Por Lyle Thomson
Para ser líder en nuestra sociedad, la persona puede recibir la autoridad de dos fuentes distintas, por lo menos. Tal vez sea el resultado del profundo adiestramiento, por ejemplo como en el caso de un doctor en medicina. También le puede ser conferida la autoridad a un individuo por un cuerpo gubernamental, como en el caso del oficial que dirige el tránsito o el guardia en la puerta del banco.
En el plan de Dios, el líder respetado debe poseer ambas: la autoridad conferida y la autoridad ganada. El líder cristiano no es competente si no posee las dos. Él debe hablar y guiar con autoridad, recordando siempre que debe dar cuentas a quien le ha confiado la autoridad, a Dios mismo. El individuo debe estar tan bien adiestrado como líder de los hombres que no pierda de vista la realidad de las necesidades humanas. Moisés, quien se adiestró en la corte de Faraón y en la soledad del desierto, es un magnífico ejemplo de esto.
El líder espiritual eficaz, el que realmente guiará a los hombres en los caminos de Dios, debe ganarse el derecho a ser escuchado. ¿Cómo se logra esto?
Una forma es por medio de la preparación espiritual. En este aspecto, él puede compartir con precisión solamente aquello que recibe de Dios en oración y comunión. Además, el líder necesita saturar constantemente su mente y su corazón con la Palabra de Dios.
Además, el varón de Dios se gana el derecho de hablar con autoridad por medio de una vida pública de integridad y honestidad. Un ministro muy poco conocido puede decir muchas cosas buenas para influir en la vida de la gente. Pero un líder responsable que haya vivido durante muchos años en la comunidad, retendrá su liderazgo espiritual solamente en la medida en que sus palabras y acciones lo respaldan.
Una buena prueba de un buen líder cristiano es ver cómo se comporta en lo concerniente a su familia dentro de los confines de su hogar. ¿Cuenta él con la confianza implícita y el respeto de su esposa e hijos? ¿Gobierna bien su casa, “…con toda honestidad,” tal como Pablo lo expresa en 1 Timoteo 3:4? ¿O su autoridad desaparece en la privacidad de su hogar, lejos de la mirada escrutadora de sus colegas y seguidores? ¿Usa él el mismo lenguaje suave y lleno de tacto que usa con los demás, con sus seres queridos? ¿O no aprecia como corresponde a su familia, y descarga sus sentimientos y frustraciones en ellos? ¿Estará diciendo por medio de sus acciones: “No hagas lo que yo hago; haz lo que yo digo”? Si el líder no se ha ganado el completo respeto y amor de su familia, no tiene derecho a esperar que Dios unja su ministerio como líder de los hombres. Es a esto a lo que hizo referencia Pablo en su mensaje en 1 Timoteo 3: 5. “Pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?”
Junto con la autoridad ganada, el liderazgo espiritual se obtiene por medio de la autoridad conferida. El Espíritu Santo otorga a algunos el don de la administración. (1 Corintios 12:28.)
Aquí se comisiona al líder a ejercer su autoridad fielmente como siervo de Dios. Él está obligado a dirigir la obra de Dios con firmeza y determinación. Junto con el llamado viene una responsabilidad grandísima. He aquí una prueba más del verdadero líder. La persona en una posición de liderazgo solo tiene verdadera autoridad cuando le es investida por una Fuente superior: Dios mismo. Durante su ministerio, el Señor Jesús dijo que él no había venido a cumplir su propia voluntad, sino la del Padre. Además, expresó que las palabras que él hablaba no eran suyas, sino que contenían el mensaje de su Padre celestial para los hombres.
Si vamos a ser líderes y maestros de los hombres, debemos considerar el ejemplo que nos legará nuestro Señor Jesucristo. También debemos aceptar el reto que se nos da por medio de la vida del apóstol Pablo, y poder decir con él: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” La carga de nuestra responsabilidad nos parecerá más liviana cuando contamos con el Señor en el liderazgo, sabiendo que él está con nosotros mientras cumplimos el ministerio de guiar a los hombres.