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La Palabra de Dios en el hogar

Por publicado originalmente en CONOZCA edición 1987.3

Por Josué Castellón C.

 

En mi hogar hemos establecido el altar familiar de cinco a seis de la mañana, porque es la única hora en que todos nos encontramos en la casa y porque mentalmente nos encontramos en las condiciones óptimas para estudiar la Palabra y para entrar en comunión con el Señor. Nos resultó difícil de consagrar, pero ha sido una deliciosa ofrenda en el servicio del Señor y alimento vital para la lucha diaria de toda la familia.

Lamentablemente un gran porcentaje de padres de familia y miembros en general de la iglesia, aunque con sus labios confiesan enfáticamente que creen y aman la Palabra de Dios, que la aceptan como autoridad y como verdad incontrovertible sumamente importante, la vivencia cotidiana demuestra todo lo contrario. El altar familiar constituye el único medio de alcanzar una sólida y adecuada educación cristiana.

Vemos cuatro elementos en Deuteronomio 6:6-9 que son prácticos y aplicables al hogar del siglo veinte.

 

  1. La repetición.

“Y las repetirás a tus hijos…” ¿Qué es lo que se va a repetir? “Estas palabras que yo te mando hoy…”, v. 6. Las palabras de Dios, sus propósitos eternos, sus principios morales y espirituales, sus demandas para el hombre y el testimonio de su amor.

La repetición es un medio eficiente de aprendizaje usado por la educación secular, comerciantes, políticos y hasta por falsos profetas que siembran sus doctrinas por medio de la incesante repetición de sus heréticos postulados. A diario nosotros y nuestros hijos nos enfrentamos al fuerte bombardeo de una extensa variedad de anuncios transmitidos por radio, televisión, periódicos, revistas, afiches v cartelones gigantes, que poco a poco van transformando el comportamiento, las preferencias personales y el modo de pensar de la víctima predilecta de los anunciantes: “la familia”, la célula básica de toda sociedad.

Pero la Palabra de Dios que es luz, educación, vida está debajo del almud. Esta orden divina de repetir la Palabra de Dios a nuestros hijos se ha hecho a un lado, poniendo en peligro la solidez doctrinal de la Iglesia y la salvación misma de nuestros hijos.

¿Cómo aprenden nuestros niños las tablas aritméticas? ¿Cómo aprenden los niños las definiciones del diccionario? ¿Cómo aprenden los niños y los jóvenes las fórmulas matemáticas, físicas y químicas, y las extensas listas de nombres difíciles? ¿No es acaso a base de una constante repetición y ejercicio que termina en el exacto aprendizaje de lo que se desea? ¿Cómo aprende el obrero a hacer ciertas cosas que le son necesarias en el trabajo cotidiano? ¿No es acaso repitiendo el ejercicio que le proporciona experiencia y lo convierte en maestro de la materia?

¿Y cómo llegaremos nosotros y nuestros hijos a conocer la santa doctrina de Cristo y a vivir un cristianismo pujante y transformador? ¿No es acaso con la fiel repetición de la Palabra viva?

 

  1. La interpretación constante  de la Palabra

Lo encontramos en esta frase: “Y hablarás de ellas…”

Debe procederse a interpretar la Palabra del Señor a los hijos, ya que muchas veces los niños y los jóvenes no entienden algunas porciones de la Palabra del Señor, en las que Él habla a sus vidas. Al padre y a la madre les corresponde la responsabilidad de interpretar la Palabra a sus hijos, dar significados más comprensibles de cada pasaje para que la familia pueda proceder de acuerdo a ellos.

Un aspecto importante de esta expresión es el señalamiento de los lugares y los momentos en que se ha de interpretar las Escrituras. “Hablarás de ellas estando en tu casa…” (bis). El padre y la madre deben ser maestros, sacerdotes y profetas para enseñar e interpretar las palabras del Señor a sus hijos. La casa debe convertirse en templo de adoración y enseñanza del Dios vivo y verdadero. Se trata de una orden para una acción que no tiene sustitutos ni da lugar a alternativas que brinden inferiores resultados.

También dice: “Y hablarás de ellas andando por el camino…” Ya sea hacia la escuela o el trabajo, hacia el templo o hacia el parque, al visitar al amigo o a un familiar, “andando por el camino…” El descubrimiento de esa oportunidad es producto de la visión y la responsabilidad educativa que los padres tengan, y es también la obligación por haber traído a este mundo a un nuevo ser.

