Por Aurora Hernández
Reza el Talmud: “El mundo no puede soportar sin hombres y mujeres, ya que ambos son necesarios para la perpetuación de la humanidad, pero afortunado es aquel cuyos hijos son hombres y ay de él cuyos hijos son mujeres”. (Bava Batra 16b).
Cuando Jesús estuvo en la tierra, judíos, griegos y romanos menospreciaban a la mujer tanto social, religiosa y académicamente. El Hijo de Dios quebró con su ejemplo los esquemas de estas culturas que eran las que prevalecían en su entorno, la manera en la que Jesús trató a las mujeres no sólo desafió la estructura de su tiempo, también transformó radicalmente la vida de aquellas que le encontraron.
Los cuatros evangelios registran el encuentro de Jesús con mujeres de diferentes características. Algunas tuvieron el atrevimiento de acercarse al Maestro violentando los estereotipos de la época. Otras experimentaron su intervención de manera inesperada, no obstante, todas encontraron en Jesús auxilio en medio de la adversidad. Aunado a esto, él les brindó un trato radicalmente diferente al que habían recibido en su vida y ese encuentro fue el inicio de una nueva vida.
El apóstol Juan, en su particular registro de la vida de Cristo, detalla algunos sucesos específicos que muestran el trato de Jesús a la mujer. El capítulo cuatro narra el encuentro de Jesús con la mujer de Samaria. En el capítulo ocho está registrado el suceso de la mujer adúltera. Los capítulos once y doce describen el trato de Jesús a las hermanas de Lázaro, Martha y María de Betania. En el capítulo diecinueve, ya pendiente de la cruz, el Maestro refiere a María, su madre y en el capítulo veinte es María la de Magdala quien se encuentra con el Maestro justo después de la resurrección.
La Samaritana y la mujer adúltera, empatía que trae salvación
Hubo tres características de la mujer junto al Pozo de Jacob que la hacían altamente rechazada para un maestro de la época: era mujer, samaritana y de moral cuestionable. Los varones judíos y en especial los que enseñaban la ley no hablaban con mujeres y menos con este tipo de mujeres; nunca, bajo ninguna circunstancia.
Por esta razón los discípulos “se maravillaron” al verlo (Juan 4:27). Este verbo denota un asombro desmedido. El hecho que Jesús pidiera de beber a la mujer era inconcebible. Ella fue la primera en extrañarse. El abierto repudio racial no daba lugar a esta petición.
Ella señala que Jesús no tenía con qué sacar el agua, menos con que beber de ella. Compartir el cántaro no era una opción; era demasiado atrevimiento de este maestro judío. La empatía de Jesús rompió todas las barreras y permitió que la salvación llegara al corazón de la Samaritana y que ella fuera el medio para alcanzar la ciudad de Sicar (Juan 4:28- 42).
El suceso del Templo impactó a todas las esferas políticas y religiosas del lugar. La mujer que fue encontrada en el lecho del adulterio estaba condenada a morir. La ley lo exigía. No obstante el gobierno romano habían abolido la pena de muerte de las cortes judías, y sólo se permitía condenar a quienes violentaban el Templo.
Si Jesús accedía a la muerte de la mujer, estaría desobedeciendo al Imperio. Si por el contrario rechazaba abiertamente la ejecución, sería tomado como traidor a la ley de Moisés.
La mujer fue exhibida de manera innecesaria y usada como una coartada para hacer caer al Maestro. La estrategia de Jesús y sus palabras confrontaron aún a los líderes que le acosaban al grado de hacerlos desistir y abandonar la escena. De nuevo, Jesús se encuentra a solas con una mujer indigna. “¿Ninguno te condenó?” le preguntó. “Ni yo te condeno, vete y no peques más” fueron las palabras de empatía y salvación para la mujer (Juan 8:10-11).
Nadie se atrevió a cuestionar directamente su trato a estas mujeres, pero el dejó claro su proceder ante sus discípulos: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió y que acabe su obra” (Juan 4:34) Su labor de redención incluía abiertamente a las mujeres, su perdón alcanzaba lo que la sociedad consideraba imperdonable, su amor llegó a las más indignas.
