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Fe en línea: la revolución de la iglesia virtual

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 2024.3

Por Marco Rodríguez

Al mirar retrospectivamente entre los eventos ocurridos por la pandemia de COVID 19 y la iglesia virtual percibimos cambios significativos. Todos recordamos lo que fue realizar nuestra liturgia en un formato totalmente tecnológico y para muchos, desconocido en gran manera, pues no era de extrañar que estos sucesos nos obligaran a tomar herramientas para las cuales la iglesia no estaba preparada, y en muchos casos tuvimos que improvisar a la par que íbamos obteniendo el conocimiento para implementar todos esos nuevos recursos.

Para nadie fue sencillo, ni para los expertos y mucho menos para los novatos, ya que estos medios no estaban adaptados a las necesidades congregacionales. Nos percatamos de lo frágiles que somos ante eventos tan desafiantes a partir de 2020. La pandemia nos tomó mal parados y además nos demostró la utilidad de tecnologías que pensábamos que no podían ser utilizadas para predicar el evangelio.

Ahora, con algunos años de distancia, podemos decir que la iglesia se encuentra más inmersa en el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC), y sin lugar a duda muchas congregaciones tuvieron que crear departamentos de multimedia, contrar servicios de internet, incursionar en las redes sociales o cualquier otra actividad que significara realizar tareas en el ciberespacio. La necesidad nos obligó a todos a capacitarnos en el uso de las NTIC.

Para algunas comunidades, dichos cambios llegaron para quedarse; en muchas otras las cámaras, adaptadores, mezcladoras de video, cables, lámparas quedaron en desuso y olvidadas en algún rincón sin encontrarles un uso práctico, pensando en que solo fueron útiles mientras nos manteníamos en el confinamiento.

Ahora bien, existe la idea equivocada de que “a lo nuevo se le pinta de poco espiritual y al mismo tiempo se le sataniza”, y muchos pastores tienen miedo de seguir con las transmisiones en línea porque creen que la asistencia va a menguar, que el uso de dichas tecnologías fomenta una búsqueda laxa del Señor y por lo tanto se le tilda de poco espiritual, esto sumado a otros mitos hacen que la iglesia virtual sea todo un reto y por consecuencia sea una tarea sumamente compleja y estresante de llevar a cabo en la mayoría de las congregaciones en Latinoamérica.

De lo común a lo extraordinario

Recuerdo con mucho agrado aquellos tiempos de adolescencia cuando frecuentaba una pequeña carpa donde unos misioneros estadounidenses realizaban servicios. Ellos proyectaban películas cristianas como “La Cruz y el Puñal”, “Trueno Distante” y muchas otras. A su manera le daban un toque de virtualidad a la iglesia, usaban una tecnología novedosa para mí al utilizar “un proyector de video”.  Aquel aparato conectado con una videocasettera VHS y un equipo portátil de audio en una una carpa con piso de gravilla y tierra era la experiencia de una sala de cine, todo un éxito porque muchas personas pudimos conocer las historias de vidas transformadas por el poder de Jesucristo a través de aquellas cintas.

Por años acompañé al hijo de los misioneros a proyectar estas películas en innumerables lugares remotos con muy poco acceso a recursos tecnológicos y videográficos. Eso me hizo dar cuenta en mi corta edad del alcance de la tecnología a la hora de ser utilizados en la obra de Dios.

Hoy es muy común encontrar en nuestras congregaciones este tipo de herramientas, nos hemos acostumbrado a verlas con tanta cotidianidad y que no imaginamos el prescindir de ellas a la hora de servir en la obra del Señor. Lo mismo sucede con los dispositivos móviles e internet al resultarnos tan comunes, no imaginamos el potencial tan grande en la palma de nuestra mano.

La iglesia no puede permitirse dejar pasar la oportunidad de llegar a más personas ante los cambios globales en materia tecnológica, para nadie es un secreto que el uso de la llamada “Inteligencia Artificial” se ha convertido en un eje revolucionario en todo lo que nos rodea, probablemente no nos hemos dado cuenta, pero el cambio ya está reproduciéndose en muchas situaciones de manera cotidiana y lo queramos o no, llegaron para quedarse.

Por tanto, como iglesia es importante comprender para qué son y cómo podemos utilizarlas en la expansión del evangelio.

Las redes sociales en esta revolución

Si pensamos los cambios que han existido en los últimos veinte años, nos podemos dar cuenta que las formas de presentar el evangelio han cambiado, hoy subimos una predicación a plataformas digitales como YouTube, Facebook o TikTok, solo por mencionar algunas, y observaremos como tanta gente que nunca conocimos en persona puede opinar, preguntar y hasta compartir el material que se encuentra de manera pública en internet.

