Por Lewis McCown
Enseñar la Palabra de Dios es la responsabilidad del creyente, pero es, además, un gran privilegio. Si consideramos que dar clases bíblicas es meramente un deber o si enseñamos una clase porque no hay quien lo haga, probablemente nos va a faltar uno de los factores más importantes de la enseñanza ‑un entusiasmo genuino.
El entusiasmo del maestro no es algo que él se pone al entrar en el salón de clase, sino que es ese algo especial que resulta cuando uno busca con sinceridad la inspiración del Espíritu Santo. Es un proceso continuo que se lleva a cabo a medida que el maestro va preparándose para la clase. Va pensando y pidiendo al Señor que le dé ideas que sirvan para hacer interesante la lección a cada miembro de la clase. Busca maneras por las cuales podrá enfocar las verdades sobre las necesidades de sus estudiantes. Muchas veces el Espíritu le revelará algunas de ellas y le mostrará cómo las verdades que se estudian podrán ayudarles a suplir la necesidad.
Otra parte de la planeación del maestro entusiasta será la búsqueda de ilustraciones que sean prácticas y con las cuales los alumnos podrán identificarse. Así comprenderán mejor los conceptos de la lección. El maestro estará atento a la posibilidad de descubrir algún objeto para usar en una ilustración. Cosas tan simples como una piedra y una tira de cuero darán más vida a un estudio del encuentro de David y Goliat. Tal vez un recorte de un periódico que hable de un hecho pecaminoso hará ver a la clase que el pecado sigue siendo tan malo en la actualidad como era en los días de Sodoma y Gomorra. El concepto de la Trinidad se puede ilustrar enseñando un huevo y hablando de sus tres partes distintas que se unen para formarlo ‑el cascarón, la clara y la yema.
El entusiasmo del maestro lo llevará a considerar continuamente nuevas maneras de hacer que la Biblia tenga vida, que no parezca un libro muerto. Procurará que los alumnos vean la relación de la verdad estudiada con sus propias vidas. Les preguntará cuáles implicaciones descubren, con qué van a tener que enfrentarse si desean seriamente vivir de acuerdo con la verdad.
El maestro entusiasta estará lleno de vida. Empleará ideas innovadoras que motivan a los alumnos asistir a la clase con fidelidad. Nadie se dormirá en su clase. Les abrirá el apetito de conocer mejor la Palabra de Dios. Les inspirará a establecer una relación más íntima con Dios.
El maestro sin entusiasmo es un desastre. ¡Yo por mi parte quiero que me sobre el entusiasmo:
Los alumnos, cualquiera que sea su edad, se dan cuenta si el maestro tiene de veras entusiasmo. ¿Cuántos maestros entusiastas conoce usted?