Por Jack Hayford
Traducido por Ana Teresa de Merrill
En la Biblia, Jesús usa en tres oportunidades la luz como una ilustración. En una ocasión, menciona una vela para representar un testigo.
La figura es bien familiar para nosotros:
‑“Esta lucecita, siempre la haré brillar… ” ‑”Nunca he de apagarla, ¡no! Siempre la haré brillar… ”
En Mateo 5, Jesús usa la imagen de la vela luz cuando habla del papel que desempeña la Iglesia. En tal caso, se refería a ti y a mí brillando con nuestro testimonio para su honra y gloria. Cuando encontramos la ilustración de la vela inmediatamente pensamos que ya conocemos de que se trata. Parece que poseyéramos una especie de computadora en nuestra mente, la cual automáticamente registrara ese significado. Pero Jesús no solo usa la vela para ilustrar el testimonio cristiano sino también la emplea en otros sentidos.
En Marcos 4, Jesús utiliza la vela para señalar el Espíritu Santo derramando su luz sobre la Verdad. Esto significa que si tú no entiendes la Palabra de Dios, el Espíritu de Dios es quien ilumina tu mente dándote discernimiento para comprender la verdad.
En Lucas 11:33-36, Jesús habla de la luz de nuestro ojo, usando la imagen de una lámpara. Nuestro corazón es preservado contra fallas y fracasos solo mediante un sometimiento total a Dios a fin de que Él tome el control de nuestra vida. De este modo se establece un canal de comunicación con Dios, cuya iniciación o puerta de entrada es nuestro ojo.
Jesús enseñó que si tu ojo es puro todo tu cuerpo será luminoso pero si tu ojo es corrupto todo tu cuerpo será tenebroso.
“Porque si la luz que hay en ti son tinieblas entonces, ¿qué serán las mismas tinieblas?” La situación descrita demuestra que es peor vivir en la penumbra que en la misma obscuridad, pues aquellos que viven en completas tinieblas ya están acostumbrados a tropezar en ellas; pero si yo creo que habito en luz y mi testimonio dice lo contrario, la luz de Dios en mi vida no es plena sino un débil rayo que produce en mi alma una apariencia gris, incapaz de hacer desaparecer la obscuridad que hay en mí.
La única forma de atenuar las tinieblas que cubren mi alma es mediante un diálogo personal con Jesucristo. Cuando Él trata conmigo y yo permito que Él obre en mi alma, un nuevo amanecer ocurre dentro de mí y la noche se convierte en plena luz.
La expresión “Si tu ojo fuere puro” viene del griego haplous que quiere decir “Integro; sencillo; llano; sin dobleces.” La expresión: “Si tu ojo fuere malo (corrupto) “ encierra la idea básica de “degeneración”. Bien sabemos que degenerar es lo opuesto de generar o sea, algo que destruye. El ojo malo (corrupto) destruye la vida y la sume en tinieblas. Por el contrario, si tu ojo fuere puro haplous tu cuerpo estará lleno de luz.
Vale la pena mencionar la estructura de la palabra “haplous”: En el griego existe una letra llamada “alfa privativa”, la cual colocada como prefijo de una palabra denota negación. En español podríamos decir así: A = sin Plous quiere decir en griego “doblez”. Por lo tanto, haplous significa sin doblez.
En los tiempos antiguos, cuando los mercaderes comerciaban sus telas lo hacían exhibiéndolas haplous (sin dobleces) para que los compradores pudieran darse cuenta que el material no tenía ninguna imperfección. En caso de que hubiera alguna irregularidad, el mercader hacía la advertencia pues sabía que era fácil observarla ya que la tela era expuesta plena, sin dobleces.
No obstante, algunos comerciantes con destreza engañaban a sus clientes, deslizando con agilidad las telas que tenían imperfecciones con el fin de que las compradoras no se percataran de la irregularidad. Cuando ellas llegaban a sus casas y encontraban que habían sido víctimas de un fraude, iban a devolver las telas. Sin embargo, el mercader les decía: “Lo siento, no puedo aceptar la devolución. Bien pudo usted ver la tela y darse cuenta que no tenía problemas. Ahora, tengo que pensar que usted dañó el material después de haberlo comprado.” En consecuencia, las mujeres debían asumir la pérdida.
