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Los Salmos Imprecatorios

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 2025.1

Por Pablo Giovine

El libro de los Salmos es un compendio de las expresiones del alma de aquellos hombres que lograron plasmar sus pensamientos y emociones en lenguaje poético, de las vivencias en el tránsito de la vida y fe. Dichas expresiones pueden clasificarse por género, tema, autor o estructura, agrupados en cinco secciones o libros. Muchos de salmos fueron creados para ser recitados o cantados en momentos específicos de la vida del creyente y de esa manera acompañarlo en sus procesos hacia una fe radiante. Es por esta causa que el lector puede sentirse identificado con el salterio, ya que muestra a hombres de fe que escribieron en circunstancias similares a las que le toca vivir al hombre común hoy y siempre.

Al entender esta verdad sobre el origen de estas Escrituras podríamos incurrir en el error de pensar que dichas expresiones carecen de autoridad, pues al provenir del corazón las mismas podrían ser particularmente engañosas; pero nada más lejos de semejante idea, por el hecho de que las verdades contenidas en torno a Dios y su obrar para con sus hijos son universales y teológicamente correctas pensándolas desde el contexto del autor.

Cada salmo muestra al creyente en un proceso de fe, que en la mayoría de las ocasiones transita de la crisis, producto de las circunstancias de la vida, a la fe absoluta en que el Supremo Hacedor intervendrá en favor de quien derrama el corazón en su presencia. Entre las crisis antes mencionadas se encuentran aquellas causadas por los enemigos del pueblo de Israel o aquellos que se levantaban contra la vida de alguno de los salmistas. Fue en esas ocasiones que el escritor bíblico descargó en el poema sus expresiones más duras, cargadas de deseos de destrucción y juicio, producto del dolor y la indignación; estas expresiones se denominan imprecaciones. Para definir concretamente el término imprecar se citan las palabras del Diccionario General de la Lengua Española Vox que define: “expresar vivamente el deseo de que alguien sufra un daño o un mal”.

Uno de los casos más claros de la imprecación se encuentra en el Salmo 137, el mismo puede dividirse en dos secciones principales; la primera del verso 1 al 6 donde se describe el trato de los enemigos para con los cautivos, y el sentimiento de estos al encontrarse lejos de Jerusalén. La segunda sección, versos 7 al 9, es la que contiene la imprecación, elevada contra dos enemigos de la nación (Edom y Babilonia). Nótese la palabra recuerda (זְכֹ֤ר), que se encuentra en imperativo. En el hebreo bíblico el imperativo, sobre todo cuando el verbo forma parte de una súplica a Dios, no denota una orden, sino una posibilidad, un deseo personal y no una realidad.

Veamos el Salmo 137 en la siguiente versión (Santa Biblia: la Biblia de las Américas: con referencias y notas, electronic ed. Editorial Fundación: Casa Editorial para La Fundación Bíblica Lockman, 1998):

7 Recuerda, oh Señor, contra los hijos de Edom
el día de Jerusalén,
quienes dijeron: Arrasadla, arrasadla
hasta sus cimientos.
8 Oh hija de Babilonia, la devastada,
bienaventurado el que te devuelva
el pago con que nos pagaste.
9 Bienaventurado será el que tome y estrelle tus pequeños
contra la peña.
 

Este particular grupo de salmos, junto con otros textos fuera del salterio, que guardan las mismas características, han causado confusión y malas interpretaciones a lo largo de la historia en aquellos lectores que al encontrarse con los mismos carecen del conocimiento para sortear la aparente contradicción entre el mensaje imprecatorio y las enseñanzas del Nuevo Testamento. La pregunta es ¿cómo conciliar la venganza con el perdón, el amor al prójimo con el odio que se refleja en aquellos que sufrieron un daño y requieren venganza y destrucción?

