dios es habilitarnos espiritualmente. Lo que hablamos debe ser la expresión real de lo que vivimos, no solamente por lo que sabemos, sino a causa de la unción, del poder y de la autoridad que el Espíritu Santo nos da. Dice el Señor a través de Pablo: “No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra sino del espíritu, porque la letra mata, más el espíritu vivifica” (2 Corintios 3:5, 6).
Debemos recordar siempre, y más en estos tiempos en que se tejen y manejan tantas cosas raras, que somos pentecostales genuinos DE LA LETRA Y TAMBIÉN DEL ESPÍRITU. Gracias a Dios por todos los programas de estudio a diferentes niveles, pero no nos quedemos solamente con la letra, pues así llegaríamos a ser tan secos y apartados del Espíritu de Dios como los huesos de la visión de Ezequiel.
En esta ocasión se han de otorgar certificados, porque los isumistas han alcanzado competencia en lo intelectual, Quiera Dios que todos podamos también ser certificados en la santidad, en la milicia cristiana y en el espíritu, para expresar la gloria de Dios.
Tomado del mensaje predicado con ocasión de la clausura y ceremonia de graduación del Instituto de Superación Ministerial (ISUM) en Buenos Aires, el 3 de diciembre de 1982. El hermano Grasso labora como Superintendente de la Unión de Asambleas de Dios de Argentina.