Estoy muy seguro que una de las experiencias de aprendizaje más significativas en mi formación teológica y ministerial fue la adquirida en la Facultad de Teología de Las Asambleas de Dios. A mi juicio, creo que fue una auténtica educación teológica a nivel de maestría, que con gran entusiasmo iniciara como estudiante a comienzos de la década de los ‘90, en la provincia de Moravia de la bella Costa Rica.
Considero que la importancia de dicha formación ministerial a ese nivel académico de posgrado, no radica únicamente en el hecho de ampliar mis horizontes como educador por América Latina, ministerio educativo que por supuesto valoro y estimo en gran medida. Sin embargo, considero que lo más importante como egresado de una institución educativa como la Facultad, fue el haber sido afectado y formado como un agente de cambio dentro y fuera del ámbito eclesiástico, en una época tan crucial en donde se observa por aquí y por allá, por así decirlo, fuertes oleadas de confusión teológica y doctrinal. Además, como ministro evangélico, también valoro mucho el haber afianzado aún más mi experiencia como pentecostal sobre la base de una más amplia y sólida exégesis bíblica. Hoy más que nunca, no me avergüenzo de ser un creyente pentecostal, educado teológica y ministerialmente dentro de mi propia denominación eclesiástica. Sumándolo todo, he sido afectado positivamente en mi carácter como líder, pastor y educador pentecostal.
Como ministro claramente definido en mi confesión de fe asambleísta, pero a la vez muy abierto, como muchos otros, a incursionar por los diversos pasillos teológicos posibles, a veces me ha tocado escuchar o leer en nuestro medio latinoamericano, frases o expresiones como, “hemos heredado una teología fraguada en el extranjero y ajena a nuestra realidad”, “somos receptores de una teología envasada en Europa y Estados Unidos”, o algo parecido. Las personas que así se expresan, y que por lo general lo hacen desde algunas aulas de estudios superiores liberacionistas, tienen la intención de hacer ver con desdén los esfuerzos educativos realizados en instituciones de formación ministerial como las nuestras, y que siguen toda una línea de confesión teológica evangélica, y más aún, de una confesión pentecostal.
Por otro lado, sin embargo, también conviene hacer justicia a dichas expresiones críticas, cuando éstas provienen de fuentes o de personas bien intencionadas, y más bien lo que pretenden es advertir lo inconveniente que resulta estructurar programas de estudios de formación teológica y ministerial, que no se ajustan en sus fines educativos al contexto o realidad de los participantes, y de la iglesia dónde éstos se desempeñan en alguna tarea ministerial. Pues en nuestra época y realidad latinoamericana, resultaría improcedente seguir a pie juntillas lo dicho por un determinado teólogo y maestro notable, o correr a ciegas tras lo sostenido por alguna corriente teológica famosa, sin readecuar o contextualizar cualquier contenido teológico a las necesidades y realidad vivida en nuestro medio latinoamericano.
Por lo anterior, en nuestro medio latino ha resultado ser tan necesario y urgente un programa de formación de líderes y ministros altamente calificados, como el ofrecido por la Facultad de Teología. La Facultad es en realidad un seminario teológico con la modalidad de una educación a distancia y con un buen número de horas-clases presenciales, que brinda a sus estudiantes una sólida formación ministerial, cuyo currículo se ha diseñado pensando en América Latina y para desarrollarlo en América Latina o entre latinoamericanos. Tanto la junta directiva como el equipo de profesores, está conformado en gran parte por latinoamericanos, y para quienes no lo son, éstos han sido o son ministros misioneros activos que han estado inmersos y claramente identificados con la cruda realidad de nuestros pueblos latinos. Es decir, se trata de un personal idóneo que no desconoce la situación de miseria, de pobreza, de inseguridad y de los múltiples contrastes socioeconómicos propios de la región.
Sin embargo, el afirmar que los estudios ministeriales ofrecidos por la Facultad de Teología, y orientados por una filosofía educativa hacia un quehacer teológico y ministerial latinoamericano, no significa un menosprecio de nuestra “herencia teológica”, mucho menos de nuestra fe evangélica, que ciertamente nos llegó a inicios del siglo pasado por fervorosos misioneros extranjeros provenientes de otros países, principalmente de los Estados Unidos de América. Es que resulta imposible ser constructores de una teología y de una determinada manera de realizar un ministerio cristiano sin la influencia de otras formas y maneras de hacer teología y de realizar el ministerio de la Palabra. Esto es así en cualquier rama del saber cultural del ser humano. Creo que no existe a la fecha ningún académico honesto y versado en historia universal, que niegue que nuestra cultura occidental fue influenciada culturalmente por tres ejes sobresalientes en el devenir histórico de la humanidad: el mundo hebreo, el mundo griego antiguo y clásico, y en un menor aporte, el mundo del lejano oriente. Sin embargo, no por la influencia obtenida en el pasado por dichos mundos culturales, dejaríamos de afirmar justamente, que poseemos una cultura y maneras de pensar que son muy propias del mundo o hemisferio occidental.
