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El lugar de la predicación en el culto

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 2017.2

Por Jaime Mazurek

 

Esta edición de Conozca está dedicada al tema de la predicación. Hay artículos muy excelentes sobre la naturaleza de la predicación bien hecha, y también sobre algunos males a evitar. En este escrito, sin embargo, quiero compartir algunos pensamientos sobre el lugar de la predicación en el culto. Es decir, en qué momento del culto se debe presentar el mensaje de la Palabra de Dios.

La tesis que presento aquí es que muchas veces no favorecemos a la predicación de la Palabra con el mejor momento que se le podría dar, y que fallamos a menudo en no hacer que el mensaje de la Palabra sea el tema central de todo el culto. Creo que hay campo para mejorar en ambos sentidos.

 

¿Cómo son nuestros cultos típicamente?

Mi observación es que nuestros cultos usualmente comienzan y se mantienen por un buen tiempo en modo canto y alabanza. He estado en cultos donde a la gente se le mantuvo de pie durante más de una hora, sin oportunidad alguna para sentarse, mientras el equipo de alabanzas recorría un repertorio completo de las canciones cristianas que estabán de moda (música de Marcos Witt, Hillsong, Bethany, etcétera).

Luego (y no necesariamente en este orden) viene un tiempo de saludo a las visitas, intercesión, anuncios, y la ofrenda. Habiendo pasado más de una hora, a veces una hora y media o aun más , se nos dice que ahora (cuando todo el mundo ya está cansado) viene la parte más importante – la predicación de la Palabra. El encargado de predicar trae el mensaje, cosa seguida por algunas alabanzas más, y luego la despedida del culto.

Un lugar donde esto se observa frecuentemente es en los Estados Unidos. Recuerdo hace algunos años haber visitado una iglesia bastante grande (aproximadamente mil doscientas personas en asistencia), donde la música fue simplemente espectacular. Había una orquesta completa y un coro grande. La tecnología era de punta. Y luego, después de casi una hora, el pastor trajo el mensaje de la Palabra. El mensaje fue impactante, una exposición de la Palabra muy bien hecha. Sin embargo, tal como un piloto profesional que sabe cuando hacer descender su avión para tocar en la pista de aterrizaje en el momento y lugar precisos, el predicador hizo un resumen de sus puntos principales, concluyó su sermón con una breve oración, levantó la vista y nos dijo – “Gracias a todos por venir. Nos vemos el próximo Domingo. Que Dios les bendiga.” Eran las 12:00 en punto; todo calculado con la precisión de un reloj suizo.

Yo me quedé atónito. Dentro de mí, un voz gritaba…”¡NOOOOOO! ¿Cómo nos despides ahora?…justo después de llevarnos a un encuentro con Dios en su Palabra…. ¡Ahora quiero cantar y adorar! ¡Ahora es tiempo de buscar a Dios! ¡Que vuelva el coro!”  Pero no fue así. Todos nos levantamos, dimos la mano a las personas más cercanas deseándoles bendiciones, y nos fuimos a la casa.

Me parece que la causa de esta incongruencia es una teología de la alabanza y la adoración algo pobre y errada.  Si estudiamos bien los Salmos y las otras alabanzas que figuran en las Escrituras, nos daremos cuenta que en general, la alabanza no se hacía tanto para invocar a Dios, como para responder a la Palabra y la obra de Dios que había tocado la vida del creyente.  Es decir, David escribía sus salmos, no para despertar a Dios, no para hacer que Dios apareciera en escena, sino para celebrar y recordar el encuentro que ya había tenido con Dios. Su alabanza era su RESPUESTA a la Palabra y obra que Dios ya había traído a su vida.  Evidentemente, hay salmos donde David invoca a Dios y pide su ayuda, pero aun esas solicitudes son fundamentadas por el testimonio de las fidelidades pasadas de Dios.

Ejemplo: Salmos 16:2-8 (LBLA)

Yo dije al SEÑOR: Tú eres mi Señor; ningún bien tengo fuera de ti.

En cuanto a los santos que están en la tierra, ellos son los nobles en quienes está toda mi delicia.

Se multiplicarán las aflicciones de aquellos que han corrido tras otro dios ; no derramaré yo sus libaciones de sangre, ni sus nombres pronunciarán mis labios.

El SEÑOR es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte.

Las cuerdas cayeron para mí en lugares agradables; en verdad mi herencia es hermosa para mí.

Bendeciré al SEÑOR que me aconseja; en verdad, en las noches mi corazón me instruye.

Al SEÑOR he puesto continuamente delante de mí; porque está a mi diestra, permaneceré firme.

En esta estrofa del salmo, David celebra la singularidad de Dios, Jehová, como su único Dios. Agradece el plan y propósito de Dios para su vida (las cuerdas y la herencia). David reconoce lo que Dios ya ha hecho en su vida, y le agradece y se compromete a mantenerse fiel al Señor.

Otro ejemplo: Salmo 30:1-5

Te ensalzaré, oh SEÑOR, porque me has elevado, y no has permitido que mis enemigos se rían de mí.

Oh SEÑOR, Dios mío, a ti pedí auxilio y me sanaste.

Oh SEÑOR, has sacado mi alma del Seol; me has guardado con vida, para que no descienda al sepulcro.

Cantad alabanzas al SEÑOR, vosotros sus santos, y alabad su santo nombre.

Porque su ira es sólo por un momento, pero su favor es por toda una vida; el llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría.

En este salmo, David alaba a Dios por la victoria que le ha dado sobre sus enemigos. Alaba a Dios por responder a sus súplicas por auxilio y por defender su vida.