Por lo anterior, Jesús menciona: “No permitas que tu ojo sea engañado”, hablando de un rostro libre de vergüenza, capaz de mirar a Dios cara a cara. Él también dijo: “Bienaventurados los de limpio corazón porque ellos verán a Dios”. No dijo: “Bienaventurados los de vida pura…” pues sabía que de esta manera nos privaría de hecho de la posibilidad de ver al Padre tanto en nuestra vida misma como en la Eternidad.
Tal vez tú estás pensando: “¿Cómo puedo traer un corazón impuro delante de Dios?…” Pues bien, ¿qué más puedes hacer con él? Tráelo y entrégalo a Dios. No pretendas esconder algo y someter a Dios solo una parte de tu vida, como sucede a menudo en nuestro diario vivir. A veces pensamos: he ganado 5 kilos de peso si me pongo mi chaqueta deportiva, nadie lo notará. Tratamos de ocultar una realidad.
En la vida espiritual pretendemos hacer lo mismo pero nos es imposible. Cuando creemos que con astucia podemos “manipular” a Dios, recibimos una gran decepción. Por eso Jesús dijo: “Si la luz que hay en ti son tinieblas, ¿qué serán entonces las mismas tinieblas?”, significando que la entrega aparente de nuestra vida a Dios, solo permite, que un débil rayo de su luz la penetre, en y las tinieblas que , hay en nosotros toleren esa luz pues no atenúa su existencia y tampoco dejan que la gloria de Dios se haga manifiesta resplandeciendo en nuestra vida. Esto es peor que la obscuridad misma.
Análogamente, Jesús dijo: “Si tu cuerpo está lleno de luz, no habrá parte obscura en él”. Estas son palabras preciosas que nos hacen pensar en la hermosura de la plenitud de Dios brillando en nosotros y nos impulsan a orar: “Señor, desaparece toda sombra que haya en mí… ”
No quiero decir que esta entrega total sea una trasformación para ser perfectos. Dios es infinitamente misericordioso y abundante en gracia y perdón pero solamente puede actuar en un corazón disponible a Él, y sólo así esa transformación se hará realidad.
En mayo pasado, escuché algo que llamó verdaderamente mi atención. Se trata de Ezequiel 14. En los primeros versículos Dios dice: “muchos hombres vienen a ti para pedir de ti palabra mía pero tienen ídolos en sus corazones y han colocado piedras de tropiezo delante de ellos”. En otras palabras, conscientemente han creado ídolos en sus corazones y piedras de desobediencia y rebelión delante de ellos. Sin embargo, desean palabra divina aunque ello no signifique cambio alguno dentro de ellos.
Nuestros ojos pueden ver claramente las cosas a través de la luz de la voluntad de Dios. No obstante, pedimos ayuda divina sólo para aquellos aspectos previamente determinados por nosotros, limitando así a Dios para actuar en nuestra vida como un todo.
Por lo anterior, Dios dice a Ezequiel: “cuando ellos acudan a ti para pedir de ti palabra mía, yo responderé de acuerdo con los ídolos que hay en ellos”.
¿Qué significa eso? ¿Será que Dios los va a reprender? No, de ninguna manera. Dios añade: “No, no los reprenderé. Ya ellos han sido suficientemente avisados. Ya he tratado bastante con ellos.” Ahora dicen: “Quiero la ayuda de Dios en mi vida, bajo mis propios términos”. “Así que cuando vengan en busca de palabra mía yo responderé y creerán que están recibiendo palabra mía pero la respuesta será de acuerdo con sus ídolos.”
Así sucede con nosotros. Hemos preferido seguir nuestros propios caminos en vez de hacer una entrega sencilla al Señor diciendo: “Padre, te pido que trates con los puntos difíciles de mi vida. Yo sé que dentro de mí hay sombras de obscuridad y que aquello que no quisiera hacer eso hago. Sin embargo, quiero tener en mi vida sólo una prioridad: hacer tu voluntad.”
