Querida hija:
Aun aletean furiosas en mis oídos las palabras del médico al darnos el diagnóstico de tu padecimiento. Es como si mil avispas pugnaran por inocular su dolorosa ponzoña en mi alma.
“Su hija está embarazada de nueve semanas…”
¿Hubiese sido mejor que te diagnosticaran un tumor ‑quizá maligno ‑como pudo haber sido, que enfrentamos a la terrible verdad de un embarazo bajo las circunstancias en que gestaste la criatura? ¿Estaríamos tú y yo preparadas para soportar por tercera vez en tu joven vida un nuevo caso de tumores en tu cuerpo? Sí, porque antes, por la gracia de Dios, sobrepasaste los dos primeros informes médicos: siete años atrás, el tumor que oprimía el nervio óptico en tu cerebro y que inexorablemente te conduciría a la ceguera total en poco tiempo, como predijera el especialista; luego, la inflamación de los ganglios debajo de tu brazo derecho, solo unas cuantas semanas atrás…
Sin embargo, en cada una de esas situaciones la misericordia de Dios fue contigo y realizó el milagro esperado. Cada ocasión fue una hermosa oportunidad de acercarte a Dios, de arreglar cuentas con Él, de buscar con avidez su rostro, de depender completamente de Él en vez de entregarte a la desesperación y al miedo. Entonces recibiste su paz, su perdón, y vimos la sanidad efectuada en tu cuerpo.
Una cosa fue singular cada vez. Pudiste percibir en tu espíritu que tu enfermedad era una manera de Dios de avisarte que algo andaba mal con Él y que debías corregirlo, pues según expresabas en confesión de testimonio, el Señor es muy celoso con tu vida espiritual y te reclama cuando te alejas de su comunión. Así lo sentías y entonces actuabas en consecuencia. Entiendo que no siempre las enfermedades son un método habitual de Dios para “castigar” las desobediencias y pecados. Por otro lado, también sé que en todo momento nuestro amado Señor te demuestra que siempre está junto a ti y que te sostiene en todas las circunstancias de tu vida, por difíciles que sean.
Como ahora, esto que estás pasando…
Al hacer un recuento retrospectivo de lo que te sucedió ese nefasto día, cuando en un arrebato pasional aquel hombre intemperante trató de seducirte, y al no lograrlo, uso de su corpulencia física y de sus energías duplicadas por la lascivia, para someterte a sus caprichos sensuales, tú recuerdas algo en particular: que solo recurriste a tus propias fuerzas, ya reducidas a la impotencia, y que no clamaste al Señor por ayuda. Rememorar ese detalle desarrollo en ti un profundo sentimiento de culpabilidad y como Simón Pedro, lloraste amargamente. Tu conciencia te castigaba sin misericordia al pensar que si hubieras clamado al Señor por su ayuda, nada te habría pasado.
Han transcurrido algunos meses desde aquel diagnóstico médico. Este incidente te ha madurado un poco más física, mental y espiritualmente. Ahora comprendes con mayor facilidad que para que una joven pueda salir vencedora frente a las tentaciones que se le presenten, debe estar mucho más firme en el conocimiento de Cristo y andar paso a paso de la mano con Él.
En primer lugar, sólo es posible obtener un profundo conocimiento de Cristo por medio del estudio sistemático y continuo de la Palabra de Dios. Es imprescindible escudriñar con un corazón sincero las valiosas verdades inspiradas por el Espíritu Santo, registradas en tan sacrosanto libro. Al conocer las múltiples facetas del Señor Jesús, su sempiterna sabiduría y percibir su autoridad y su poder, el creyente puede disfrutar de paz, libre de las tensiones y ansiedades que provoca la falta de fe. Sobre todo, es imprescindible saber aplicar las enseñanzas bíblicas a los quehaceres de la vida diaria.
En segundo término, es imperativo que todo adolescente conozca los aspectos que entrañan las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer. Cualquier pequeño descuido es factible de provocar situaciones engorrosas. El que tú ignoraras algunos de esos pequeños e importantes detalles, imprimió una huella imborrable en tu vida en cierne: tu embarazo.
Con respecto a la sexualidad, la Biblia puntualiza lo satisfecho que se sentía Dios al concluir la creación del hombre y la mujer y luego de unirlos en una sola carne: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Dios originó así el matrimonio y la constitución de la familia. Dios creó el sexo y sus mecanismos para que no fuera únicamente el medio de reproducir la especie, sino también para la compenetración íntima del hombre y la mujer, y para que esa unión produjera una exquisita armonía sexual en la pareja. Es la voluntad de Dios que el hombre alcance plenitud y satisfacción en esa función natural. Proverbios 5,18, 19 indicó las reglas. Conocer estas verdades capacitan al individuo para que actúe con responsabilidad, para que vele por ese singular don divino y para que mantenga la aptitud y las actitudes correctas en su vida sexual.
Es mi deseo, hija querida, que ahora entiendas mejor estos principios. Espero que puedas aplicártelos a ti misma; que también te sirvan de instrumento para ayudar a otras jóvenes como tú. ¿Quién sabe si hasta logres evitarles consecuencias dolorosas, o acaso las puedas ayudar a encontrar el camino correcto si están desorientadas?
Hijita mía, cuando ponemos nuestra vida en las manos de Dios, cuando a pesar de nuestras debilidades, caídas, y levantamientos ponemos la mirada en el “autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2}, las circunstancias toman un giro insospechado. Entonces “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Tu caso es irreversible. Te corresponde ahora aceptar el perdón de Cristo y perdonarte a ti misma. Echa mano de su infinita misericordia y anda en novedad de vida de aquí en adelante. La invaluable lección de depender más de Jesús, de andar en comunión estrecha con Él, te sirve para mantener tu ruta hacia el reino y en el reino, bajo la dirección del Espíritu Santo, siempre que obedezcas y confíes en la buena voluntad divina que es agradable y perfecta.
Tu vida manchada, deshecha, marcada, Dios la restablece. Dios infunde en ti valor y dominio propio para escalar nuevos peldaños espirituales, y esta nueva dimensión espiritual, además de fortalecer tu ser, resulta un bello ejemplo para otras personas. Sé que te ha costado lágrimas ardientes, noches interminables de insomnio, agudos dolores del alma, pero se convertirá tu ansiedad en apacible seguridad en Cristo. (Hebreos 12:11, 12.) Se elevará tu estatura espiritual. Se producirá en ti el fruto maduro del Espíritu Santo (Gálatas 5:22) para una expectante vida con sentido y propósitos. (Juan 10:10.)
Dentro de pocas semanas, cuando tu hijo haya venido al mundo y des inicio a su crianza, podrás hacerlo en la disciplina de la Palabra de Dios, de manera tal que cuando ese bebé sea mayor no se apartará de lo que hayas inculcado en su tierna infancia (Proverbios 22:6). Tu llanto se tornará en risa y tu tristeza en gozo porque fieles son las promesas del Señor para los que guardan su Palabra.
Te quiere como siempre,
Tu madre