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Editorial: Poderosos pensamientos de un pobre

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 1981.2

La nuestra es una tarea de educación cristiana. La voz “educar” proviene de dos vocablos latinos: “e”, fuera y “ducare” guiar. La idea es, pues, de guiar fuera. Es decir, el maestro conduce al educando de dónde está a dónde debía estar en cuanto a sus facultades intelectuales y morales.

La responsabilidad del educador es abrumadora. Tiene que preocuparse por mil valores que debe adoptar el alumno. Entre ellos figura uno de los más básicos –el concepto verdadero del mundo que Dios amó. ¿Cuáles valores tiene el maestro? ¿Qué concepto tiene él del mundo? Ese mismo concepto se irá formando el alumno. Asumirá muchos de los mismos valores de su profesor.

Si éste habla del gran valor de la oración pero pasa el tiempo conversando durante el culto devocional, aquel se dará cuenta de que su maestro tiene un concepto bajo de lo que es la oración. ¿Qué valor da el educador al alma de una persona? Ese mismo valor le dará el estudiante.

Cristo dijo que un alma vale más que todo el mundo. ¿Tengo yo como el alumno ese mismo concepto del borracho que entra en el templo y molesta? Al contemplar a un indígena pasando en frente de mi casa, ¿me conmueve pensar que en él se encierra aun más que todos los valores de la bolsa de acciones de mi país?

El mundo es tan vasto que jamás podrá el profesor conducir personalmente a sus educandos en una gira para conocer cada cultura y pueblo. Pero en su trabajo de educar, de conducir de un concepto a otro, si puede llevarlos a un bacón para lograr una vista panorámica. Tenemos que construir ese bacón por medio de nuestro estudio de las Escrituras y la revelación divina del estado espiritual de la raza humana. Hay que pensar y orar. Hay que hablar del mundo a los educandos.

Guillermo Carey comenzó a pensar de la necesidad espiritual del mundo hace dos siglos. Sin la ayuda de los medios modernos de comunicaciones, él se esforzó por familiarizarse con pueblos lejanos de su Inglaterra natal. Los clientes que entraban en su zapatería se asombraban al ver que ese pobre zapatero había colocado delante de su banco de trabajo un mapamundi. Sistemáticamente Carey pasaba la vista de un país a otro, elevando al Omnipotente una ferviente plegaria a favor de los habitantes que ignoraban que Cristo había muerto por ellos. Pocos recursos tenía el zapatero, pero podía pensar y podía orar.

La carga se hizo tan grande que Carey no podía menos que hablar con otros creyentes a favor del mundo perdido. Ellos no daban importancia alguna al asunto. Carey empezó a tratar el tema con pastores evangélicos, quienes por desgracia le contestaban que si Dios quería salvar a los paganos lo podía hacer sin la intervención de ellos.

Siguió Carey pensando. Continuó orando. No dejaba de pedir a sus hermanos en la fe que oraran con él. Leía cuántos libros podía hallar que describieran cómo vivía la gente en otras zonas de la tierra.

Sus pensamientos se hicieron potentes. Empezó a notar un cambio de actitud entre sus amigos. Guillermo Carey sirvió de educador de numerosos evangélicos. Al fin decidió abandonar su oficio para viajar a la India, donde deseaba esparcir el evangelio. Tuvo que superar la resistencia de toda su familia, de su esposa. Pero llegó. Como resultado de sus esfuerzos.

El movimiento misionero naciente adquirió gran ímpetu y se extendió a todo el mundo. La obra que realizó en la India es asombrosa. Hizo diccionarios. Fundó centros de entrenamiento. Testificó de Cristo.

Carey podría haberse quedado en su taller. Se podría haber limitado considerando su pobreza. Pero pensó, y oro. En vez de caer en una auto conmiseración, pensó en el mundo. Pensó en la grandeza de Dios. Uno de sus sermones que se ha preservado tiene gran importancia para nosotros. Basado en Isaías 52:2,3, tenía dos pensamientos: (I) Intentad grandes cosas para Dios y (2) Esperad grandes cosas de Dios.

Quiera Dios que se levanten muchos educadores con la visión de Carey en cada rincón del mundo de habla hispana.

Editor


 

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