Existen casos de muchos predicadores y pastores que aprovecha estos medios digitales para presentar el evangelio de maneras que nunca antes se habían utilizado pero, a la par, la iglesia virtual se expone ahora a algo que en el pasado se daba de manera interna o privada de las multitudes: al insulto, la descalificación, la burla, la crítica ácida y destructiva, ya que al exponerse en las redes para presentar el evangelio a otros, las personas suelen ser crueles con los que traen un mensaje de paz y amor pues hoy es muy fácil lanzar piedras y escabullirse por la puerta trasera del anonimato, por ejemplo, a través de redes sociales como Twitter (ahora renombrada como X).

La red social X se la identifica como una red hostil donde la mayoría de sus integrantes tienen una opinión formada respecto a cualquier tema, donde algo que vaya en contra de lo que ellos piensan será bombardeado por hordas de verdaderos terroristas digitales que están dispuestos a todo con tal de ser ellos quienes tengan la razón, algo así como un pabellón de fusilamiento en pleno siglo XXI y, como tanbién existen otras redes sociales más suaves como lo pueden ser Instagram o TikTok.

YouTube es una red donde el mensaje tiene que ser filtrado antes de ser publicado, su algoritmo es uno de los más desarrollados para bloquear desde sonidos, palabras o incluso mensajes que puede considerarse de odio hacia algún colectivo en particular y todo auspiciado por una inteligencia artificial a la que tiene acceso el gigante tecnológico

Alphabet o como coloquialmente se conoce como Google.

Recuerdo en cierta ocasión al “navegar” por mis redes sociales ver un video de un predicador en una plaza pública que decía a todos los que por ahí caminaban, en un tono exasperado y hasta rudo, que debían arrepentirse o de lo contrario se irían al infierno. Si bien, el mensaje es contundente y cierto, la verdad es que hoy no podemos presentar de esa forma el mensaje por las redes sociales, ya que existen innumerables palabras que no pueden utilizarse, así como tampoco se puede usar un lenguaje agresivo, ya que, de hacerlo, corremos el riesgo de que nos cierren el portal, la cuenta y quedemos vetados por cierta red social.

Por lo tanto, nos debemos replantear cómo presentar el evangelio en estos medios digitales. No es para nadie un secreto que en muchos de nuestros países hablar en contra de ciertos colectivos embanderados en el arcoíris se considera un delito que puede llevarnos a la misma cárcel. Los algoritmos de cada plataforma en línea están programados para vetar y bajar cualquier contenido que afecte a tales grupos en particular. Eso nos obliga a suavizar en muchos de los casos el mensaje, a hacerlo mucho más amigable con todos de manera que se puede diluir gran parte de lo que el Señor nos enseña en sus Escrituras.

Las letras pequeñas

La historia está llena de persecuciones a cristianismo. No hace falta recordarlas porque son tantas y variadas que hablar de ellas sería interminable. En estos días no es muy diferente.  Si bien, la iglesia tiene la posibilidad de ser más pública de lo que fue en el pasado, también corre el riesgo de ser silenciada por estas tecnologías cuyo propósito es filtrar todo lo que se publica en sus servidores.

Dicha persecución es muy sutil y hasta imperceptible, pero está presente en todas y cada una de las plataformas existentes en la actualidad. Solo hace falta ir a su apartado de cláusulas. Sí, esas pequeñas letritas que aceptamos cuando creamos una cuenta de correo electrónico o abrimos una cuenta en cualquiera de las redes sociales. Sería un buen ejercicio darles un repaso para saber todo lo que no podemos hacer en estos medios, y entender lo que se puede y no se puede decir en dichas plataformas.

Con lo anterior no pretendo decir que nuestro mensaje tenga que ser adaptado a las cláusulas de estos medios electrónicos, al contrario, estoy convencido que el mensaje tiene que llegar de manera completa y sin tapujos, recordemos que … vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno (Col.4:6).

Esto nos lleva a un nivel de madurez y conocimiento que el mismo apóstol Pablo les pedía a todo en sus diferentes cartas, por lo tanto, la iglesia virtual no puede presentarse de manera improvisada, antes bien, debe ser muy cuidadosa a la hora de escoger de qué y cómo hablar en el mundo virtual, sin diluir el mensaje porque ese es el lado oscuro de la ivirtualidad y escudarse en el hecho de que las plataformas filtren nuestros mensajes e interacciones y corremos el gran riesgo de favorecer los mensajes aspiracionales, llenos de humanismo, psicología mal aplicada, enfocados en el ego y las necesidades del ser humano por encima del verdadero mensaje del evangelio.

La Sardis del siglo XXI

No es de extrañarse que la gran mayoría de los mensajes más vistos en la plataforma YouTube con millones de reproducciones son los que tienen que ver con predicaciones motivacionales. Es raro encontrar algun mensaje que hable del pecado de manera explícita y que rebase las mil reproducciones. Dichos sermones se enfocan en dar un mensaje en modo baneado por las cláusulas antes mencionadas, lo que ocasiona que de a poco que el mensaje se modifique para ser más agradable a las presentes generaciones.

