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En qué se parecen el cazador y el profesor

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 1976.Vol.2, No.4

Por Cleto Pérez M.

 

Esperaba con ansiedad la hora de partida. Íbamos a salir de caza de vizcachas, que son roedores del tamaño de una liebre. Alistamos dos rifles, municiones, equipo para acampar, así como también víveres. Muy de mañana salimos. A una altura de casi 5.000 metros nos internamos en una cadena de montañas nevadas bolivianas.

En el camino me preguntaba cuántas vizcachas iba yo a cazar, y si tendría buena puntería. Me hice muchas ilusiones, aunque nunca antes había salido de caza.

Después de caminar varias horas, pasamos dos cumbres nevadas. Por fin llegamos a la región donde abundan estos roedores. Mi acompañante que me orientaba me indica que debíamos separarnos y que tratáramos de cazar algunas vizcachas antes de que se ocultara el sol. Fui por el flanco izquierdo, él por el derecho. Solo, entre un escombro interminable de rocas, hallaba que mi ánimo iba bajando con el sol. No había logrado cazar ni uno de esos animalitos. Aun más desilusionado me sentí cuando al volverme a encontrar con mi amigo, me informó que ya tenía unas cuantas vizcachas.

Al día siguiente salimos muy de mañana. Pero los resultados de mis esfuerzos llegaron a ser parecidos a los del día anterior. Mi amigo cazó veintisiete vizcachas y yo solamente tenía cuatro. ¿Por qué la diferencia?

No tardé en comprender que el éxito en la caza no se logra sencillamente con salir a cazar. Me explicó mi acompañante que tenía que llegar a una distancia prudente sin que el roedor se diera cuenta. Me mostró cómo yo les iba avisando a los animales de mi llegada con mis movimientos inexpertos. Vi que iba a tener que cambiar completamente mi manera de caminar entre las rocas, que me hacía falta aprender a desplazarme en un silencio absoluto. Tendría que aprender también las costumbres de las vizcachas para poderlas tomar de sorpresa. Tendría que mantenerme inmóvil a veces, y con paciencia aguardar la llegada de ellas. El éxito futuro dependerá del esfuerzo mío en superar mis métodos de cazar.

En esto se parecen los que desean enseñar la Palabra de Dios, sea en un Instituto Bíblico o en una congregación. Para tener éxito, hace falta más que el solo deseo. Hay que SABER enseñar.

Antes que nada uno tiene que buscar orientación y ayuda de un guía. Hay que pasar tiempo de rodillas con el MAESTRO POR EXCELENCIA, para que nos guíe y nos dé la unción necesaria para que no actuemos con sabiduría humana, sino con el Espíritu y poder. 1 Corintios 2:4.

Para compenetrarse en la riqueza interminable de las rocas que comprenden las Sagradas Escrituras, uno tendrá que pasar por la cumbre solitaria del sacrificio el desvelo de la preparación constante. No queda otra alternativa sino acumular material ilustrativo, proveerse de suficientes medios auxiliares, tener el equipo necesario.

Pero habiendo hecho todo eso, queda otro factor en que tendrá que empeñarse.

No olvide el que desea enseñar con éxito que tendrá que observar al discípulo y familiarizarse bastante con sus características. No es cuestión de tener a algunas personas delante de uno y dirigirles la palabra para que ellas sean oyentes. Hay que estar seguro de que se haya establecido una interacción, una comunicación continua entre todos durante el desarrollo de la enseñanza.

 

¿A cuántos discípulos nos hemos dirigido en los Institutos Bíblicos? ¿Cuántas veces les hemos hablado a multitudes en las iglesias? Pero de ninguna manera las respuestas a estas preguntas indicarán el éxito que hayamos alcanzado. Si el profesor de Biblia desea saber si ha dado en el blanco, debe preguntarse: ¿Qué han retenido los alumnos de las clases que he dirigido? ¿Tienen el deseo de aprender más sobre el tema? ¿Manifiestan hambre de investigar más sobre la materia? ¿Han tomado decisiones que afectarán sus vidas como resultado de mis clases?

Muchos enseñan la Biblia como los cazadores que tiran al aire sin alcanzar ningún objetivo. Se ilusionan, se sienten satisfechos de haber hablado algo sobre la Biblia. Pero ¿cuántos habrán crecido como resultado de la clase? La respuesta a esa pregunta es la que les dirá si han enseñado o no. ¿Serían diferentes nuestros Institutos Bíblicos si todos los profesores se hicieran esa pregunta?

 

 

Cleto Pérez M.


 

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