La responsabilidad de hablar la Palabra de Dios a los hijos no termina ahí; es necesario considerar esta acción desde el punto de vista del tiempo: “y al acostarte…” ¡Qué lindo es ver a los hijos dormirse después de todas las faenas y travesuras del día! Es el momento en que nos disponemos a cesar de las actividades del día, en el que con frecuencia se puede hacer un recuento de lo que se quiso y se pudo hacer y no se hizo; y de lo que se debió hacer y tampoco se hizo; y también de lo que se hizo y no debía hacerse. Es en ese momento que Dios nos demanda que hablemos de la Palabra viva, para que nos sirva de espejo, de balanza que pese nuestras acciones, para que al orar podamos decirle al Padre: “Padre, ayúdame a superar mis imperfecciones” y que como lo hagamos nosotros, nuestros hijos también lo hagan. ¿Cuántos padres hablan la Palabra de Dios a sus hijos al acostarse? ¿Podemos justificar nuestro incumplimiento a esta orden divina por tener hijos rebeldes o altaneros, o incluso hijos agresivos? Quizás dejamos pasar el tiempo ideal para formar este maravilloso hábito de compartirles la Palabra de Dios; sin embargo, todo esfuerzo que tienda a recuperar la autoridad paterna y la importancia que la Palabra de Dios debe ocupar en la familia vale la pena.

“Y cuando te levantes.” ¿Qué hacen los niños al levantarse por la mañana? Hay niños que se levantan sin saludar a sus padres, porque hay padres que no se molestan en enseñarles a sus hijos que deben saludarlos cada mañana. Algunos padres creen que eso lo van a aprender más tarde en la escuela; que los maestros los van a educar. ¡Qué irresponsabilidad paterna más grande! La responsabilidad de la educación de los hijos descansa fundamentalmente sobre los padres. No estamos en contra de las escuelas, sino de la irresponsabilidad paterna de eludir sus deberes. Hablar la Palabra de Dios al levantarse nos reviste de la fuerza espiritual necesaria para la lucha del día en el trabajo o en la escuela. Así que, cuando el Señor demanda que los padres hablen la Palabra al levantarse, él sabe que esta acción produce un doble resultado: fundamenta y revitaliza a nuestros hijos y a nosotros.

 

  1. La práctica fiel de la Palabra.

“Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos”, v. 8. He podido comprender en esto una acción en la que el padre y la madre deben practicar lo que enseñan. Los padres no tienen la autoridad moral que los hechos brindan cuando sus vidas no son compatibles con lo que enseñan. “Las atarás como una señal en tu mano…” En los hechos del padre, en su conducta, en su ejemplo, está visible el cumplimiento de la Palabra de Dios. Las palabras se contradicen a veces con los hechos.

 

  1. La trasmisión de la Palabra.

Dice el versículo 9: “Y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.” Es tan importante esa Palabra, que debe ser ampliamente difundida. Pero muchas veces no nos hemos preocupado por su difusión. Y si los padres no hacemos nada por trasmitir esa Palabra, ¿cómo podemos esperar que nuestros hijos lo hagan? Dios nos responsabiliza con todo un programa de difusión pública de la Palabra del Señor. Que sea capaz de contrarrestar el mensaje dañino de la violencia, el odio, los vicios y otros pecados como la pornografía, que se encuentran presentes en calendarios, televisión, revistas, cuadros y esculturas que a veces se encuentran en algunos hogares cristianos.

¿Cuántos padres han tenido temor que sus hijos se pierdan? ¿Cuántos padres viven con la zozobra de ver que sus hijos no se convierten? Miran desesperadamente la creciente corrupción moral de la sociedad moderna: prostitución, homosexualidad, robos, hechicerías, violencias, calumnias.

La solución es fácil pero requiere de mucha disciplina: repetir a los hijos la Palabra, interpretársela en todo lugar y momento, ser ejemplo de lo que se les enseña, y mantener la campaña de difusión bíblica en el hogar con una fuerte dosis de amor.

No hay doctrina, ni engaño, ni presiones de las índoles más variadas, por satánicas y sutiles que sean estas, que nos puedan desviar de los caminos del Señor a nosotros o a nuestros hijos si el fundamento de nuestra educación cristiana es el conocimiento de la Palabra viva de Dios.

El nicaragüense Josué Castellón pastorea una iglesia en Managua y es el representante del ISUM en Nicaragua.

 

Josué Castellón

El nicaragüense Josué Castellón pastorea una iglesia en Managua y ha sido el representante del ISUM en Nicaragua.


 
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