Martha y María de Betania, Consuelo y restitución que provocan gratitud y servicio
Lucas y Juan describen la relación entre Jesús y la familia de Betania, los amaba profundamente. La relación excedía a la hospitalidad tradicional. Eran familia y la confianza superaba los esquemas sociales.
María tomaba un lugar a los pies del Maestro como lo haría cualquier discípulo o aprendiz, con la diferencia que a las mujeres no se les permitía aprender fuera del contexto del hogar. Jesús la admitió entre sus oyentes y aplaudió su actitud receptiva.
Martha, por su parte, habló directamente a Jesús para declarar su inconformidad ante la actitud de su hermana. Ambas demostraron con estas acciones que Jesús les había dado el lugar de familia en su vida.
La enfermedad y muerte de Lázaro, el hermano mayor de estas mujeres fue el escenario para el milagro que dejó claro el dominio de Jesús sobre la muerte y también demostró su afecto sincero a dos mujeres que enfrentaban la pérdida del único varón que las sustentaba y protegía.
Juan describe claramente el apego y amor de Jesús a la familia de Betania : “al verla llorando se estremeció en espíritu y se conmovió” (11:33) “Jesús lloró” (11: 35), “Mirad como le amaba” (11:36) “Jesús profundamente conmovido otra vez” (11: 38). Le dolía la partida de su amigo tanto como el sufrimiento de ellas.
Después de la resurrección de Lázaro el capítulo doce registra el controversial servicio de amor de María a Jesús antes de su muerte, una mujer que descubría públicamente su cabeza era mal vista, Jesús sin embargo declaró el hecho como un acto profético de servicio, entrega y adoración absoluta.
María, honra a tu padre y a tu madre
En general los derechos de las madres eran respetados por las leyes judías y romanas, no obstante, los fariseos permitían que se tomara de los destinado a los padres para darlo como ofrenda o sustento a los intereses religiosos. Jesús era el hijo primogénito y María para este tiempo probablemente era viuda. Ahí, pendiente de la cruz, emite su última voluntad. Dado que era común que los discípulos llegaran a ser considerados como hijos y que estos llamaran padre a sus maestros no fue extraño escuchar que le encomendara a Juan el cuidado y protección de su madre. María cumplió con valor su lugar en las profecías y en el plan de redención, y Jesús la trató con respeto y honra aún en el momento de aflicción.
María Magdalena, la encomienda a una fiel discípula.
La palabra discípulo “mathetes”, siempre aparece en masculino en el Nuevo Testamento. Sin embargo, la actitud de las mujeres hacia Jesús demostraba que él les había permitido acercarse y recibir su enseñanza. Juan describe el encuentro de Jesús con María Magdalena fuera del sepulcro el día de la resurrección. La palabra “¡Raboni!” se traduce ¡Mi Maestro! (Juan 20:16). Es una expresión que denota pertenencia y compromiso.
Jesús le da instrucciones claras. Le encomienda el poderoso mensaje de la resurrección, así como la misiva de esperanza para sus discípulos. Tal encargo requería responsabilidad y fe. María estaba capacitada para hacerlo y Jesús sabía que lo haría sin temor y con plena obediencia.
María como otras mujeres cuyos nombres no se registran en la Escritura pertenecieron a la matrícula de aprendices del Señor. No sólo patrocinaban el ministerio del Maestro con sus bienes, sino que se comprometieron con su enseñanza y se convirtieron en propagadoras del Evangelio.
Los sucesos que Juan registra fueron controversiales para la época, y son ejemplo claro de los verdaderos valores del Reino de Dios. Personalizan los principios que debían regir a la iglesia naciente a la cual escribe y demuestran el concepto y propósito de Dios hacia las mujeres. Hoy también la mujer puede encontrar en Jesús perdón, aceptación, restitución, honra y la encomienda del ministerio.