Por Eduardo Sánchez B.
¡Queremos música! Ella es vida, expresa gozo, y Dios la utiliza para reanimar nuestro espíritu. Queremos música para exaltar el poderío de Dios, para atraer al no creyente al reino de los cielos. La asistencia al templo es más agradable cuando se sabe que se va a disfrutar de un ministerio musical.
Con el afán de suplir la necesidad de la música, algunas iglesias, sin embargo, tiene el “Show del domingo”, “El musical del sábado” u otra especie de programa enfocado sobre personalidades y no en torno al Señor. En los casos en que se canta sólo por un amen o un efímero aplauso se oye con frecuencia que es “para la gloria de Dios”. Pero lo que se espera es un reconocimiento o una felicitación. Se deja a un lado a quien entregó tan lindo talento: EL SEÑOR.
Si las melodías no van dirigidas a suplir las necesidades espirituales de los oyentes, o si carecen de buenos motivos y están cargadas de egoísmo, ¿cómo se puede decir que son para Dios? Cantar por cantar no edifica. Mejores programas se oyen fuera del templo. La música en la iglesia tiene que ministrar a Dios y edificar a los santos, tiene que motivar al creyente a adorar en espíritu y en verdad.
Queremos música, pero no cualquiera. Lo que hace falta es un verdadero ministerio y no el llenar el tiempo de “música” cuando se recauda el dinero del Señor o se dan los anuncios de la iglesia local.
Al igual que el de un pastor o evangelista, el ministerio de la música requiere un llamamiento. En otros ministerios se trabaja con ardor para servir mejor y contemplar al Príncipe de los pastores. ¿Acaso no deben hacer lo mismo quienes ministran al Altísimo con la música? Realmente hoy no abunda tal ministerio. La música ministrada bajo el poder de Dios está escasa.
Son pocas las iglesias que cuentan con un ministerio o departamento de música. Donde existe, se evita usar al primero que se presente. Este departamento es creado para que creyentes capacitados guíen a otros a cumplir su trabajo como siervos del Altísimo. Hay que conducir a la congregación por los ríos de agua viva a través de la música.
En el día de hoy se debe estimular y apoyar al verdadero ministerio musical. Con las diversas melodías se debe volver a presentar ofrenda mecida a Jehová. Jesús enseñó que se debe pedir obreros al Señor de la mies. Músicos, así como también cantantes, entran en esa lista. Hay que pedirlos al Señor, que Dios los llame, los capacite.
Hay que revisar los himnos y cantos congregacionales. Toda letra debe tener como centro al Creador. Existen deficiencias doctrinales y hasta herejías en algunas canciones cristianas. Repetir como autómatas lo compuesto por otros es de mal gusto. Todo creyente debe aprender a analizar lo que canta, para que Dios de veras sea glorificado con la música de la iglesia.
Como si fuera poco, hoy día abunda la música que no es para la gloria de Dios sino “un negocio llamado grabación”. Malas grabaciones, pésimas composiciones. Los arreglos (donde los tienen) no dejan otra cosa que pensar. No todos los que cantan son llamados a grabar ni todos los que graban son cantantes.
Si se dice que es para la gloria de Dios, debe ser lo mejor. Necesitamos las mejores composiciones, las mejores voces, los mejores arreglos, los mejores músicos y con los mejores materiales. Habrá que hacer inversión, pero no hay otra salida. El negocio llamado “grabación” debe terminar. No puede el creyente convertirse en mercader de la fe. La necesidad espiritual del momento exige volver al ministerio musical. Dios no dejará avergonzados a sus siervos. Dará según sus promesas a quienes sean realmente fieles. A quien invierte, Dios no lo abandonará, máxime cuando sus motivos son los de ministrar al Creador.
¡Queremos música! Mucha falta hace en la iglesia. Pero que sea la que redunde en verdadera gloria para Dios
El colombiano Eduardo Sánchez Buitrago cursa sus estudios de posgraduado en la Facultad de Teología de las Asambleas de Dios de América Latina. Es director del Instituto Bíblico Central en Bogotá.