El punto de todo esto es que debemos apreciar a la alabanza fundamentalmente como nuestra respuesta a lo que Dios nos ha dicho y ha hecho por nosotros.  Por este motivo, yo siempre recomiendo intercambiar los lugares de la alabanza y la predicación en el culto. En las iglesias que superviso en Chile ya tenemos esta costumbre – primero va la Palabra y en seguida nuestra alabanza y adoración, como nuestra respuesta colectiva a aquella Palabra.

Esto nos lleva a la segunda parte del problema a menudo observo en nuestra realidad actual. En muchas instancias no parece haber una coordinación o comunicación previa entre el líder de alabanzas y el predicador. Siento que a veces en algunas iglesias que visito, antes de comenzar un culto, sin saber nada de lo que el pastor va a predicar, ya puedo más o menos predecir la lista de canciones que los hermanos de la alabanza van a dirigir. ¿Cómo puedo saber eso? Porque es la misma lista que se está usando en todas las iglesias. Parece que los pentecostales mantenemos una lista “Top Ten”, como hacen en la música secular, de los “hits” favoritos de cada momento.

Hace años atrás, cuando la música de Marcos Witt estaba muy de moda, fui invitado a predicar un campamento de jóvenes.  Había un conjunto de chicos que dirigían las alabanzas. Antes del culto fui y hablé con el lider sobre el tema de que iba a predicar. Me miró algo sorprendido y me agradeció. Empezó el culto y el grupo se largó con la lista “Top Ten” de Marcos Witt – una imitación de veras extraordinaria, impresionante.  Luego me tocó predicar. Durante el mensaje no vi dónde se habían sentado los músicos, pero al finalizar el mensaje, de la nada reaparecieron, y repetieron su recital de la música de Marcos Witt, aunque eso poco o nada tenía que ver con el tema de la predicación.

La segunda noche pasó exactamente lo mismo. Entonces consulté y descubrí que mientras yo predicaba, los chicos músicos salían a un restaurante en el pueblo, a comer panchos (hot dog), calculando en qué momento debían reaparecer. Para nada escuchaban el mensaje. No tenían idea del tema de la Palabra que había confrontado a los oyentes. Para ellos, su ministerio de alabanza no tenía, ni necesitaba tener, ninguna relación con el mensaje que se predicaba en el culto.

Al finalizar el segundo culto, reuní a los músicos y al director del campamento, y sin titubeos les dije que lo que hacían estaba mal, que como ministros de alabanza tenían un ministerio serio que cumplir, que necesitaban seguir mis pautas y ministrar de manera acorde con la Palabra y que necesitaban estar presentes durante todo el culto, dejándose ser movidos por el Espíritu Santo para que todos juntos hiciesemos una ministración unida. Los chicos me miraban como si fuera un marciano. “De otro modo”, dije al director del campamento, “sáqueme a estos chicos y tráigame una anciana con un pandero, pero que sí ama al Señor y está llena de su Espíritu.”  Gracias a Dios, ahí se acabó ese problema, y el campamento continuó de manera mucho mejor.

El punto que quiero señalar es: la alabanza y la adoración no es algo separado e independiente de la predicación de la Palabra. La adoración debe ser un medio para que el pueblo de Dios responda a lo que Dios ha dicho en su Palabra. Quienes ministran en la alabanza y quienes ministran la Palabra, deben verse como un solo equipo, y que tienen un único y común mensaje que entregar.

 

Una propuesta alternativa de orden de culto

En las dos congregaciones que lidero junto a un pastor nacional, desde hace años hemos implementado estos principios. Nuestros cultos son de la misma duración que todas las demás iglesias. Lo que hemos hecho es simplemente invertir el orden de cosas.

Nuestros cultos comienzan con un llamado a la congregación a acercarse a la presencia del Señor. Puede haber una lectura bíblica, cántico, u oración, o todas estas. Esta apertura no toma más de cinco a siete minutos, y entonces vamos a la Palabra. Preferimos siempre la predicación expositiva – a menudo con series de mensajes de un mismo libro. Y luego de la Palabra viene la respuesta a la Palabra, con alabanza y adoración.  Cada vez que me toca predicar, procuro conversar una semana antes con el líder del grupo PROSKUNEO (nuestro grupo de ministros de alabanza). Repaso el sermón con él, señalándole los puntos principales, los objetivos del mensaje. De este modo, los hermanos preparan un repertorio de canciones que son las más apropiadas para el momento.

El resultado de todo este esfuerzo es que nuestra alabanza es más sentida, más emotiva, y más carismática. Mientras cantamos, hay personas que salen de sus lugares para orar con otras personas. Otras vienen al altar a buscar el rostro del Señor. No tiene nada de envasado o artificial. Es una alabanza y una adoración muy pura y sincera, porque se hace en respuesta directa a la Palabra de Dios. Finalizamos nuestro culto con la ofrenda y los anuncios sobre lo venidero.

Confieso que yo no soy el “inventor” de este paradigma litúrgico Pentecostal. Oí a un respetado lider hablar de esto mismo hace muchos años – más de cuarenta años a decir verdad. Confieso que inicialmente no le presté atención. Encontré a la idea como algo irreal e impráctico – siendo tan acostumbrado desde la infancia a nuestras tradiciones. Sin embargo, hoy soy uno absolutamente comprometido con estos principios.

Si le parece algo imposible de realizar en su iglesia – le entiendo. Pero, ¿que tan difícil sería quitarle cinco a diez minutos a la alabanza pre-sermón, para dar ese tiempo a una alabanza post-sermón extra, bien enfocada en la temática del mensaje? No cambiará la duración total del culto… y usted mismo verá en los rostros de los hermanos, la diferencia que hay cuando Palabra y Adoración se mergen en una sola cosa.

Jaime Mazurek B.


 
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