José Míguez Bonino, un notable teólogo latinoamericano, ha sido consciente de la influencia recibida de los denominados “protestantes liberales” en el pasado en su contexto confesional, y que de alguna manera perfilaron en América Latina lo que él ha denominado “el rostro liberal del protestantismo latinoamericano”. En su excelente libro “Rostros del protestantismo latinoamericano” (ed. 1995, pp. 11 y 32), Bonino indica que no hay razón para “repudiar” dicha “herencia liberal”, pero sí aclara que tal “herencia” debe re-interpretarse y hacerla vivir “en nuestro tiempo”. A sí mismo, a pesar de dicha influencia recibida en su línea teológica, un tanto marcada por la teología de la liberación, él como otros escritores, han hablado de una teología latinoamericana, en el sentido de que dicha teología ha sido pensada en América Latina por teólogos latinoamericanos. Puede verse entonces, que el ser influenciados de “por aquí o de por allá”, por así decirlo, en cualquier área del saber, no niega que toda verdad es una, que toda disciplina científica es una, sea ésta matemática, filosofía, química o la teología misma, cuando ésta es considerada como una disciplina científica.
Debe reconocerse entonces, que lo que importa en el quehacer educativo de cualquier área de formación, no son los contenidos mismos, o la información misma, sino lo que puede construirse cognitivamente o hacerse a partir de lo recibido, y aún más, lo que puede aplicarse del conocimiento adquirido en la práctica de un determinado ministerio, en nuestro caso, y en la construcción de una teología propia del contexto latinoamericano. Preocupa entonces lograr establecer un punto de partida o plataforma de determinados conocimientos previos, como apoyo para un despegue que conduzca hacia el logro de nuevos conocimientos y nuevas aplicaciones en un determinado contexto y ministerio. Precisamente, esa es una de las grandes metas de la Facultad de Teología como formadora de obreros, líderes y teólogos calificados para un ministerio de excelencia en América Latina; que los egresados de la Facultad sean hombres y mujeres capaces de construir una teología propia de América Latina y una manera particular de realizar un ministerio fructífero e influyente, y si fuera posible, dentro y fuera de la región latina.
Tampoco resulta raro escuchar a otros críticos de la formación teológica para el ministerio el argumento de que una teología confesional y de corte denominacional deja de ser académica por eso mismo. Cada institución educativa o seminario teológico, tiene todo el derecho y la obligación curricular de fijar una postura confesional. Aún en las universidades donde ya se cuenta con una facultad de teología, necesariamente tendrá que existir una filosofía educativa para la educación teológica que, directa o indirectamente apuntaría hacia una confesión de fe que por la naturaleza de una universidad, no debe ser una confesión propia de una denominación o iglesia en particular, dado el tipo de estudiante inter confesional que se forma allí. Pero ese no es el caso nuestro. Creo que la Facultad de Teología de las Asambleas de Dios, estaría muy de acuerdo con lo dicho por A. E. Núñez en su obra “Teología de la liberación: una perspectiva evangélica”, – “El teólogo académico debe ser también un teólogo eclesiástico, identificado plenamente con el pueblo de Dios” (ed. 1988, p. 260). Es mi percepción que en el equipo directivo y docente de la Facultad de Teología, todos tenemos como una de nuestras principales preocupaciones, el hecho de brindar una sólida formación teológica para el ministerio de corte pentecostal y asambleísta, sin que por esto se descuide el esfuerzo por mantener en alto, el rigor académico propio del nivel de estudio que se brinda.
A veces resulta preocupante para los profesores tener que devolver algún trabajo monográfico o tesis por el hecho mismo de no cumplir con las exigencias académicas de la Facultad. No obstante, habrá que hacerlo, sin importar que tan leal y dedicado sea el estudiante como líder en el seno de las Asambleas de Dios o de su denominación en el país respectivo. Es tarea pues, de la Facultad, brindar una formación para el ministerio y a la vez una teología que cada día se precie más de ser académica, aún siendo de corte confesional eclesiástico. El controvertido y famoso teólogo neo-ortodoxo del siglo pasado, Karl Barth, en su “Esbozo de dogmática”, (ed. 2000, p. 16), explica que resulta imposible hacer teología al margen del contexto o seno de la iglesia, afirmando que:
Quien quisiera dedicarse a la dogmática (teología) y se situara conscientemente fuera de la Iglesia, debería contar con el hecho de que el objeto de la dogmática le resultará extraño, y no podría sorprenderse si, tras los primeros pasos, se perdiera o causara estragos.
Es decir, la fe evangélica y la confesión teológica no deben ser sinónimo de una teología importada del extranjero o ajena a nuestro contexto. Precisamente, esa es mi percepción como egresado y como educador de la Facultad de Teología, que después de sus ya veinticinco años de existencia, ha resultado ser de gran bendición para los ministros e iglesias, que han optado por una mejor preparación para el ministerio, al cual el Señor nos ha llamado a cumplirlo fiel y eficazmente.
Jorge López E., es pastor en la ciudad de Guatemala. Está casado con Lorena Castañeda y es padre de tres hijas y un hijo (17, 15, 12, y 9, respectivamente). Es profesor universitario y profesor de griego del ISUM; miembro directivo y profesor en la Facultad de Teología. Realiza estudios doctorales (Ph. D), con especialidad en eclesiología.