Por Alejandro Quiroga
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Nunca antes en la historia de la humanidad se ha vivido una cosa semejante como la que ha provocado la Pandemia por el Covid 19 en el mundo entero. El avance de este virus amenazante y peligroso comenzó a afectar no sólo la salud física de miles de personas, sino también que generó un sinfín de otras crisis que se volvieron casi un círculo retro alimentario que parece no tener fin.
Junto a la incertidumbre que provocó el efecto de este virus y el desconcierto científico de cómo combatirlo, los efectos iniciaron una infinidad de recomendaciones y protocolos con el propósito de evitar el contagio masivo y el colapso del sistema sanitario de las clínicas y hospitales en todos los países del mundo.
El tapabocas obligatorio, las mascarillas acrílicas, el aislamiento o distancia social, el alcohol en gel y/o el lavado de manos frecuentes, el uso de guantes esterilizados se convirtieron en parte imprescindibles de la vida cotidiana de millones de individuos en todo el planeta. A esto se le sumó la suspensión de todo tipo de reuniones con aglomeraciones de gente, en cines, teatros, centros comerciales, templos, sinagogas e iglesias de todos los credos se vieron impedidos de tener sus reuniones presenciales habituales sin fecha de retorno dadas las normativas vigentes.
Además de todo lo anterior, se le sumó la permanencia obligatoria en casa (cuarentena en el hogar), estados de sitio y toques de queda en ciudades completas en todo el globo y junto con ello la imposibilidad de concurrir regularmente a los trabajos de millones de personas, lo que provocó que la rueda de pagos se detuviera, las bolsas del mundo colapsaran, miles de empresas quebraran, la oferta y la demanda se desequilibrara, y cientos de negocios y comercios de años tuvieran que cerrar para nunca más abrir. Esto trajo como consecuencia que miles y miles de personas, no sólo perdieran sus fuentes laborales, sino que muchos de ellos quedaran expuestos de un día para el otro en extrema necesidad, sin ningún tipo de asistencia o recurso casi de forma inmediata.
Este impacto inicialmente sanitario, traería no sólo una crisis en la salud, sino una fuerte crisis económica sin precedentes y un marcado desequilibrio social mucho más inmediato y evidente. La pandemia no sólo trajo consigo muchos muertos por el Covid 19, sino también profundizó la pobreza de muchas familias y las expuso a la más cruel necesidad.
Frente a esta situación pandémica, como iglesia también nos vimos muy afectados teniendo que atender diferentes frentes y todos a la vez:
- Templos o auditorios totalmente cerrados.
- Pastores y sus familias, muchos de ellos enfermos, otros de profunda gravedad y muchos de ellos fallecidos, lo que trajo como consecuencia que muchas congregaciones quedaran sin uno o ambos de sus pastores totalmente devastadas.
- Congregaciones teniendo que reingenierizar sus reuniones a través de medios virtuales. (grupos celulares, reuniones ministeriales y cultos semanales de forma virtual, eventos especiales, entrevistas en vivo, escuelas de discipulado, institutos bíblicos, etc)
- Enseñar e instruir a muchísimos pastores y a miles de creyentes en el uso de nuevas tecnologías como ZOOM, Google Meets, Facebook Live, Youtube, etc.
- Muchas congregaciones especialmente de América Latina, han tenido que repensar como materializar la práctica del dar, ahora de forma bancaria o por medios electrónicos para poder seguir subsistiendo.
- Se cancelaron las agendas del 2020, cancelación de todos los viajes ministeriales, ni congresos, ni convenciones, ni eventos multitudinarios.
- Y como si esto fuera poco, una profunda crisis económica que afectó a muchas familias de nuestras congregaciones cuyos ingresos eran diarios y que ahora frente a la prohibición de salir de sus casas, no podían obtener el “pan diario”. Otros quedaron sin empleos, y por ende sin paga. La situación cada vez era más desesperante.
Estos cambios que surgieron a causa de la pandemia, no sólo fueron todos juntos sino que hubo que ir renovando no sólo métodos sino también mentalidades. Y muchos conceptos en esta situación pandémica fueron removidos, otros renovados y otros fortalecidos.
La realidad del mundo había cambiado, ¿la iglesia también debía cambiar? La respuesta es SI. También debíamos cambiar y lo inesperado estaba por ocurrir, casi de manera milagrosa.
Millones de personas en todo el mundo ahora estaban sin empleo, muchas de ellas sin cobrar dinero de ningún tipo, y las ayudas o subsidios gubernamentales no sólo eran extremadamente burocráticos, sino también escasos e insuficientes para todo lo que había que afrontar en una casa, y con muchas demoras en la obtención de los mismos lo que agravaba día a día la situación, pero el hambre no entiende de trámites, ni de plazos, ni de esperas.
Frente a este escenario, existían dos opciones muy claras para los creyentes, pero a su vez muy antagónicas: o nos quedábamos “refugiados en casa” con los brazos cruzados, o nos preparábamos para salir a la calle a pesar de todo y hacer la diferencia.
La iglesia de Jesucristo en los momentos más críticos, de mayor presión y de profunda adversidad vuelve a manifestar toda su esencia. Y esta situación pandémica no ha sido la excepción.