Antes de analizar cómo interpretar a los imprecatorios es necesario reconocer la necesidad de responder al interrogante anterior, de lo contrario se asumiría que la Palabra del Señor tiene contradicciones, lo que convertiría en un problema de orden doctrinal. No existe contradicción alguna entre el mensaje del Evangelio y la imprecación, sino más bien es la falta de entendimiento del género al que pertenecen y las particularidades que posee la imprecación.

El primer aspecto para tener en cuenta en la hora de interpretar los salmos es que no todas sus palabras son resultado de la revelación de Dios y que hay sentimientos y emociones que son puramente humanas y no proceden de la inspiración divina. Dios nunca promueve el odio, el resentimiento o la venganza porque son emociones contrarias a su propósito para la humanidad.

Las expresiones de venganza, atribuidas al Señor no tienen que ver con emociones o sentimientos sino más bien con su justicia y la necesidad de poner límite a la maldad del hombre. En este punto es preciso aclarar que el salmista fue inspirado a escribir sus vivencias con todo lo que aquello implicaba emocionalmente, pero lo que sintió en las circunstancias vividas y que luego fueron plasmadas en la poesía no procede de Dios, sino puramente del hombre con su naturaleza caída. Estas emociones son comunes a toda la humanidad, pero el propósito de dichas expresiones en las Escrituras no se trata de justificar lo que el lector pueda sentir en su vida particular, el propósito más bien es mostrar al hombre, su fragilidad y las consecuencias emocionales de apartarse del plan de que fue establecido desde la eternidad para su vida.

En segundo aspecto que rodea a las imprecaciones es que no son acciones que el salmista llevara a la ejecución, sino que forman parte de un clamor a Dios, como mencionamos en el caso del Salmo 137, la expresión de deseo no supone una orden ni una realidad en el plano divino. Este ruego tiene como propósito principal la vindicación del nombre del Señor, que se manifestaría en la justicia hecha a los enemigos de los israelitas y la retribución por el daño causado.

Habitualmente este ruego está cargado de lenguaje figurado, donde la hipérbole y la metáfora son las figuras por excelencia. Una imprecación que ejemplifica lo antes dicho se encuentra en el Salmo 139, versículos 19 al 22 (Santa Biblia: La Biblia Textual, Segunda Edición Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc, 1999):
19  ¡Oh ’Eloah, si hicieras morir al impío,
¡Y los sanguinarios se alejarán de mí!
20  Que hablan contra ti intrigando,
Que toman tu Nombre en vano.
21  ¡Oh yhvh! ¿No aborrezco a quienes te aborrecen?
¿No me repugnan los que se alzan contra ti?
22  ¡Con gran aborrecimiento los aborrezco,
¡Y los tengo por enemigos!
 

Las palabras de David en los versos antes citados muestran que el sentimiento del autor no era simplemente la venganza de sus enemigos por el daño o los padecimientos, sino que el punto principal son los enemigos de Dios, quienes se convertían es sus enemigos. David pretendía que los enemigos de Dios fueran destruidos y que el nombre del Señor sea exaltado.

El tercero de los aspectos a considerar es el momento histórico en que el autor está vivía. Pocas veces se tiene presente en la lectura bíblica esta particularidad, siendo ese uno de los datos más importantes en la interpretación de la Biblia. Este no solo comprende el contexto histórico del pasaje sino también el contexto teológico del mismo. Este último está basado en el concepto de revelación gradual, que nos induce a la realidad de que el conocimiento de Dios y su voluntad para la humanidad se dio de forma acumulativa, hasta llegar al conocimiento pleno del plan redentor de nuestro Creador a través de la persona del Señor Jesucristo.

Entonces, al considerar el momento de la revelación en que se encontraban los salmistas al escribir los imprecatorios daremos con la realidad de que su teología pertenecía a un momento temprano de la revelación, donde la ley de la retribución estaba vigente.