Puede que tome algún tiempo el proceso de perfeccionamiento mediante la gracia, la misericordia y la bondad de Dios pero será una realidad ampliamente manifiesta siempre y cuando la entrega que hagamos sea completamente sincera, sin dobleces a pliegues (como hablamos en el ejemplo de las telas). Sin tratar de esconder singularidades nuestras que Dios quisiera perfeccionar, demos a Jehová todo lo que somos. Esto es una entrega abierta delante de Dios.
Hace veinticinco años tuve una gran experiencia en relación con este tema. Cuando asistía a la universidad, trabajaba como mensajero para un banco. Tenía que manejar un carro desde el centro de la ciudad hasta ciertos lugares determinados. Tenía dos rutas: una al medio día y la otra en la tarde. Cada ruta comprendía 12 paradas.
El trabajo consistía en llevar correo de la casa principal del banco a las sucursales y viceversa. Al llegar al edificio, el mensajero de la respectiva sucursal salía a mi encuentro, y en el andén del edificio me entregaba la correspondencia o los paquetes que debían ser entregados en la casa principal. A la vez, yo le entregaba los documentos enviados por la oficina principal. Luego, debía continuar mi marcha hasta la próxima parada para ejecutar el mismo trabajo.
Era un trabajo agradable que no me demandaba grandes esfuerzos. Además, me gustaba recorrer la ciudad.
Aunque sólo tenía oportunidad de ver las personas con quienes intercambiaba documentos por poco tiempo, existía cierta relación con ellos. No era una amistad cercana pero por lo menos nos reconocíamos. De vez en cuando intercambiábamos frases cortas o sosteníamos conversaciones muy breves.
En mi recorrido una de las personas que yo debía ver era una chica quien era bastante amable conmigo. Pude darme cuenta que era factible hacer una cita con esa chica y que ella respondería positivamente. Ella sabía que yo era un estudiante de Biblia y dentro de lo poco que yo sabía de ella, conocía que no era creyente.
Aquí debo hacer una pausa en mi narración para mencionar que no es fácil para mí compartir la historia que relato ahora, porque es algo personal y vergonzoso.
Me agradaba el momento de llegar a esa parada donde debía ver la chica. Ella era atractiva y usaba trajes descotados. Al inclinarse hacia mi vehículo para recoger la correspondencia y a su vez entregarme los documentos enviados por su sucursal, yo podía apreciar de cerca su escote.
Seis u ocho semanas más tarde. Dios me confrontó con el ídolo que estaba creciendo en mi corazón. Me gustaba esa estación en mi recorrido aunque nadie lo sabía. Tenía como tres meses de casado. El hecho de ser casado hacía la situación más difícil pero no lo puedo negar, cuando llegaba esa parada, “pasaba saliva”.
Ese día, después de recorrer aproximadamente cuatro cuadras después de mi parada en el banco, tuve que parar el carro para tomar una decisión. Mi ojo estaba creando dobleces sombríos. Dios tocó mi corazón y fue así como decidí encarar esta situación con él. Recuerdo muy bien que, estacioné el carro a un lado de la vía y clamé al Señor que me ayudara. Esto no cambió mi mente instantáneamente en pensamientos puros pero sí me dio la oportunidad de despertar a la luz. No podía esconder mi rostro de la presencia de Dios. Dije con lágrimas en mis ojos: “Señor, detesto los pensamientos que acuden a mi mente. Te pido que quites las tinieblas que hay en mí y me ayudes para ver las almas en lugar de los cuerpos”. Aunque no obtuve una liberación inmediata, me sentí aliviado de la carga que tenía y encontré una nueva dirección para mi vida.
Sombras como las mencionadas en mi relato, quieren debilitar tu vida espiritual y opacar el ministerio que Dios ha puesto en ti. Pide al Señor ahora que te dé plena luz a tu vida y mente para que no tropieces más. Dile que deseas contemplar su gloria.
Si así lo deseas, canta conmigo este himno:
“Abre mis ojos a la luz,
tu rostro quiero ver, Jesús,
Pon en mi corazón tu bondad
y dame paz y santidad.
Humildemente acudo a ti,
porque tu tierna voz oí
Mi guía sé Espíritu Consolador.
El Dr. Hayford es pastor de una Iglesia Cuadrangular en Van Nuys. California, que tiene una nutrida feligresía. En muchos países ha sido conferencista y maestro en retiros espirituales.