La Biblia dice en Gálatas 6:9-10: Así que no debemos cansarnos de hacer el bien; porque si no nos desanimamos, a su debido tiempo cosecharemos. Por eso, siempre que podamos, hagamos bien a todos, y especialmente a nuestros hermanos en la fe, (DHH).
La iglesia del Señor en todos los extremos del mundo ha sabido cuál es su labor no sólo en la predicación del Evangelio por medio de la palabra, sino también de acciones concretas que la llevaron a DAR más allá de sus propias fuerzas.
Todas las energías que las congregaciones volcaban a sus cotidianas actividades, en esta oportunidad se focalizaron a asistir, a ayudar, y literalmente socorrer a muchísimas familias del hambre, la escasez y la miseria extrema. Muchos otros a causa de esta necesidad apremiante, del temor y del miedo a la muerte, llegaron a los pies de Cristo, y la iglesia los recibió como nuevos miembros de esta gran familia, brindándoles lo que también por amor Jesús les prometió ofrecer junto con la salvación.
Las tareas de ayuda fueron infinitas y de las más diversas:
- Hermanos en la fe se auto convocaban para hacer comprar comunitarias y de esta manera compartir con los necesitados en la repartición de alimentos esenciales para familias enteras. Filas y filas de vehículos, llevando bolsas de alimentos en sus cajuelas o baúles, para entregarlas a los hogares necesitados.
- Instituciones de fe sin importar confesiones religiosas ni denominaciones, se convocaron y unieron con el fin de convocar empresarios no creyentes pero de corazón generoso como donadores y juntos preparar cajas de alimentos para ser entregadas a los necesitados, y la iglesia del Señor se encargó de manera totalmente gratuita en la logística y la distribución en los hogares necesitados en los barrios más vulnerables.
- Pastores y congregaciones enteras prepararon viandas de alimentos calientes para llevar a las familias que vivían en la calle sin techo y no tienen un lugar físico para cocinar los alimentos.
- Miles de voluntarios clasificando ropa, calzado y medicamentos a fin de entregarlos a quienes lo necesitan especialmente en las épocas frías y de lluvias en muchos lugares.
- Muchos otros se inscribieron como Asistentes Voluntarios en Albergues Temporales para asistir a los enfermos de Covid 19 con síntomas leves que no iban a hospitales.
- Se prepararon Kits de Higiene personal para entregar a los enfermos de Covid 19 en los Hospitales y Centros de Salud que contienen (Una pasta y un cepillo dental, una toalla personal, champú y crema de enjuague para el cabello, y un jabón) Y en el exterior un número de teléfono para la contención del paciente de Covid 19 por si necesita conversar con alguien mientras está totalmente aislado de sus afectos.
- Muchos de los voluntarios ofrecieron servicios de sanitización y desinfección de las patrullas de policía y viandas de alimentos para el personal de seguridad con el fin de predicar a Cristo.
- Se desarrollaron muchas ollas solidarias para que las personas buscaran sus alimentos ya cocinados en recipientes que traen de sus casas y así proveer el alimento diario.
En medio de estas circunstancias extraordinarias la iglesia ha sabido desempeñar su lugar como un agente de amor expreso en momentos de desigualdad e infortunio a nivel social. No se ha quedado como espectadora, ni asumió un papel de víctima frente a los mismos azotes que recibieron todas las demás instituciones a nivel global. Es que de eso se trata, la iglesia no es una organización sino un organismo vivo y ha logrado romper todas las limitaciones que intentaron detenerla, y muchos creyentes han sabido poner por obra todo lo que han aprendido de la predicación y de la enseñanza durante todos estos años.
Santiago 2:14-20 (DHH) Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? 15 Supongamos que a un hermano o a una hermana les falta la ropa y la comida necesarias para el día; 16 si uno de ustedes les dice: «Que les vaya bien; abríguense y coman todo lo que quieran», pero no les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué les sirve? 17 Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta. 18 Uno podrá decir: «Tú tienes fe, y yo tengo hechos. Muéstrame tu fe sin hechos; yo, en cambio, te mostraré mi fe con mis hechos.» 19 Tú crees que hay un solo Dios, y en esto haces bien; pero los demonios también lo creen, y tiemblan de miedo. 20 No seas tonto, y reconoce que si la fe que uno tiene no va acompañada de hechos, es una fe inútil.
Aún queda mucho por hacer, esto no ha concluido. Los desafíos son aún mayores, pero esta es una nueva iglesia que se ha fortalecido en medio de la crisis, ha cobrado las fuerzas en medio de la adversidad más extrema y en la cooperación mutua ha encontrado la esencia de su amor por el prójimo tal como lo enseñó Jesús.
Indudablemente, tal situación nos ha hecho reflexionar profundamente y ha cambiado muchos paradigmas, ya lo importante no son los templos, sino la iglesia, no son tan imprescindibles nuestros programas sino las personas, y lo mejor de todo, es que ya no venimos al templo para llevarnos algo a casa, sino que estamos en casa y preparamos algo para llevar a alguien que lo necesita.
Y sí, los templos cerrados, pero la iglesia sigue más viva que nunca.
Este tiempo es una oportunidad para ver a Dios llegar al corazón de las personas por medio del idioma universal del amor. No cesemos de hacerlo en donde quiera que nos toque estar. Este es nuestro compromiso con Jesucristo.
Alejandro José Quiroga
Pastor Catedral de la Fe Lanús
Buenos Aires, Argentina