Por Karina Sandoval de Alvarez
-¡Agora ya es tarde!- mencionaba con ímpetu un pequeño niño de primer grado la mañana de un sábado cívico, entre asombros y sonrisas de todos los que presenciaban el despertar de un escritor y poeta.
El desarrollo de aptitudes es de gran importancia en nuestros alumnos, ya sea que lo hagamos con niños o adultos, con el fin de contribuir en la realización de sus sueños. Los maestros tenemos, no solamente una obligación laboral, sino también el compromiso a conciencia de llevar a cabo la función de motivadores para desarrollar en las personas el emprendedurismo. Abrir los ojos y ver más allá del grosor de un archivo homilético y un rollo que representa todos los tiempos, más allá de las plantas sembradas en latas de leche para calificar la agropecuaria, ver más que los pupitres rayados con cartas peculiares o notas adjuntas a un examen. Más allá de todo eso, debemos presentar herramientas efectivas que impacten y cambien costumbres y conductas que dañan el óptimo desempeño del alumno. Entre charlas, talleres, exposiciones, prácticas, etc., podemos transformar vidas colaborando como mentores.
¿Cómo doña Juana comprenderá que es necesario colar y poner en el fogón el agua para evitar los problemas estomacales en su familia? ¿Cómo don José aprenderá a calcular el número de semillas que irán en cada surco, y dar como ingrediente el mejor abono para su cosecha? ¿Cómo Pedrito apreciará la importancia de las rimas en las notas musicales, y el movimiento dramático de los gestos corporales de un director de orquesta, estando a kilómetros de distancia de un lugar llamado ciudad? Solamente el maestro como ente de cambio podrá trasmitir conocimientos válidos para toda la vida, no como asunto laboral, sino como asunto del corazón.
Quizás sean pocos los que se levantarán para defender a la educación basada en competencias, básicamente porque no se ha prestado suficiente atención a esta temática, por no considerarla importante para el desempeño de funciones específicas y activas en la vida del presente y futuro de nuestra niñez. Esta actitud ha traído como resultado, de forma consciente o inconsciente, la falta de oportunidades para que el alumno se desarrolle en lo que le gusta y para lo que es capaz.
Ante este planteamiento cabe preguntarnos: ¿Podemos empezar nuevamente a desarrollar aptitudes en las personas a las que enseñamos? ¡Claro! Todavía hay tiempo: comencemos con amor profundo por las necesidades de otros, cediendo espacios en nuestra tan apretada agenda, haciendo esfuerzos en el logro de una mejor propuesta, acercándonos y reflejando confianza con quienes lo necesitan, siendo comprensivos, ayudando, atendiendo y ofreciendo soluciones y especialmente, no truncando aspiraciones.
El mejor tiempo para comenzar es: ¡ahora!