por M. David Grams, Coordinador Servicio de Educación Cristiana
Nuestro mundo me da cada vez más la impresión que ha llegado a tal grade de mecanización y tecnificación que el ser humano se va reduciendo a un número. En la sociedad moderna tú y yo llegamos a ser un número más en la estadística, en los registros, en los ficheros. Especialmente en los grandes centros urbanos las fuerzas operantes nos llevan a la des individualización, la deshumanización, la no-participación y finalmente al anonimato.
De esa misma sociedad y de esa “marginación al anonimato” proceden nuestros alumnos. Están sentados en las clases de la Escuela Dominical o en el aula del Instituto Bíblico donde tú y yo
ensenamos. ¿Recibirán el mismo trato impersonal al que recibieron en la calle?
El ejemplo de Jesús nos hace ver la importancia que él dio a la persona. Estando en medio de una multitud que lo aprieta, él se da la vuelta para preguntar: –¿Quién me ha tocado? Lucas 8:40-48.
Los discípulos protestan. Le recuerdan que lo rodea un gentío.
Pero Jesús declara: –Alguien me ha tocado.
En ese mismo momento una mujer necesitada se hace el centro del universo.
Vemos ese mismo interés personalizado del Señor en Lucas 19:2-10 cuando hace detener una multitud para conversar con Zaqueo. La sociedad tenía a este cobrador de impuestos y colaborador con el enemigo, como un miserable sinvergüenza, pero Jesús invita a Zaqueo a inscribirse en clases particulares a domicilio sobre el discipulado–comenzando esa misma tarde.
¿Qué importancia damos nosotros al alumno en nuestra clase? ¿Tiene valor como persona o es simplemente un número más? ¿Enseñamos cursos y lecciones o enseñamos a seres humanos con necesidades y con infinitas posibilidades para aprender?
Al hacer frente a un nuevo año como maestros debemos hacer tres casas que a continuación me permito explicar:
Primero, afirmar la dignidad de la persona del alumno. La persona más importante en el aula de clase no es el maestro–es el alumno. Debemos reconocer la infinita variedad de seres humanos
que Dios hace. Dios rompe el molde después de formar a sus criaturas. Cada alumno es todo un mundo de posibilidades. Si creemos que el alumno tiene importancia, dejaremos a un lado el monologo del muy trillado método de puro discurso para abrir la puerta a la participación individual de los miembros de la clase. Si creemos que el alumno puede y debe pensar y razonar, haremos usa de preguntas claves para invitar que exponga sus opiniones e inspirarle a activar sus
facultades en una búsqueda de sus propias respuestas.
Segundo, conocer lo mejor posible al alumno. Se comienza con aprender los nombres y apellidos de cada uno y hacer uso frecuente de los mismos durante la hora de clase. La enseñanza que resulta en aprendizaje es la que toma en cuenta las necesidades del alumno, pero para eso se le tiene que conocer. En un Instituto Bíblico me mostraron un sistema de fichas especiales del archivo de cada alumno en las cuales se apuntan los datos importantes sacados de la solicitud
de ingreso del alumno. Estas tarjetas se facilitan a los profesores para que vayan conociendo mejor al estudiante. Bienaventurado el maestro que lleva sus propios apuntes sobre cada alumno, que conversa con el fuera de las clases, que lo visita en su hogar o lugar de trabajo.
Tercero, individualizar la enseñanza. Es el resultado lógico de haber conocido al alumno. Uno que sabe cómo son los estudiantes preparara las clases para ayudar a cada miembro en particular.
El maestro que se esfuerza para enriquecer sus conocimientos en la materia que va a enseñar y que comprende a sus alumnos caminara junto a ellos en el aprendizaje. Como el sastre hace el traje a la medida del cliente, debemos nosotros trazar la enseñanza para cubrir las necesidades
de esas personas tan importantes que nos acompañan.
Si cada maestro llega a poner en práctica estos tres consejos, habrá avanzado bastante hacia la meta de ensenar mejor durante el año 1982.