Anteriormente, se citó el salmo 137, que culmina con el deseo de que los niños de babilonia sean muertos de una manera muy violenta, aquella expresión desde el punto de vista de un hebreo que había visto la destrucción de su ciudad (Jerusalén) y presenciado las atrocidades causadas por el ejército invasor, eran teológicamente correctas. La ley del talión que regulaba el castigo para que no fuera más grave que el mal que se había causado, habilitaba el deseo y la petición del salmista que buscaba una retribución hacia sus enemigos idéntica al daño recibido en la destrucción de su ciudad.

Ahora bien, el desafío que encuentra cada lector y estudiante de las Sagradas Escrituras en nuestros días es no solo interpretar correctamente esta serie de salmos tan particulares, sino además hacer que aquellas palabras hablen correctamente a su vida en su contexto personal y que, en circunstancias similares a las vividas por el salmista, su corazón no se llene de imprecaciones.

El apóstol Pablo nos enseña en su epístola a los Gálatas (Gá.3:23 ss.) que en el antiguo pacto la ley actuaba como ayo (tutor), que guiaba al hombre el camino hacia Cristo. Parte de esta enseñanza consistía en señalar que el ser humano era responsable y merecedor del castigo que le sobrevendría al ser juzgado por Dios y por sobre todo incapaz de justificarse a sí mismo. En dicho contexto teológico no sólo Israel es castigado sino también las naciones que afectaron directa o indirectamente al pueblo de Dios con su maldad, por lo tanto, no existe contradicción en su contexto particular con las enseñanzas de nuestro Maestro.

Lo que se debe asumir es que, en el proceso de la revelación, Cristo es el clímax y que la interpretación y aplicación de cada pasaje que pudiese ser de difícil interpretación tiene que ser sometida a las enseñanzas del Maestro. En torno al mensaje de las imprecaciones, Mateo capítulo 5 nos da un excelente parámetro, ya que en los versículos 17 al 48 inicia y termina una sección que interpreta aspectos fundamentales de la Ley. Esta sección repite sobre algunos temas cruciales la frase “oísteis que fue dicho” a los que Cristo en su autoridad responde “pero Yo os digo”, esto señaló un nuevo tiempo en la teología, tiempo que fue resistido por sus contemporáneos porque era y más fácil y atractiva la teología de la retribución sobre el otro que la del perdón y el amor. El versículo 38 en adelante señala dos temas que tiene íntima relación con la imprecación, el primero la venganza (ojo por ojo), el segundo es el vínculo emocional hacia aquellos que nos hacen mal.

El primero de los temas es referente a la ley del talión, que ya hemos mencionado como correcto en el Antiguo Pacto y que habilitaba a las expresiones imprecatorias, pero ahora Jesús expresa que es mejor no resistir al malvado y en vez de esperar la venganza es mejor descansar en el perdón. No es posible concluir este punto sin mencionar las palabras de Amós donde al final de la exposición de las causas del juicio contra Edom imputa “y perpetuamente ha guardado el rencor” (Am.1:11).

El lenguaje retrospectivo del autor del Salmo 137 demuestra que el rencor y los deseos de venganza se enquistan en el alma del hombre más piadoso atándolo a la amargura de los momentos de dolor vividos. Según el sermón del monte es mejor transitar por aquellos momentos y superar la situación sin albergar sentimientos negativos, y aprender a amar a aquel que podría ser objeto del resentimiento, solo así nos acercaremos a la semejanza de nuestro Hacedor.

La imprecación nos enseña que los hombres de fe también pueden sentir y albergar sentimientos que hoy serían desaprobados por el Maestro, quien en el momento más difícil de su ministerio profirió palabras de bendición hacia aquellos que los escarnecían.

La imprecación nos enseña que las crisis y los problemas llegan a la vida del justo, quien puede verse tentado a clamar a Dios para que se haga presente con su fuego consumidor, pero que es mejor llenar el corazón de misericordia y perdón que permitir que las raíces de amargura inunden el corazón. La imprecación es un ejemplo más de aquellas personas de fe transitaron momentos angustiosos, pero hoy podemos  reemplazar las emociones propias del viejo hombre por un clamor genuino desde el sentir que Dios aprueba.

Pablo Giovine


 

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