La iglesia virtual corre el riesgo de convertirse en la congregación de Sardis de nuestra era, una iglesia bella, prospera, llena de vitalidad, pero vacía por su falta de espiritualidad, (Ap.3:1-6). Este ejemplo debería ser nuestra mayor motivación y adevertencia para no caer en el mismo error a la hora de emprender un modelo digital en nuestras congregaciones y caer en la autocomplacencia de tener a muchas personas observándonos y crecer en número de seguidores en nuestras redes, creyendo que estamos haciendo un buen trabajo, porque a la postre solo alimentaremos nuestro orgullo, pero el propósito no se llevará a cabo.

La fe digital no está peleada con la espiritualidad. Conozco a muchas iglesias que implementaron reuniones de oración donde la presencia del Espíritu Santo se hace presente en cada una de ellas; incluso he sabido de milagros sucedidos, constancia de que tenemos un Dios vivo que se mueve donde quiera que le busquen.

Este tipo de reuniones son un claro ejemplo de lo sencillo que puede ser integrar a las personas en actividades que, lastimosamente, no son las más concurridas en nuestras reuniones, sin embargo, el medio digital viene es algo novedoso donde muchos quieren integrarse.

También podemos desarrollar nuestra fe de manera digital, ya sea por reuniones realizadas por Zoom, Meet, Telegram, Facebook o TikTok, y aportar frescura a lo que la tradición nos ha hecho creer que debe ser la norma para siempre, digo esto porque la iglesia virtual puede ser criticada de poco espiritual, pero nos olvidemos de que el medio no es el que debe ser espiritual, sino las personas que están al otro lado de la pantalla.

Pablo escribió sus cartas a la espera de que fueran leídas por todos los creyentes destinatarios de las diferentes regiones, lo que representaba el medio más rápido de informarles sus preocupaciones, sus planes y sus palabras de ánimo para todos ellos.

Hoy tenemos la posibilidad, no solo de escribirnos, sino de vernos y escucharnos a través de los dispositivos móviles y hacer mucho más de lo que hizo Pablo con sus epístolas, pero lamentablemente todavía pensamos ¿cómo lo podemos hacer?, ¿es buena o mala idea? La realidad es que todas estas herramientas en su gran mayoría son gratuitas y se encuentran al alcance de tantos.

Iglesia para nativos digitales

Existe además el extremo de la ecuación; congregaciones creadas únicamente para los llamados nativos digitales, personas cuyas vidas giran en un porcentaje muy amplio en el ciberespacio, donde estudian, comercian, socializan, trabajan y, ahora también, se congregan.

El movimiento cristiano World Vision Ministries, lanzo su portal de iglesia https://laiglesiaonline.com/, todas las actividades se realizan enteramente de manera virtual, y la membresía de la congregación se da en un entorno virtual con más de 13 nacionalidades reunidas en cada culto. Parece una locura y pudiera parecer hasta escandaloso en algunas de nuestras comunidades cristianas acostumbradas al formato tradicional de un inmueble y una feligresía presente en cada servicio.

Esta es una práctica que aumenta con el transcurso del tiempo y cada vez más iglesias están creando sus comunidades cristianas por internet. Si bien, este tipo de grupos van enfocadas a este segmento de nativos digitales, la realidad es que esta tendencia no desaparecerá sino que se irá haciendo cada vez más normal.

No es que la iglesia tradicional vaya a desaparecer, pero si no entendemos que las generaciones cambian junto con los avances tecnológicos, entonces muchas congregaciones presenciales desaparecerán tal y como les sucedió a muchas en la pandemia por no entender que es necesario sumar las NTIC.

Rompiendo paradigmas

Debemos romper con viejos paradigmas que nos dicen que esto es cosa del diablo, para comprender que todas las cosas las ha creado Dios para su gloria, y que de no usarlas un día compareceremos, como la parábola de los diez talentos, en donde nuestro Señor nos llamará a cuentas sobre que hicimos con el talento que nos fue dado. Algunos dirán que lo enterraron poque tuvieron miedo, pero otros dirán que lo usaron con sabiduría y le entregarán los intereses a su Señor.

Por tanto, es responsabilidad de todos subirnos a este tren que no va a parar en los próximos años, y en el que muchos ya han avanzado con paso firme buena parte del camino. Sin perder de vista cual es la motivación de nuestro servicio, hoy más que nunca, debemos echar mano de todo lo que tengamos para que las almas no se pierdan y puedan conocer a Jesucristo como su Señor y Salvador, dando gloria y honra al que dio su vida en la cruz, ¡No a nosotros! Sino a él sea la gloria.

Marco Rodríguez


 

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